Este país, infectado por un virus que nace en las televisiones y para el que no hay remedio, ha decidido suicidarse lentamente. Muy lentamente, de tal forma es así que el final es inapreciable y trae consigo la irrefutable consigna de que, de llegar, llegará para otros. Convencidos de que lo urgente es lo único importante, nos hemos dado con placidez a la contemplación de una realidad ensombrecida por la actualidad, un estado de cosas que nos hace intuir que la situación es grave, pero que no es para tanto. Un punto en el que creemos que no hay mal que no sea pasajero. Un universo enano en el que hemos entregado la llave a un ejército de perillanes y de descuideros de la política que pretenden ordenar nuestras vidas mientras nosotros miramos cómo van pasando los días. Lo dice bien el poeta Félix Grande: El tiempo habrá labrado/ paciente, tu fracaso/ mientras faltabas, mientras ibas/ ingenuamente por el mundo/ conservando como recuerdo/ lo que era destrucción subterránea/ ruina.
La política española, y con ella la propia vida se batasuniza, desagradable neologismo este que explica bien el límite en el que estamos. Jugando con las cosas que no tienen repuesto. Instalados en las oportunidades perdidas y entretenidos en quitar las moscas de la cabeza del toro. Que la faena la hagan otros. Ni siquiera los sociólogos se ponen de acuerdo en cómo hemos llegado a una situación como la actual en la que, sabiendo como sabemos que estamos mal o muy mal, nos haya dado por vivir como si fuéramos alemanes, qué digo alemanes, holandeses como mínimo. Y sin embargo la estadística, fría y certera, nos recuerda que los trabajadores jóvenes están cobrando hoy salarios hasta un 50% inferiores a los que recibían a su edad en 1980. ¿Quieren otra? La adelantaba ayer Francisco Núñez en Vozpópuli: En España hay 105.000 parados de más de 45 años que no han trabajado nunca. Pero esto no interesa. ¿Qué votarán en Madrid los jóvenes que están dentro de semejante realidad y qué los parados de 45 años que no saben aún lo que es un salario? Cuántos de estos dan palmas al transitivo presidente del vacunar, vacunar y vacunar. Mejor será no insistir por ahí.
Cantó, el gran problema de España
Empezar la semana es siempre un ejercicio que exige algo de esfuerzo y determinación. Se hace aún más duro si al despertar uno mira los absurdos mensajes de su móvil -un día de estos me daré de baja de whatsapp, o mejor, lo tiraré al estanque del Retiro-; pone la radio después y te cuentan que este país de colas del hambre y vacunas; de millones de parados y cientos de hogares sin ningún ingreso tiene un problema. Un gran problema: que un actor metido a político -¿o quizá un político metido a actor?- que antes militó en Ciudadanos, y antes en UPyD y ahora en el PP y mañana Dios dirá, no puede ser candidato porque un magistrado ha descubierto que le faltan requisitos. A él, y a Agustín Conde. El primero fue hasta ayer mismo diputado en las cortes valencianas, el segundo alcalde de Toledo. Un juez de Jueces para la Democracia, y no lo escribo en balde, no entiende que entre las grandezas de Madrid esté que sus gentes permitan que te puedan pedir el voto sin necesidad de mirar el DNI de nadie. Ahora que sabemos las razones, igual nos da por parecernos a Cataluña o al País Vasco, lugares en que no basta con ser español para poder ir en una lista.
Y perdonen la digresión, que yo estaba en lo intrincado que es el arranque de la semana tras mirar el móvil y poner la radio. No puede ser, me digo, que nuestro problema sea este, el del actor que no será diputado por Madrid, pero, que de ganar las elecciones Ayuso, será consejero o alto cargo, yo qué sé, cualquier dádiva al uso tan propio de la política española.
