De tanto hablar, cavilar o escribir sobre el coronavirus que ha provocado el confinamiento corremos el peligro de creer que la única enfermedad existente se llama Covid-19. Esta epidemia es tan devastadora y sus consecuencias sobre nuestra vida diaria son tan severas que no somos capaces de pensar en otra cosa. Vivimos hipnotizados. Cada idea de nuestra cabeza está gobernada por el virus, de manera que, por ejemplo, si pensamos en los hospitales solo nos preocupamos de los muchos enfermos de la pandemia, cuando en realidad están llenos de otros enfermos.
Esos otros enfermos no existen. O eso parece la mayor parte del tiempo. Te preocupas de tus novedosas incomodidades y no reparas en ellos hasta que te impacta violentamente algún caso conocido o cercano. Hasta que te salpica. Cuando te cuentan que tu amiga Raquel está hospitalizada junto al bebé que lleva dentro sin que tu amigo Quique ni los padres de ella puedan siquiera visitarla. O cuando tu pareja te cuenta que su abuela va a ser hospitalizada y ninguno de sus cinco hijos va a poder acompañarla en la habitación.
Por pura lógica, en los hospitales también sigue muriendo gente por otros motivos que nada tienen que ver con la Covid-19. Lo que sí tiene que ver con el virus es que en esos casos, por culpa del colapso hospitalario de un sistema que no es el mejor del mundo, tampoco la familia puede despedirse de ese anciano que expira. Pienso, por ejemplo, en que Javi no pudo visitar a su abuelo en el hospital. Lo mismo que le pasó a David con su abuela. Ambos tampoco pudieron acudir a los entierros, claro. En eso sí pensamos, en cómo están siendo los entierros (o cómo no están siendo, mejor dicho), porque la parca iguala a todos, más allá de los motivos concretos.
Los políticos mencionan a los muertos y a los contagiados por el coronavirus. Es lógico. Pero no hablan de estos otros enfermos. Ni Sánchez en sus homilías sabatinas ni los ministros o el doctor Simón en sus ruedas de prensa ni Casado o Abascal en sus críticas al Gobierno
Los políticos mencionan a los muertos por coronavirus, aunque sea convertidos en una gélida cifra que desnaturaliza su muerte, y también a los contagiados. Es lógico que así sea. Porque la consecuencia más directa de la pandemia es esa explosión de decesos que parece no tener fin. Y porque esos infectados que están aislados, sea en las UCI, en las habitaciones o en sus domicilios, necesitan palabras de ánimo que no les van a curar pero quizás sí les harán sentirse mejor.
No escucho a los políticos, en cambio, hablar de estos otros enfermos. Ni Sánchez en sus homilías sabatinas ni los ministros o el doctor Simón en sus ruedas de prensa ni Casado o Abascal en sus críticas al Gobierno. Por mucho que me pare para intentarlo, no distingo ni voces ni ecos que al menos citen a esas personas que han visto pasar la muerte de cerca estos días al sufrir un infarto o un ictus. También ellos están aislados en sus habitaciones. También ellos sufren las consecuencias, aunque sea indirectas, de esta maldita crisis.
Tampoco escucho ni una sola palabra de los representantes públicos sobre los miles de enfermos de cáncer que están recibiendo esos tratamientos tan agresivos. Nada sobre los enfermos crónicos que tienen que visitar el hospital tres veces a la semana para enchufarse a una máquina. Nada sobre todas esas senilidades que van apagando a muchos de nuestros mayores y minando a sus familias. Nadie dice algo sobre ellos, aunque sea un mero recordatorio, en la tele.
Rara vez se habla de esto en los medios, siempre tan centrados en la agenda que marcan los políticos. Pero sí se habla de los otros enfermos en las quedadas virtuales, las videollamadas o los chats
Hay cosas que el confinamiento no cambia. Porque no escuchamos todo eso en boca de los que mandan y, por supuesto, rara vez aparece en los medios de comunicación, siempre tan centrados en la agenda que marcan los propios políticos. Por el contrario, de todo ello sí hablamos en los hogares. En las quedadas virtuales, en las videollamadas o en los chats de WhatsApp sí se habla de los otros enfermos. Porque casi todos tenemos algún caso cerca. Porque también ellos son nuestros enfermos. Nótese que los políticos, en cambio, solo utilizan ese "nuestros" ("nuestro pueblo", "nuestro país", "nuestros muertos") cuando quieren sacar algún beneficio.
En las últimas horas se multiplican las personas que legítimamente empiezan a preguntarse por qué aplaudimos cada día a las ocho. Creen que la situación es demasiado dramática y preocupante como para participar de ese rito colectivo del aplauso. Arguyen que salir a los balcones a hacer ruido es un gesto infantil o que no sirve para cambiar nada y exponen que los médicos solo hacen su trabajo. Están en su derecho de pensar así, por supuesto. En mi casa vamos a seguir saliendo a las ocho cada día para aplaudir a los médicos. Incluso, es posible que yo lo siga haciendo después del confinamiento. Porque ellos van a seguir dejándose la piel por los enfermos de coronavirus y por los otros enfermos.