Pedro Sánchez ha decidido adelantarse al Rey, su gran obsesión, y presentar el balance del año político un día antes que el monarca. Lo ha hecho como suele, limitando las preguntas de los periodistas a cuatro medios afines, y dispuesto a llevar su relato hasta el final. Uno puede imaginar a su equipo de Moncloa operando a máxima velocidad: Preparadme cuatro folios de logros. No hace falta que sean ciertos porque los que saben la verdad no van a creerme y los que dependen de mí me lo van a comprar todo. Ponedme números suficientes para contraprogramar las corrupciones de mi segundo Ábalos con el conseguidor Aldama. Sacadme estadísticas de oscuros organismos internacionales para que el nombre de Koldo, el portero del club de alterne de Pamplona Rosalex, no salga a relucir. Hay que evitar que los españoles, que el día previo a Nochebuena pierdan un momento de su tiempo con el trilero en jefe, recuerden a mi hermano domiciliado en Portugal y cobrando de la Junta de Extremadura por un puesto innecesario creado a su medida y en el que nunca se presentó. Que el nombre de mi mujer, la bachiller catedrática, la recaudadora de fondos de por aquí y por allá, la que se mete en todo tipo de negocietes, surja en ningún momento en la boca de algún periodista que se crea, todavía, que vivimos en una democracia plena.
No se ha pasado página. Lo que sucede es que España ha perdido la batalla en Cataluña por su culpa, y los derrotados callan asustados mientras los ganadores no ven la necesidad de volver a salir a la calle
El lider del partido que perdió las elecciones tiene mala cara. Ni el maquillaje profesional ni las luces estratégicamente situadas consiguen disimular que está descompuesto. A Sánchez estos años en el alambre, prometiendo a unos y a otros cosas incompatibles para mantenerse en el poder le han avejentado mucho y mal. Habla de que está dispuesto a hablar con Puigdemont y Junqueras, que Cataluña ha pasado página del golpe del 17. Y lo dice él, incapaz de olvidar un agravio real o figurado y para quien no hay olvido en lo que a vengarse se refiere. Sánchez demuestra que no conoce Cataluña. Porque no se ha pasado página. Lo que sucede es que España ha perdido la batalla en Cataluña por su culpa, y los derrotados callan asustados mientras los ganadores no ven la necesidad de volver a salir a la calle. No hace falta luchar cuando ya se ha ganado.
Tampoco se refiere Sánchez a los valencianos que siguen sufriendo las consecuencias trágicas de la riada más que a través de cifras frías cuya plasmación real no nos consta. De su exposición, en la que incluye a la olvidada isla de La Palma, lo más relevante es la gelidez absoluta de sus palabras. Quien quiera un mínimo de empatía, una brizna de solidaridad, la calidez de compatriota que sufre contigo, que no recurra a Sánchez. Ni la siente ni es capaz de fingirla. Lo único que le importa del desastre es que no fue capaz de llevarse por delante al incompetente Mazón, y la molestia de tener que ir de visita con el Rey para tener que salir por piernas en cuanto los ciudadanos desesperados decidieron pedirle cuentas.
Hace bien en defenderlo, es improbable que encontrara otro miembro de la carrera con las cualidades que este Gobierno exige para el cargo de Fiscal General o que aguantara más de dos días en el puesto
Sánchez habla de mejoras económicas en el mismo momento en que los ciudadanos apenas pueden pagar las cuentas de la Navidad. Se hace trampas al solitario hablando de mayor empleo cuando el gran empujón viene del sector público y pagaremos esa deuda contraída hoy por generaciones. Triunfal, incapaz de la más mínima autocrítica, apretando las mandíbulas, defiende a su Fiscal General utilizando un humillante posesivo. “Su” García Ortiz borró todos los mensajes del móvil, luego no hay pruebas de delito. Hace bien en defenderlo, es improbable que encontrara otro miembro de la carrera con las cualidades que este Gobierno exige para el cargo de Fiscal General o que aguantara más de dos días en el puesto. Y es que hay cosas y hay tragos que, para la mayoría de las personas, no se pagan con dinero, ni siquiera con poder.
El gran logro de Sánchez en este año aciago ha sido llegar a su final como presidente del Gobierno. Mintiendo, empujando la bola hacia adelante, confiando con razón en la falta de sentido crítico de quienes le apoyan, distribuyendo con eficacia los favores y las prebendas, manteniendo a los suyos en vilo. Porque hay una casta sanchista cuya vida depende de que Sánchez se mantenga en el poder y que hará lo que sea por evitar que caiga. Y mientras tanto ya no quedan etarras fuera del Pais Vasco, y cesión tras cesión nos venderá a todos por cuatro días más durmiendo en la Moncloa.
Solo el Rey, en su discurso de Nochebuena, es invitado a la mesa familiar mientras en la cocina se dan los últimos toques a la cena y se da la bienvenida a los últimos en llegar
Tendremos que agradecerle que no haya empezado su discurso comunicándonos a todos que él está bien, como si nos importara ese hecho lo más mínimo, porque por lo menos nos ha ahorrado ese bochorno. Pero de este balance anual completamente desconectado de la realidad lo único que nos queda claro es la infinita distancia entre el perdedor aupado al poder y el pueblo que no lo votó. Afortunadamente, no era el día para perder un minuto observando su rostro hostil. Hay que preparar la cena, poner el hogar a punto para la celebración. Sánchez, a quien sufrimos a diario, queda fuera de nuestras casas en estos días. Solo el Rey, en su discurso de Nochebuena, es invitado a la mesa familiar mientras en la cocina se ultiman los preparativos y se da la bienvenida a los últimos en llegar.
Olvidémonos pues, por un día, de este Gobierno infame y de sus corrupciones y cerremos la puerta a todo lo que no sea esperanza y calidez. Esta noche es Nochebuena y lo único importante son los afectos y los recuerdos. Disfruten de la belleza agridulce de estos días, porque todo lo demás puede esperar. Y desde aquí les deseo, con todo el afecto que surge de la costumbre de escribir para que me lean semana tras semana, una muy feliz Navidad.