Opinión

Jugar con fuego

“La posibilidad histórica de ser presidente de Pedro Sánchez es una sonrisa del destino que me tendrá que agradecer”. La frase pertenece a Pablo Iglesias y fue pronunciada un 22

  • El presidente del Gobeirno, Pedro Sánchez.

“La posibilidad histórica de ser presidente de Pedro Sánchez es una sonrisa del destino que me tendrá que agradecer”. La frase pertenece a Pablo Iglesias y fue pronunciada un 22 de enero de 2016. Aquel día, mientras Felipe VI recibía en La Zarzuela al líder del PSOE y a Mariano Rajoy en la ronda de consultas reales para encargar la formación de Gobierno tras las generales de diciembre de 2015, Iglesias atrapaba los titulares con una rueda de prensa en el Congreso en la que vino a resolver la ecuación de un plumazo haciendo a Sánchez presidente del Gobierno (la “sonrisa del destino”), y reservándose para sí la vicepresidencia y un buen número de ministerios. Con su habitual desparpajo, el marqués de Galapagar se adjudicaba Economía, Trabajo, Defensa, Justicia, Sanidad, Educación, CNI, RTVE… “Hemos decidido tomar la iniciativa y dar un paso adelante. En este momento no caben medias tintas” (…) “Mi propuesta es ser vicepresidente con Pedro Sánchez de presidente” (…) “Debe ser un gobierno plural, proporcional a los resultados obtenidos y paritario” (…) “Me gustaría que Xavier Domènech fuera ministro de Plurinacionalidad”. Un rosario de perlas. Una humillación que Sánchez no ha perdonado. Desde entonces tiene el presidente en ficciones atravesado a un Iglesias al que aspira a destruir el 10 de noviembre.

Con similar inquina obsequia a Albert Rivera. 13 de septiembre de 2018. Sesión de control al Gobierno. Sánchez, listo para responder una pregunta sobre Cataluña -la que el líder de Ciudadanos había registrado-, se vio sorprendido por un cambio de tercio que sobre la marcha improvisó Rivera, lanzando una carga de profundidad sobre la autoría de la tesis del “Doctor Cum Fraude”: “Hay dudas razonables sobre su tesis doctoral, ¿por qué la oculta? Por el bien de la Universidad, haga pública su tesis y no vete la ley que obligue a publicarlas”. Como un niño privado de pronto de su juguete favorito, como en esos debates en tv en los que pierde los papeles cuando alguien le canta las cuarenta, Sánchez monta en cólera. Con gesto duro, los maxilares tensionados, el dedo índice apuntando su carga de ira hacia la bancada naranja, el socialista trata de reponerse de la sorpresa amenazando a Rivera con un “te vas a enterar” que después intenta desmentir. “Desde entonces no lo soporta”, sostiene gente varia del propio PSOE.

Han sido cinco meses perdidos en el entramado de cartón piedra montado por un tahúr dispuesto a embaucar al personal con la tinta de calamar de falsas ofertas de pacto

¿Cómo podría Sánchez formar Gobierno con unos líderes –en las antípodas ambos del espectro ideológico- a los que personalmente detesta? Tal parece empeño imposible incluso para alguien con tan pocos escrúpulos como el líder socialista, un político que ha crecido mucho en los últimos tiempos, que no se parece en casi nada al esforzado quijote empeñado en peregrinar por las agrupaciones socialistas de media España, tras ser expulsado de la secretaría general por sus propios conmilitones en el otoño de 2016. Instalado en la Moncloa desde junio de 2018, sin control parlamentario alguno, durante los últimos 16 meses el personaje ha hecho un auténtico máster –este sí, de verdad- en alta política viajando por Europa del brazo de Macron y Merkel; un Erasmus de año y pico con cargo a los impuestos de los españoles. Ha aprendido el funcionamiento del aparato del Estado y se ha acostumbrado a codearse con los grandes. No se ha hecho mejor persona, sino peor enemigo. Su ambición no ha menguado, sino al contrario. Su soberbia tampoco. Valiente, rápido de reflejos, desahogado en la réplica, sin contrapeso alguno en el partido, sin sentido de Estado y dispuesto a utilizar las instituciones en su personal provecho, con el froidiano superyó magnificado por el sirope de la adulación, Sánchez Castejón se ha convertido en un enemigo formidable para sus contrincantes políticos.

Han sido cinco meses perdidos en el entramado de cartón piedra montado por un tahúr dispuesto a embaucar al personal con la tinta de calamar de falsas ofertas de pacto, negociaciones fallidas por principio y rondas de reuniones con “asociaciones civiles” todas de izquierdas y casi todas subvencionadas con cargo a los PGE. La decisión estaba tomada desde que el 29 de abril se levantó el telón en este gran teatro de pícaros. Si el amo del casino demoscópico asegura al fullero que dispone de un 80% de posibilidades de ganar en la ruleta de los votos si vuelve a apostar, el ventajista apostará sin dudarlo despreciando los riesgos del empeño. A tomar viento la formación de Gobierno y a elecciones de nuevo. A jugar, como buen tahúr. 

