Opinión

España necesita un Mario Monti

Los síntomas de decadencia y descomposición se multiplican sin freno

  • Mario Monti, un ejemplo

Es evidente que la Divina Providencia ha abandonado a España desde el infausto año 2004 y, desde entonces, nos hace pagar los pecados que cometimos tras la muerte de Franco al configurar un sistema político e institucional que, debido a sus lagunas, contradicciones y grietas, desarrollado y administrado además por dos partidos sistémicos que nunca han comprendido la verdadera naturaleza de los problemas que han ido surgiendo a lo largo de las últimas cuatro décadas, nos ha traído hasta el actual desastre en el que cada día debemos pellizcarnos para convencernos de que estamos despiertos y no sumidos en una dantesca pesadilla.

Jehová castigó al Faraón transformando el agua del Nilo en sangre, matando en masa al ganado, soltando nubes voraces de langostas, desplegando oleadas de mortificantes piojos y, culmen de la crueldad, segando prematuramente la vida de los primogénitos, entre otras terribles plagas. Para disciplinar a los españoles del siglo XXI le ha bastado con enviarnos a José Luis Rodríguez Zapatero y a Pedro Sánchez, dos jinetes apocalípticos a los que han bastado catorce años -con un paréntesis decepcionante entre los dos dominado por la pasividad y la indolencia- para hacer de nuestra Nación un despojo endeudado hasta las cejas, pasto de sus peores enemigos externos e internos, moralmente desarbolado e irrelevante en el mundo.

El Partido Popular, tras emitir quejas rituales, se presta a semejante humillación y su máximo responsable acude dócil a la llamada de su ofensor, se fotografía estrechando su mano y permite que se le utilice vilmente para proyectar una imagen de falta de dignidad y de sumisión a un autócrata barriobajero

La pregunta obligada es si existe algún motivo de esperanza, si un futuro vuelco electoral nos puede devolver al ámbito de la racionalidad, de la eficiencia, de la honradez, del cumplimiento de la ley y de un saludable y sereno patriotismo. Por desgracia, la respuesta no resulta, hoy por hoy, alentadora. Véase un reciente ejemplo, aparentemente de relativa relevancia, pero de profunda significación: el íncubo de La Moncloa convoca una ronda de consultas de grupos parlamentarios para (no) explicarles la necesidad de un fuerte aumento del gasto en defensa y les concede media hora a cada uno sin excepción, es decir, poniendo al primero de ellos, con más escaños en el Congreso, por cierto, que el partido del convocante y con mayoría absoluta en el Senado, al mismo nivel que otros de tamaño minúsculo incluyendo a golpistas y a filoterroristas. Ante tal vejación y muestra intolerable de desprecio, el Partido Popular, tras emitir quejas rituales, se presta a semejante humillación y su máximo responsable acude dócil a la llamada de su ofensor, se fotografía estrechando su mano y permite que se le utilice vilmente para proyectar una imagen de falta de dignidad y de sumisión a un autócrata barriobajero, que muestra así su maligno poder sin trabas. ¿Cómo no advierten en la planta séptima de Génova 13 que no deben caer en tan aviesa trampa y que han de exigir a la hora de aceptar o no la llamada del pseudodoctor un trato concordante con su representación en los planos nacional, autonómico y municipal sin jamás consentir que se les insulte públicamente de forma deliberada y alevosa?

Los síntomas de decadencia y descomposición de una democracia europea que en 1978 inició una senda pletórica de entusiasmo, energía y optimismo y que contaba y cuenta todavía con numerosos elementos en todos los órdenes que le permitirían ocupar un lugar muy destacado en los índices internacionales de prosperidad, seguridad, calidad de vida y prestigio, se multiplican sin freno y cada día nos invade el desaliento ante la cantidad de corruptelas, renuncias, traiciones, vilezas y muestras deprimentes de incompetencia de una clase política que, con las obvias excepciones conocidas, ha ido descendiendo en nivel intelectual, ético y humano hasta cotas tristemente ínfimas.

El nombramiento de una indiscutible figura del ámbito empresarial, militar, jurídico, profesional o funcionarial, dotado de las necesarias cualidades, reputación y experiencia para presidir un gobierno técnico que diseñe y ejecute con el respaldo de ambas Cámaras un ambicioso programa de rectificación

Quizá ha llegado la hora en la que, como hicieron con notable altura de miras los procuradores de las Cortes franquistas en 1977, nuestros gobernantes, diputados y senadores del conjunto del arco parlamentario reconozcan su impotencia y su fracaso y, conscientes de la inviabilidad de la recuperación nacional si siguen en el poder. soliciten al Rey el nombramiento de una indiscutible figura del ámbito empresarial, militar, jurídico, profesional o funcionarial, dotado de las necesarias cualidades, reputación y experiencia para presidir un gobierno técnico que diseñe y ejecute con el respaldo de ambas Cámaras un ambicioso programa de rectificación de los múltiples errores, insuficiencias y carencias que hemos padecido desde la Transición hasta la fecha. Así se hizo en Italia, en noviembre de 2011, cuando el Parlamento designó a Mario Monti presidente del Consejo de Ministros para que pusiese orden en el caos entonces reinante en la república transalpina.

Se me dirá que una muestra de patriotismo y de nobleza de espíritu de este calibre es impensable precisamente por el tipo de políticos que padecemos y, sin duda, esta objeción tiene sólido fundamento. Ello no obsta para que esta reflexión refleje el desánimo y el pesimismo de millones de nuestros conciudadanos que no ven una salida a la sarta de despropósitos en la que vivimos inmersos.

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