Opinión

La energía también se presenta a las elecciones europeas

En España, las instituciones europeas y las elecciones al Parlamento Europeo no son demasiado populares. Conocemos y nos interesamos mucho más por la polític

  • La vicepresidenta tercera y candidata del PSOE a las elecciones europeas, Teresa Ribera. -

En España, las instituciones europeas y las elecciones al Parlamento Europeo no son demasiado populares. Conocemos y nos interesamos mucho más por la política nacional. En parte es lógico por una cuestión de cercanía. Además, la gran burocracia europea se ha asentado en un sistema político que reparte la soberanía entre los estados miembros y los ciudadanos. Por ejemplo, la Comisión Europea (poder ejecutivo) se conforma con una propuesta de los estados aprobada por el Parlamento. Todo esto nos ha alejado de aquella ilusión europeísta que vivíamos en los años 80 y 90 del siglo pasado. Sin embargo, debemos ser conscientes de que cada vez más, decisiones que nos afectan directamente se toman en las instituciones europeas o con criterios marcados por éstas.

Actualmente, el Parlamento Europeo se compone de siete grupos políticos, más el denominado No Inscritos (equivalente a nuestro Grupo Mixto). Esta institución está actualmente liderada por el pacto entre el European People's Party (EPP por sus siglas en inglés, en cuyas filas se integra el PP), con 176 eurodiputados; Socialist & Democrats (S&D por sus siglas en inglés, al que se adscribe el PSOE), con 139 y Renew Europe (RE por sus siglas en inglés, con integrantes de Ciudadanos). En cuanto a la Comisión Europea, se compone de 27 miembros, uno por cada estado y está sustentada en la citada mayoría. Sin embargo, atendiendo a los sondeos, tras los resultados de los comicios de junio, se esperan cambios significativos en los actuales equilibrios.

En la nueva legislatura, el EPP afianzaría su liderazgo, lo que daría mucho peso a la candidata española Dolors Monserrat (PP), en cualquiera de los escenarios. Aunque la única ecuación estable sería revalidar el pacto actual, la existente polarización social podría dejar fuera al S&D, dificultando las aspiraciones de Teresa Ribera (PSOE) de convertirse en comisaria. Y es que, en caso de que los partidos a la derecha del EPP, ECR (los conservadores) y el ID (ultraderecha) materialicen la fuerte subida que les otorgan los sondeos -incluso podrían unirse en un solo grupo-, se convertirían en la segunda fuerza del arco parlamentario europeo. En todo caso, no va a ser un sudoku fácil de resolver.

La energía es actualmente uno de los elementos más politizados del debate público. Es lógico, ya que al habitual peso e influencia económicos que siempre ha tenido el sector, se le ha añadido en últimos años una fuerte carga ideológica. Esto no tiene pinta de que vaya a cambiar, incluso se puede acentuar.

Y, aunque parafraseando a Clemenceau, la energía es lo suficientemente importante como para no dejarla en manos de los políticos, lo cierto es que debería tener una gran prioridad en la agenda política de la legislatura. La pasada crisis energética, con precios elevados y graves riesgos de abastecimiento, puso de manifiesto las debilidades de la UE en esta materia: carencia de una regulación energética eficaz frente a situaciones de crisis, falta de planificación, fuerte dependencia del gas ruso y falta de autonomía energética. Es evidente, por tanto, que esa prioridad no es un capricho, sino una necesidad perentoria. Sea como fuere, cualquiera que sea la ideología predominante en la próxima legislatura europea, deberían tener en cuenta algunas cuestiones, a mi juicio relevantes.

Energía y geopolítica

La UE, que parecía haber olvidado la importancia de este binomio, ha vuelto a recordarlo tras el estallido de la guerra ruso-ucraniana. Y es que no deja de resultar paradójico que, a pesar de las innumerables advertencias, la UE alcanzase un grado tan elevado de dependencia rusa. Es este sentido, la UE debería replantearse seriamente su estrategia al respecto. En palabras de Miguel Stilwell, CEO de EDP, "es una vergüenza que haya sido más fácil construir un gasoducto entre Alemania y Rusia que conectar España con Francia". Y es que, en muchas ocasiones, las actuaciones de los o países contradicen los objetivos de la Unión.