¿Cinco meses perdidos? Depende. Son mayoría los expertos que sostienen que si la economía española, a pesar de hallarse en una senda de franca desaceleración, ha seguido creciendo y manteniendo un diferencial positivo respecto a nuestros socios de la UE, se ha debido precisamente a la parálisis de gran parte de las iniciativas planteadas por el Gobierno en funciones. En otras palabras: la formación a su hora de un Gobierno de coalición PSOE-Podemos hubiera empeorado significativamente la situación. Salvados, pues, por la campana de la desvergüenza de uno y la arrogancia de otro. No tienen sentido por eso, o lo tienen solo en parte, los lamentos de tantos empresarios cuando denuncian los efectos perversos sobre sus negocios de la actual “inestabilidad” política. Se van a enterar, nos vamos a enterar, de lo que es “estabilidad” cuando gobierne Sánchez, si es que alguna vez consigue formar Gobierno. Nos enteraremos cuando comience a aplicar el Plan de Estabilidad remitido a la Comisión Europea, y cuando empiece a adoptar las medidas populistas contenidas en esas disparatadas 370 iniciativas con las que supuestamente pretendió engatusar a última hora a Juntas Podemos. Nos enteraremos sin remedio el día que empiece a tirar del gasto público y a subir impuestos.   

Regalos electorales    

El diario El Mundo denunciaba este viernes que el Ministerio de Trabajo ha evacuado consultas a la Abogacía del Estado en orden a urdir la apoyatura jurídica suficiente para poder revalorizar las pensiones conforme al IPC en plena campaña electoral, dando así esquinazo al índice de Revalorización que legalmente las fija en el 0,25% mientras la Seguridad Social permanezca en la bancarrota. El Tesoro pagó este agosto 9.681,52 millones en concepto de pensiones, con un aumento del 5,03% con respecto al mismo mes de 2018, una estructura asistencial insostenible en el medio plazo para un Estado que todos los años necesita pedir prestado a los mercados cerca de 40.000 millones (10.251 en el segundo trimestre del año) de nueva deuda simplemente para mantener abierto el chiringuito. Ayer mismo, sábado, Pablo Casado acusó a Sánchez de “comprar el voto” por pretender liberar de prisa y corriendo los 7.200 millones de financiación autonómica hasta ahora bloqueados. Al parecer, la ministra de Hacienda en funciones, Marisú Montero, está dispuesta a desembolsar las entregas a cuenta (4.700 millones) y la liquidación del IVA (2.500) en pleno frenesí preelectoral, después de haber esgrimido que era imposible hacerlo al estar en funciones.

Habrá que atarse los machos ante la nueva oleada de “viernes sociales” que se avecina. La pasada se tradujo en dos rejones de muerte aplicados a una economía que, con sus dudas, seguía transitando por el ciclo expansivo iniciado en el cuarto trimestre de 2013. Por un lado, el aumento de los costes salariales de las empresas (subidas del SMI en 2018, sueldo de los funcionarios, y cotizaciones sociales), que ahora mismo están creciendo a un ritmo tres veces superior a la media de los países de la OCDE, lo que, sin paralelos aumentos de la productividad, supone una puñalada a la competitividad de nuestras empresas que dañará su posición exportadora. Por otro, el gasto presupuestario, que crece a un ritmo anual del 5%, un exceso desde todos los puntos de vista considerando, además, que los de Montoro, eternamente prorrogados, ya eran expansivos. La consecuencia es que nadie cree que España pueda cumplir este año el objetivo de déficit público suavizado al 2% gracias a la manga ancha de Bruselas.

Nuestros políticos están jugando con fuego, aunque es justo reconocer la especial responsabilidad del señor que alimenta la caldera como presidente en funciones

La consecuencia es que, a la vuelta del 1 de enero de 2020, el nuevo Gobierno, si es que para entonces hay alguno, se enfrentará a un panorama muy preocupante. La economía española tiene carrete para seguir creciendo -por la cuesta abajo de la desaceleración, cierto- durante lo que resta de 2019 y una parte del 20, con independencia de los shocks exteriores que puedan afectarla, pero a partir del otoño del próximo año lloverá el llanto de una nueva crisis sobre una sociedad que no está en absoluto preparada, quizá tampoco dispuesta, para afrontar otra recesión de intensidad siquiera parecida a la soportada a partir de 2008. Nuestros políticos están jugando con fuego, aunque es justo reconocer la especial responsabilidad del señor que alimenta la caldera como presidente en funciones. Si todo sale como vaticinan las encuestas, Sánchez se verá obligado a elegir de nuevo, salvo sorpresa mayúscula, entre Rivera e Iglesias, dos líderes a los que detesta con ese odio africano que traslucen sus mandíbulas tensionadas cuando la menor contrariedad le sobreviene. Problemas de sueño a la vista. Nadie duda de que una solución de Gobierno PSOE-Ciudadanos caería sobre este país como agua de mayo. Si la alternativa, por el contrario, terminara siendo Podemos, entonces sí tendríamos que echarnos a temblar. Entonces se iban a enterar los empresarios, y con ellos el resto de mortales, de lo que significa “estabilidad” con Pedro Sánchez Castejón.

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