Gabilondo empieza a parecerse a Sánchez
No puede ser, vuelvo a decirme, que el PSOE madrileño venda esto como un logro. ¿En qué beneficia a un madrileño que Cantó y Conde no vayan en la lista del PP? ¿Cómo es posible que semejante asunto abra los informativos en algunas radios y merezca letra de titular en los periódicos? Despacio, lentamente, sin prisas pero sin pausas vamos camino de una enfermedad colectiva en la que los pocos que quedan fuera han decidido guardar silencio. Estos pocos, de vez en cuando nos ponen el espejo de la realidad frente a los ojos, pero pasan por descastados, cuando no por desequilibrados, fachas, aventureros de la nada, predicadores sin parroquia. Han dimitido convencidos de que el sombrero nos pesa más que la cabeza, que dice Quique González en una de sus magníficas canciones.
Madrid, la batalla de Madrid en la que Pablo Iglesias busca fascistas que justifiquen su verbo fácil y errabundo; el combate capitalino en el que Ayuso se ha quedado con la palabra libertad; la contienda en la que Edmundo Bal clama en el desierto pidiendo que se dejen de batallas y enfrentamientos, de comunistas y fascistas, y pónganse a proponer lo que de verdad interesa; la lucha madrileña en la que Sánchez se presenta sin necesidad de ir en una lista, para que aprendan Cantó y Conde cómo hay que hacer las cosas. Es tal la obsesión del presidente por competir con Ayuso que ha desfigurado al señor soso y formal que es Gabilondo, hasta el punto de que el catedrático de Filosofía se parece cada día más al doctor de la polémica tesis. El candidato oficial tan áspero y disperso como el oficioso. El mundo al revés.
Vacunar y vacunar; mentir y mentir
El presidente en campaña, y con un verbo en la boca que repite por doquier, vacunar, vacunar y vacunar en un país en el que hay enfermeros y sanitarios suficientes, pero en el que no hay vacunas. Vacunar, vacunar y vacunar. Mentir, mentir y mentir. Por mentir el presidente conseguía aplausos el pasado fin de semana cuando les dijo a los suyos que el PSOE está por sacar leyes sociales, como por ejemplo el Ingreso Mínimo Vital que otros no apoyaron. Fue decir esto y venga aplausos. Pero sucede que no hubo ningún partido que el día que se votó el IMV se opusiera. Vox se abstuvo, los demás lo apoyaron. ¡Pero cómo aplaudían, que manera de calentar palmas ante la mentira y la difamación! La libertad es vacunar, vacunar y vacunar. La libertad, presidente, es entre otras cosas decir la verdad. Y no la media, que es la peor de las mentiras.
La pandemia como arma electoral
Madrid, cuyos datos puso en cuestión sin ninguna información, está vacunando, como mínimo, con el mismo acierto y decisión que otras regiones socialistas, pero él tiene otra verdad. La suya, que vale lo que vale desde aquel día en que nos dijo aquello de que no podría dormir con Podemos dentro del Gobierno. Y con 107.000 españoles muertos por el coronavirus y siendo el presidente de España, ¿cómo se dormirá? Vivimos instalados en la intoxicación. Los datos de Madrid son falsos dice Sánchez en África, y un grupo de compañeros repite desde allí la insinuación sin que nadie le diga: Oiga, presidente, si son falsos cuáles son los ciertos. La pandemia como arma electoral.
Pero es que si Madrid está como asegura, habrá que recordarle que también es el presidente de Madrid, porque lo es de toda España. Recuerdo con frecuencia, y no por agrado, una frase de Sagasta certera y triste que nos acompaña desde el siglo XIX. Desde que la pronunció estamos en lo mismo, instalados en una especie de tautología factual que da la razón al que fuera varias veces presidente del Gobierno: Yo no sé adonde vamos, pero si sé que doquier que vayamos perderemos nuestro camino. Y si no, que se lo pregunten a los 2.500 jueces españoles -la mitad de los que hay en España- que ayer escribieron a la Comisión Europea para alertar del riesgo al que se ve sometido el Estado de Derecho por la reforma del Poder Judicial que pretende el Gobierno. Ya saben, jueces y magistrados fachas que se creen por encima del bien y del mal. Da un no sé qué pensar que lo de Sagasta es de hace 150 años pero lo de los 2.500 jueces y magistrados es de ayer. Quizá sepamos demasiado bien hacia dónde estamos yendo y no lo queramos saber. Quizá. La vida sigue a pesar de todo, y este miércoles el Madrid juega en Liverpool su pase a la semifinal…