Es difícil de creer, pero hace tres años, durante las primarias republicanas, Donald Trump era visto por muchos como el candidato más centrista del partido. No era una idea descabellada: como candidato Trump se desmarcó de multitud de políticas y medidas que eran la opinión ortodoxa dentro de las élites republicanas, y además lo hizo con vehemencia. El Trump candidato repitió en múltiples ocasiones que iba a subir los impuestos a los ricos, ya que gente como él no necesitaban más dinero. También prometió que su reforma de la sanidad iba a ofrecer seguro médico a todo el mundo, que no iba a recortar las pensiones o Medicare, que iba a ser más proteccionista en política comercial y reducir el intervencionismo en política exterior. Los periodistas se concentraron en la tendencia del candidato a decir barbaridades cuasi racistas e insultos de patio de colegio, pero en medidas concretas, lo que Trump proponía en debates y discursos, estaba firmemente en el ala “izquierda” del partido.
Los sondeos durante las primarias corroboraban, además, esta impresión. Los votantes republicanos a menudo están a la izquierda de la élite del partido, y Trump simplemente estaba más cerca de las opiniones de su electorado que el resto de los candidatos. Incluso durante las elecciones generales, los americanos veían a Trump como un republicano centrista, y no dudaban a situar a Hillary como una progresista ortodoxa. Paradójicamente, la estrategia de Clinton durante la campaña de insistir que Trump no era un candidato republicano normal no hizo más que reforzar esta percepción –una mala idea cuando las obsesiones del GOP (bajar impuestos a los ricos, dejar a la gente sin sanidad) eran y son increíblemente impopulares en el electorado.
Trump, por supuesto, ha gobernado no como el moderado que decía ser durante la campaña, sino como un republicano bastante ortodoxo. Ha bajado los impuestos a los ricos (y ha conseguido que bajar los impuestos sea impopular), intentó desmantelar la reforma de la sanidad de Obama, ha nombrado jueces conservadores a un ritmo deslumbrante e impuesto nuevas restricciones al aborto; su moderación era bastante ficticia. Esto no quita que su victoria en el 2016 fuera muy significativa, mostrando lecciones tanto para Estados Unidos como para España.
El centrismo de gastar poco y ser abierto de miras, por más que las élites de ambos lados del Átlántico deseen fervientemente que sea real, tiene mucho de fantasía
Las élites políticas americanas (y en no poca medida, también las españolas, con alguna variación) tienen una idea muy precisa sobre qué significa ser de centro. Para el comentarista medio de Washington DC, la moderación en política exige primero ser abierto, tolerante e incluyente en temas culturales como derecho al aborto, racismo, inmigración, matrimonio gay o feminismo. Lo de ir con la Biblia a todos lados es de antiguos, hablar de la superioridad de Occidente es arrogante, acoger y promover la diversidad nos hace fuertes, lo que hagas en la cama en tu vida privada nos importa poco, y las mujeres deben ser escuchadas y ocupar más puestos de responsabilidad. Etcétera.
En materia económica, el buen centrista es alguien que valora la disciplina fiscal, la moderación en el gasto público, un Estado de bienestar no más grande de lo estrictamente necesario y que confía en el sector privado, con impuestos modestos para que los ricos no se asusten. Conservador en lo económico, liberal en lo social. Una historia familiar.
El problema es que esta clase de centrista es algo parecido a un unicornio fuera de las tertulias televisivas y los think tank de Washington. Lee Drutman publicó hace un par de años un estudio fantástico tratando de ver dónde están los votantes americanos en estos dos ejes. Lo que se encontró es que un 44,6% del electorado son lo que podemos llamar progresistas puros, aquellos que quieren más redistribución y gasto público y son liberales en temas sociales. Sólo un 22,7% son conservadores puros, partidarios de menos gasto y más moralidad pública. Un 28,9% son populistas; progresistas en lo económico, conservadores en lo social. El unicornio centrista que describía antes, mientras tanto, representa un misérrimo 3,8% del electorado.