Sirva de ejemplo lo sucedido en el año 2022, cuando el gobierno español enterró el proyecto del MidCat, privando así al resto de la UE de la posibilidad de aprovechar la elevada capacidad gasista española, que tanta falta hizo con el estallido del conflicto bélico. Este gasoducto entre España y Francia también habría disminuido el aislamiento de la Península, por el que luego hay que aprobar “excepciones ibéricas” en materia energética.

Sin un mercado único europeo, Europa es un pigmeo energético, vulnerable, cuya industria y bienestar siempre van a estar secuestrados por terceros países, que no siempre traen buenas intenciones

El motivo clave de la renuncia española fue la habitual oposición francesa a las interconexiones con España. Y Pedro Sánchez hizo valer la expresión “a rey muerto, rey puesto” presentando el proyecto BarMar, corredor de hidrógeno que unirá España con Francia. Anoten: esto no será antes de 2030, une Marsella con Barcelona (esperemos que para entonces no se haya cumplido el Catalonia is not Spain) y fiamos el proyecto a que Francia cumpla su palabra y no acabemos archivando el BarMar junto al MidCat.

En todo caso, desengáñense, no existirá un mercado único energético, y sin dependencias extranjeras, sin una buena infraestructura interconectada de redes eléctricas y de gas. Y sin ese mercado único, Europa es un pigmeo energético, vulnerable, cuya industria y bienestar siempre van a estar secuestrados por terceros países, que no siempre traen buenas intenciones.

Energía y política industrial

Se ha asentado la verdad indiscutible de que la independencia energética se basa en la independencia de los combustibles. En consecuencia, eliminando petróleo, gas y nuclear, combustibles fundamentalmente importados, conseguiríamos la ansiada autonomía. Sin embargo, mantenemos una fuerte dependencia de las industrias exteriores en el campo de las infraestructuras de generación. Y, eso, por no hablar de la necesidad de determinadas materias primas y tierras raras.

Por ello, la política energética debe ir íntimamente ligada a la política industrial y estar diversificada. De nada sirve ser autónomo en combustible (viento y sol) si no lo somos en aerogeneradores, placas fotovoltaicas y sistemas de almacenamiento. De igual manera, de nada sirve esa autonomía, si los costes energéticos restan competitividad a las industrias consumidoras de esa energía. El mismo razonamiento cabe aplicar al vehículo eléctrico. ¡Estamos subvencionando la compra de vehículos eléctricos fabricados en países ajenos a la UE! Los japoneses, los chinos y los americanos tienen que estar encantados de que financiamos sus puestos de trabajo en detrimento de nuestra propia industria.

Eso sí, aquellas tecnologías que nos aportarían diversificación de fuentes y soberanía y seguridad energética, como la energía nuclear o los combustibles renovables, se abordan con muchas reticencias.

Una legislatura difícil

No tenemos por delante una legislatura tranquila. Hay mucho por hacer y algunas decisiones que repensar. Los sondeos anuncian un crecimiento de las opciones políticas más euroescépticas y existe un fuerte rechazo social a la revalidación del actual pacto de gobierno europeo. Si estos sondeos se consolidasen, el nuevo parlamento y el ejecutivo subsiguiente deberían hacer una profunda reflexión.

Sea como fuere, no es fácil acotar las prioridades energéticas de la Unión, pero creo que es imprescindible que el futuro discurra por un camino respetuoso con estos tres principios:

-Una política energética compatible con el mantenimiento de nuestras industrias y basada en criterios técnico-científicos y no ideológicos.

-Una estabilidad regulatoria que garantice el retorno de las inversiones, a ser posible sin subvenciones. En este sentido, deberíamos avanzar en la implementación del Pacto Verde Europeo (Green Deal) antes de agrandarlo.

-Neutralidad tecnológica. Este criterio está íntimamente ligado con la estabilidad regulatoria, con la política industrial y con eliminar subvenciones a cargo del presupuesto de la UE. La UE debe regular los objetivos, pero dejar a la iniciativa privada la manera de alcanzarlos. La expectativa de futuras regulaciones o subvenciones paraliza el desarrollo tecnológico y las nuevas inversiones.

No olvidemos que la Unión Europea nace en torno a la energía, dos de sus tres Tratados Constitutivos son energéticos (CECA y EUROATOM). Y ahora probablemente el mayor desafío que tiene por delante sea buscar el mejor equilibrio posible al trilema energético: competitividad, seguridad de suministro y descarbonización.

Francisco Ruiz Jiménez ha sido consejero y miembro del comité de dirección del grupo REDEIA

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli