Uno mira las fotos y lee las declaraciones de víctimas y allegados que estos días han aparecido en todos los medios y no puede evitar encogerse. Euskadi es un lugar pequeño y algunas de esas fotos son de personas a las que conozco y otras de familiares de personas asesinadas a las que conocí en vida. Luego están las fotos de los grandes atentados, como la del guardia civil ensangrentado que lleva en brazos una niña herida en el cuartel de Vic, que siempre me impactó y lo sigue haciendo. Las víctimas son algo tan enorme, injusto y terrible que ante ellas el resto de ideas y reflexiones palidecen, más en estos momentos.
Sin embargo, la desmesura de ese dolor y el recuerdo de tanta infamia no nos debería hacer olvidar que quien lo desató no mataba porque sí, sino que tenía un plan, sin duda delirante, pero real, para alcanzar el poder. ETA asesinaba, secuestraba y amenazaba para dominarnos, para crear un estado tiránico en un País Vasco que planeaba gobernar bajo la dictadura de una identidad única y excluyente, en la que, además de los asesinados, sobrábamos también todos los vascos que no estuviéramos dispuestos a obedecer.
Aunque nacida en los últimos tiempos de la dictadura, ETA siempre tuvo claro que su objetivo no era terminar con aquel régimen sino con la esperanza de una democracia en España. ETA necesitaba una España dictatorial y franquista, como la que aún imaginan otros nacionalistas irredentos más de moda hoy que los de la capucha. Por supuesto que ETA mató más en democracia que en los últimos tiempos del franquismo. Claro que sí. No solo porque estaba más organizada sino porque aquella era su auténtico enemigo, la España democrática y en paz, como la que, con todos sus defectos, tenemos.
ETA asesinaba y secuestraba para dominarnos, para crear un estado tiránico en un País Vasco que planeaba gobernar bajo la dictadura de una identidad única y excluyente"
Conviene no olvidar cuál era el objetivo porque de otro modo podemos caer en la trampa de hablar solo y exclusivamente de las víctimas y abrirles así la gatera de señalar que también hubo víctimas “en su bando”, como si esto fuese la guerra que tanto les gusta proclamar. Y no fue así. No hubo dos bandos. Estaba una sociedad que trataba de alcanzar la democracia y la libertad y luego estaban ellos y sus amigos, que buscaban activamente una dictadura nacionalista vasca y la muerte de cualquier libertad, sobre todo la de los demás, como en todas las tiranías.
Por supuesto que una España que transitaba hacia una democracia se encontró ante acciones ilegítimas cometidas por gentes que provenían de los aledaños de lo que quedaba de la dictadura, pero la gran, la enorme, la profunda diferencia con los que mataban en nombre de ETA no fue el distinto número de víctimas, sino que nadie aplaudió aquellos asesinatos, nadie gritó “mátalos”, nadie jaleó en la calle a los GAL, ni en el País Vasco ni en ningún lugar del resto de España, como sí hacía pública y orgullosamente el nacionalismo vasco radical cuando ETA mataba. Lo verdaderamente raro es que del inmenso y continuado odio que la banda y los suyos sembraron no nacieran más reacciones venenosas como aquellas. Por el contrario, el combate del Estado democrático contra el terrorismo también incluyó la persecución del que provenía de sus cloacas que, sin embargo, tanto sirvió a ETA para alimentar la mentira de un conflicto entre España y Euskadi que ahora hemos sabido que, en su delirio, inician con el bombardeo de la villa republicana de Gernika.
No hubo dos bandos, pero sí dos posiciones éticas claramente distintas y enfrentadas: la de ellos y la nuestra, que nunca les compró el odio que nos pretendieron inculcar para tratar de blanquear el suyo. Justamente otra de las cosas que no deberemos olvidar jamás es que las propias víctimas siempre confiaron en el derecho y nunca en la venganza. La sociedad española no cayó en la trampa porque sabía que lo que quería era libertad, derecho y democracia, y con esas armas fue con las que finalmente venció.