Opinión

Falso culpable

El Tribunal Supremo anuló el pasado 29 de junio una sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona por la que se condenaba a un hombre a 24 años de prisión por dos delitos de violación, además de lesiones. Los juece

El Tribunal Supremo anuló el pasado 29 de junio una sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona por la que se condenaba a un hombre a 24 años de prisión por dos delitos de violación, además de lesiones. Los jueces de la Sala Penal del Supremo han estimado el recurso de revisión interpuesto por la persona condenada, donde alegaba que el tribunal sentenciador no tuvo en cuenta los informes periciales de la policía científica que lo hubieran exculpado: a pesar de que era una prueba admitida en el procedimiento judicial, los peritos no fueron llamados a la vista oral ni se quiso suspender ésta para que fuesen citados, como solicitó la defensa.

Un detalle: la sentencia condenatoria de la Audiencia de Barcelona, ahora anulada, tiene fecha del 23 de septiembre de 1992. La anulación llega, por tanto, más de treinta años después. Entretanto, Ahmed Tommouhi no sólo ingresó en prisión, sino que cumplió íntegra la condena. Durante todos estos años, ha mantenido contra viento y marea su inocencia, rechazando beneficios penitenciarios y el indulto, por entender que suponían admitir la culpabilidad por unos hechos que no cometió. Como declaró en una entrevista concedida estos días, tras conocerse la resolución del Supremo:

‘El honor no es solo importante para mí, lo es para cualquier persona. Si te lo quitan por nada, es muy difícil la vida. Si yo le hubiera puesto la mano a alguien encima, yo mismo habría manchado mi honor, pero no lo he hecho’.

La historia acaba finalmente cuando detienen al verdadero autor de los robos, pero el drama procesal deja secuelas en la familia del protagonista, cuya mujer (a la que da vida Vera Miles) se hunde en la depresión

El drama de la persona inocente acusada de un crimen que no cometió ha sido recogido a menudo en el cine. Un clásico del género es The wrong man, dirigida por Alfred Hitchcock en 1956, que se tradujo en las carteleras españolas como Falso culpable. Basada en una historia real, la película cuenta el calvario judicial que sufre un músico neoyorkino, interpretado por Henry Fonda, tras ser confundido por testigos como el autor de una serie de atracos a mano armada. Sin entrar en más detalles, la historia acaba finalmente cuando detienen al verdadero autor de los robos, pero el drama procesal deja secuelas en la familia del protagonista, cuya mujer (a la que da vida Vera Miles) se hunde en la depresión.

El caso de Ahmed Tommouhi ha sido en todos los sentidos mucho peor, empezando por el tipo de delito del que se le acusó, porque pocos actos son tan aborrecibles como la violación. Tampoco puede hablarse de desenlace feliz cuando han transcurrido más de tres décadas desde la condena: el albañil marroquí tenía cuarenta años cuando fue detenido en una pensión de Terrassa en noviembre de 1991 y la anulación le llega a los setenta y dos, tras haber pasado quince años en prisión, de la que no salió hasta 2006. Todavía peor suerte corrió el otro marroquí que fue condenado junto con Tommouhi: durante años Abderrazak Mounib reclamó desesperadamente su inocencia, poniéndose en contacto con periodistas en busca de ayuda. Murió en la cárcel.

En el caso hubo circunstancias fatídicas que recuerdan a las del filme: que las víctimas identificaran al marroquí en las ruedas de reconocimiento; en cambio, no aparecieron testigos clave que podrían haberle situado en otro lugar en el momento de los hechos. Pero en la película de Hitchcock el inocente queda libre de cargos cuando finalmente se descubre al verdadero atracador. Tommouhi en cambio continuó por muchos años en prisión después de que se detuviera al responsable de las violaciones, a pesar de que existían pruebas objetivas, como el análisis de restos de semen en la prenda de una víctima, que lo hubieran exculpado desde el principio.

A partir de ahí fue identificado en ruedas de reconocimiento salpicadas de irregularidades, como cuando lo pasearon esposado delante de las victimas que esperaban en el pasillo, por dos veces

Todo comenzó en otoño de 1991 cuando hubo una ola de violaciones en localidades catalanas, con asaltos a parejas y chicas en lugares apartados, que crearon gran alarma. Los agresores, siempre dos, actuaban con gran violencia, seguían el mismo modus operandi y hasta se identificó el coche que utilizaban. Algunas de las víctimas dijeron que parecían ‘moros’ y tenían acento de fuera. En una identificación de la policía en la pensión a la que acaba de llegar Tommouhi, los agentes vieron que el aspecto del albañil (bajo, regordete, entradas) se correspondía con la descripción de uno de los violadores. A partir de ahí fue identificado en ruedas de reconocimiento salpicadas de irregularidades, como cuando lo pasearon esposado delante de las victimas que esperaban en el pasillo, por dos veces. Varias de ellas lo identificaron, a veces tras repetir la rueda, y esa fue la única prueba por la que fue condenado. Nunca se le encontraron objetos robados a las víctimas, ni las armas, ni relación con el vehículo usado; Mounib y él además no se conocían de nada.

