Ignoro si las grandes palabras, utilizadas de aquella manera en la que los perezosos quieren sacar ventaja, servirán para lo que se proponen. Y también ignoro que esas mismas palabras sean tomadas en consideración entre aquellos que se piensan el voto del día cuatro de mayo. Cierto que hay muchos madrileños que saben lo que van a votar, incluso antes de que se convocaran las elecciones, que menuda desgracia la de votar lo que te echen, sea carne, sea pescado. Me sigue llamando mucho la atención cómo se entrega un voto por el peso de la sigla, la emoción, o lo que es peor, la memoria. Los que votan con la memoria y de memoria, a esos la campaña de Madrid que algunos llaman la batalla de Madrid, les parecerá el mejor espectáculo. Sic transit gloria mundi.
Cierto que otros madrileños, quizá unos cuantos cientos de miles, se lo estén pensando. Quizá duden entre un partido y otro. No tienen complejos, y tampoco se flagelan preguntándose por qué votan hoy un partido y otro ayer. Y sin embargo, las encuestas afirman que sus papeletas serán fundamentales ante el anuncio de un empate entre el bloque de la derecha y de la izquierda. Son estos electores los que se hacen un lío ante los mensajes que hablan de libertad, comunismo o fascismo. Intentan perfilar su voto, pero no se lo ponen fácil. Puede que no sepan que su desazón frente a una urna no será en vano. Las encuestas, todas, aseguran que los indecisos, los que dudan, los que se lo piensan hasta el último momento tienen la llave. No estoy seguro de que los partidos los tengan muy en cuenta.
Los frentes y los bloques
Me bajo. Me echa el aburrimiento, el hastío, el tráfago de los sedicentes y de lo previsible; me voy, salgo harto de soflamas y estrategias urgentes ante el fracaso del PSOE que, entre el susto y la muerte, ve cómo se cuela la alargada sombra de Más Madrid y su emergente estrella Mónica García. Huyo ante las invocaciones a la libertad, el de fascismo, el comunismo, los frentes, los bloques. Hablan de libertad, pero no explican qué quieren decir.
Y en esto llega Fernando Grande Marlaska, el ministro del Interior, al lado de la directora general de la guardia civil - ¡haciendo campaña! -, para calificar al PP de organización criminal. Marlaska, en otro tiempo tan próximo al PP, ha sobrepasado todas las líneas rojas de la decencia política. Miedo da pensar que un día volverá a su trabajo y vestir la toga.
En este ambiente no debe extrañarnos que haya candidatos que se niegan a ser entrevistados en determinados medios, tampoco que haya partidos, como el PSOE, que considera que sus periodistas no son lo suficientemente beligerantes. ¿Cómo hemos llegado a esto? Pues con la culpa de todos, pero sobre todo ante la incomparecencia de aquellos que teniendo en su mano y en sus palabras la magia de lo razonable decidieron callar.
A la caza del voto emocional
Callan algunos medios, y callan los candidatos en manos de sus asesores para los que sólo vale eso que llaman el voto emocional, o sea, el menos reflexivo y racional. Hasta donde sé, fueron esos asesores los que vía sms hicieron que los candidatos del PSOE y Mas Madrid secundaran la espantá de Iglesias en el debate de la SER.
No nos escandaliza que la directora de la Guardia Civil participe en un mitin, ni que a Gabilondo le estén haciendo la campaña desde Moncloa, que no desde la sede socialista de Ferraz. Tampoco que en el BOE se escriban soflamas editoriales en contra del PP. Mala cosa cuando las leyes se utilizan contra el enemigo, antes adversario, como si de repente hubiéramos vuelto a los años treinta del siglo pasado.
Que no cuenten conmigo. No tengo partido. No quiero participar en este juego que se ha convertido en un espectáculo en el que, por no faltar, no falta el concurso de Jorge Javier Vázquez al lado de Gabilondo. ¡Ángel, Ángel, qué rueda de molino te falta por tragar! ¡Ay ese Gabilondo metafísico y hermeneuta del "con este Pablo no, con este Pablo no". No habrá nadie en su familia que le diga que se han convertido en un ser de lejanías absolutamente irreconocible.
En manos de los extremistas
Por desgracia Ciudadanos se ha quedado sin opciones, y sin opciones se queda Madrid, que no será gobernada desde la moderación y el sentido común. Es una antigualla, una anomalía que vayamos a las urnas sin una ley que haga obligatorios los debates, sin un cara a cara entre los dos aspirantes que pueden gobernar, sin una ley que permita hacerlo a la lista más votada sin necesidad de buscar apoyos despreciables que terminarán por quitar el sueño a la mayoría de los ciudadanos.
España se ha convertido en un país inhabitable por la inacción y el odio recíproco que gastan los dos principales partidos, el PSOE y el PP. Si el PSOE depende de Podemos para gobernar y el PP de Vox sólo podremos constatar que los extremos, los radicales y los guerracivilistas del odio y la soberbia saldrán adelante.
Andrés Trapiello, en su monumental libro sobre Madrid, cuenta que el escritor Agustín de Foxá le dijo a Franco que él odiaba a los comunistas por haberse visto obligado a hacerse falangista. Qué bien se entiende hoy al escritor de Madrid, de corte a checa.
Es solo un voto, muy poco ya lo sé, pero es mi voto. El día que sepa con seguridad meridiana que no terminará en el bolsillo de Abascal o Iglesias, volveré. Decía Bergamín que "de un laberinto no se puede salir de cualquiera manera, sino de una sola manera: la de haber entrado". No creo que pueda decir nada más.