Desde que Sófocles y Esquilo escribieran sus primeras tragedias sabemos que no hay representación teatral que no tenga su continuidad más allá del escenario. Y también que no hay experiencia en la vida que podamos ver después narrada en las voces de actores y actrices sobre las tablas. Hablemos pues de teatro, que no del teatrillo al que nos tienen acostumbrados nuestros políticos. La vida pública tiene mucho de corral de comedias, pero sin la grandeza de la función que vemos cada vez que nos sentamos en un patio de butacas. Hay notables diferencias, claro. Por ejemplo, hay más mentira en una sesión de control al Gobierno que en una representación del Fantasma de la ópera; más fantasía en una rueda de prensa de la ministra portavoz Pilar Alegría que en el Sueño de una noche de verano. Poca cosa son William Shakespeare y Gaston Leroux frente al verbo ágil y afilado de Óscar Puente, María Jesús Montero, Miguel Tellado, Gabriel Rufián, et alii.
Es cierto que la política es, sobre todo, una representación cada vez más guionizada a base de titulares y citas elaboradas por escritores fracasados que se ganan la vida inventando gracias como la fachoesfera, el fango, la derecha extrema y la extrema derecha o eso otro de me gusta la fruta. Con semejantes mimbres poco se puede hacer que no sea abochornar a quien lo escucha una y otra vez. Y, sin embargo, justo es reconocerlo, en el gran escenario que es la política española todos estamos representados, y no hablo del voto, que eso es, con permiso de Zp, asunto discutido y discutible. Me refiero a parecidos y similitudes. Nos cuesta reconocerlo, pero salvo que demos por bueno que los que se sientan en la Carrera de San Jerónimo sean marcianos, y lo parecen algunas veces, nosotros nos parecemos a ellos más de lo que no gustaría.
He conocido a tipos normales que han enloquecidos una vez decidieron dar el paso a entrar en política. Hace un tiempo escuchaba en la radio las reposadas e inteligentes reflexiones de Borja Sémper y Eduardo Madina. A Sémper lo engañó Feijóo y volvió al PP, y con su vuelta perdimos a un tipo culto y pertinente que hoy luce aburrido, previsible y disparatado. Madina, que se lo sabe, permanece en su sitio. O sea, fuera del escenario.
Acabo de ver en el teatro de La Abadía de Madrid la versión teatral del libro El Maestro Juan Martínez que estaba allí, uno de los más leídos del periodista Manuel Chaves Nogales, tanto tiempo olvidado y últimamente reivindicado, homenajeado y admirado desde que Andrés Trapiello desempolvó su obra, tan incómoda para los extremos, los fascismos y comunismos de su época…y seguramente que también de esta. Sabido es que en España enterramos y resucitamos con mucho arte y disimulo. El libro es todo un hallazgo, y porque lo es, se hace muy complicado afirmar que estemos ante una novela, un reportaje o las dos cosas al mismo tiempo.
Era todo tan disparatado, pero tan previsible, que Juan Martínez cuenta cómo vio a los cristianos de Kiev rezar para que volvieran los comunistas, porque los llamados blancos zaristas eran incluso peores
Juan Martínez, un bailarín flamenco de Burgos, que sin pretenderlo vivió para su desgracia la revolución bolchevique en Rusia. Simplemente le tocó estar allí por casualidad: “Así como entre a las personas decentes no se deja vivir a los ladrones, entre los ladrones no es posible ser persona decente, y terminé robando tanto o más que mis camaradas veteranos”. El maestro flamenco y bailarín buscaba trabajo, pero se encontró con una revolución en la que unas veces era invitado y otras, uno más de los revolucionarios; a veces rojo y bolchevique, a veces blanco y zarista. Y siempre con miedo y hambre y ganas para salir de Rusia. Juan Martínez está interpretado por el gran actor Miguel Rellán. Hasta el 22 de este mes, y en poco más de una hora, Rellán se encarga de contarnos lo que es y conlleva una revolución: violencia, asesinatos, checas, venganzas, denuncias, hambre, hambre y más hambre, y al final una palabra: desesperación. Era todo tan disparatado, pero tan previsible, que Juan Martínez cuenta cómo vio a los cristianos de Kiev rezar para que volvieran los comunistas, porque los llamados blancos zaristas eran incluso peores.