Ante la duda de que hubiera un inocente encarcelado, se dedicó a revisarlos por su cuenta, descubriendo que la única prueba incriminatoria era el reconocimiento de las víctimas

En 1995 volvieron a repetirse en Cataluña las agresiones sexuales en serie con idéntico patrón. Algunas de la víctimas señalaron en el álbum de la policía las fotografías de Tommouhi y Mounib. Pero esta vez los dos marroquíes no podían haber sido, porque no habían salido de la cárcel en todo este tiempo. La investigación policial condujo finalmente a la detención de Antonio García Carbonell, un gitano que resultó ser el verdadero autor de las violaciones. Los análisis de ADN demostraron que el segundo violador era pariente cercano de García Carbonell. Éste además guardaba un parecido asombroso con Tommouhi. Eso alarmó al guardia civil Reyes Benítez, que había trabajado en alguno de los casos de 1991. Ante la duda de que hubiera un inocente encarcelado, se dedicó a revisarlos por su cuenta, descubriendo que la única prueba incriminatoria era el reconocimiento de las víctimas.

Gracias al informe de la Guardia Civil, la Fiscalía de Cataluña abrió diligencias para localizar y cotejar los restos biológicos que se conservaban de 1991. En uno de los casos de aquel año se descubrieron restos de semen de García Martorell y su familiar cómplice (a quien nunca se ha detenido), lo que llevó a que se abriera un recurso extraordinario de revisión en el Tribunal Supremo, que absolvió a los dos marroquíes en 1997. Pero la sentencia sólo afectaba a una de las tres causas por las que fueron condenados; por tanto, siguieron en prisión al no haber nuevas pruebas que permitieran revisar las otras condenas.

Mounib murió en 2000 sin salir de prisión y Tommouhi pasó nueve años más encerrado. Ahora en 2023 se ha producido la revisión por el Supremo de una segunda condena porque sí había una prueba crucial

Los jueces y el fiscal jefe de Cataluña, que por entonces era José María Mena, recomendaron el indulto como única forma de sacar a unos inocentes de la cárcel. Pero el indulto nunca llegó. Ninguno de los gobiernos que se sucedieron esos años, populares y socialistas, tuvo a bien concederlo. Como he dicho, Mounib murió en 2000 sin salir de prisión y Tommouhi pasó nueve años más encerrado. Ahora en 2023 se ha producido la revisión por el Supremo de una segunda condena porque sí había una prueba crucial, como era una mancha de semen, que el tribunal de entonces no tuvo en cuenta, a pesar de que había sido analizada por los peritos policiales. Por cierto, la ponente de aquella sentencia de 1992 fue Margarita Robles, la actual ministra de Defensa.

Lo sucedido con Tommouhi y Mounib constituye un terrible error judicial, de consecuencias trágicas. Viene a señalar la importancia de la presunción de inocencia así como la necesidad de velar por las garantías que aseguran un juicio justo, especialmente en lo tocante a las pruebas. Porque hay amplia evidencia de que la memoria de víctimas y testigos resulta del todo precaria, siendo propensa a ser tergiversada o adulterada, al margen de la buena fe del testimonio. Y sabemos por organizaciones como Innocence Project que la mayor parte de las condenas de inocentes se deben a identificaciones erradas de testigos presenciales.

‘No hay nada más importante que la verdad’, decía Tommouhi en una entrevista de estos días con Braulio García Jaén. Seguramente es otra de las cosas que deberíamos retener, pues nada tiene más valor para el inocente al que se imputa por unos hechos que no cometió. Convendría recordarlo frente a los que Michele Taruffo llamó ‘los enemigos de la verdad’, que la ponen en cuestión en seminarios académicos y discusiones de salón. En el caso que nos ocupa, la verdad cobra todo su sentido moral, por la sencilla razón de que no puede haber justicia sin ella.

Buscar la verdad

Pero también pone de manifiesto cuán frágil es. Si algo demuestra el caso es que la verdad no sale adelante por sí misma, sino que se pierde o se destruye fácilmente en los asuntos humanos; requiere tesón para buscarla trabajosamente y defensores animosos que la hagan valer a lo largo de los años contra toda clase de dificultades. Por eso es justo que se rinda homenaje a quienes han luchado por la inocencia de Tommouhi, como el guardia civil Reyes Benítez, ciudadanos como Manuel Borraz y Tote Henares, o periodistas como Arcadi Espada y Braulio García Jaén, cuyo libro Justicia poética es una minuciosa reconstrucción de la historia de un falso culpable. Y ahora la abogada Celia Carbonell, que ha llevado el caso ante el Supremo.

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