Las grandes obras convertidas en clásicos no pierden actualidad. Se pudieron leer antes de la guerra civil, como esta que les traigo, y ahora que es un libro de lectura obligada para los que buscan interpretaciones de la vida y de la Historia fuera de los extremos y el latido binario en que solemos funcionar los humanos. Los clásicos no pierden fuerza y son entendidos siempre, que esa es su singularidad. Rellán cuenta con mucha gracia, pero con mucha pena, como en Moscú, Petrogrado, Odesa y Kiev el pueblo aplaudía a los rojos cuando se hacían con la ciudad, y luego ese mismo pueblo volvía a aplaudir a los blancos zaristas cuando echaban a los comunistas.
Eso mismo es lo que ve uno por la televisión ahora que Siria vive momentos convulsos. Nos sirven imágenes en las que hace poco Bashar el Asad fue aplaudido por multitudes que llenaban calles y estadios en Damasco, Hasaka o Qamishli. Hoy, en esas mismas ciudades, multitudes similares aplauden la llegada del nuevo líder Al-Jolani. Del jefe de los rebeldes sabemos que es yihadista y que perteneció a una facción de Al Qaeda más menos siniestra, si eso fuera posible, lo que hace que haya que poner en cuarentena sus palaras cuando habla de una Siria libre.
Aquí tenemos a uno que dice tener cuerda para uno, dos, tres y más años. Lo dice porque lo puede decir. Porque sólo no está, que hay unos cuantos millones que siempre le acompañarán
La Historia termina repitiéndose y da igual que el escenario fuera Kiev o Damasco; París o Madrid. El pueblo siempre actúa porque siempre tiene un papel en esta función. Y también tiene su responsabilidad. Antes y ahora. Y se equivoca, muchas veces, sobre todo cuando se engaña, ignora, cuando ve y no quiere mirar. El maestro Juan Martínez que estaba allí es el testigo de un pueblo disparatado y enloquecido por el hambre y el miedo aplaudiendo una cosa y su contraria. Lo es tantos años después en otros pueblos que asumen con indiferencia y resignación los embates de los autócratas, demagogos y falsos que mandan y seguirán mandando con sus mentiras que llaman cambios de opinión. Aquí tenemos a uno que dice tener cuerda para uno, dos, tres y más años. Lo dice porque lo puede decir. Porque sólo no está, que hay unos cuantos millones que siempre le acompañarán. La última encuesta que he visto habla de un Psoe en su peor momento: ¡115 escaños! Que Dios dé vista y templanza a quien así titula la noticia.
Tal y como están las cosas, y ante el ataque cada vez más virulento a los medios independientes, uno espera que haya quien lo pueda contar con exactitud, que esto va para largo. Y si no, siempre habrá por aquí un Juan Martínez que, con algo de gracia y mucho miedo, nos recuerde está infame representación que ya dura demasiado.
En el libro de Chaves Nogales el flamenco bailarín, que no quería problemas en un país que no era el suyo discurre así: "Hice lo que me mandaron; puse cuidado en no perjudicar a nadie y pude esperar tranquilamente los acontecimientos".
Vale.
andaya
10/12/2024 15:08
Perdona, pero dices que Trapiello desempolvó la obra de Chaves Nogales? Vamos a dejarnos de tonterias y reconozcamos a María Isabel Cintas que es la que ha estudiado y buscado la obra del periodista desde la década de los 90. "A sangre y fuego" ya estaba recopilada en la Obra narrativa que realizó en Diputación de Sevilla María Isabel Cintas. Por qué no se le reconoce a esta señora el trabajo que ha realizado durante estos últimos 40 años?