Como cabía esperar de quien reinó de forma tan carismática durante cuarenta años, Juan Carlos I se ha venido arriba después del baño de masas en Sanxenxo (Galicia). Entre los cientos de periodistas desplegados para cubrir tan acalorado recibimiento, a medio camino entre el viaje oficial y la llegada de Bruce Sprinsteen a un concierto, alguien osó preguntar si va a explicar sus irregularidades y el Emérito soltó con la soberbia de quien se cree absuelto por la historia: ”¿Explicaciones, de que?”… ”pues de todo, papá, de todo”, debió pensar Felipe VI al verle así de ufano antes del tenso reencuentro a solas que protagonizarían este lunes en La Zarzuela.
Hablemos claro: mientras el Estado esté en manos de PSOE y PP, el actual inquilino de palacio no tiene un problema con la República, ese tigre de papel recurrente en esta España tan republicana de boquilla hoy como juancarlista en un pasado no lejano; lo que tiene el Rey Felipe es un problema muy serio con su padre, que se le ha subido a las barbas jaleado por la corte un tanto kitsch que ha formado vía WhatsApp durante estos dos años de puente aéreo con Abu Dhabi.
Unos por afecto sincero -no lo dudo-, otros por puro interés, entre todos están empujando a un anciano con graves problemas de movilidad y de percepción de la realidad a creer que puede recuperar el timón del Bribón… y el otro, el del afecto popular que no acaba de ver volcado en su hijo y él tuvo pero dilapidó a base de Botswanas, Corinnas y, sobre todo, fundaciones y sociedades empresariales off shore con testaferros de nombre extranjero impronunciable.
Al desvarío también contribuyó Felipe VI cuando sugirió o admitió del Gobierno la idea disparatada del destierro en tiempos de redes sociales y television; como si estar a 8.000 kilómetros aliviara la presión mediática con las fiscalías española, suiza y británica tras los dineros del Emérito y un posible fraude fiscal
Que aquel monarca que al ascender el trono tras la larga dictadura, en 1975, desactivara el intento de crear una corte postfranquista -porque conocía el paño y el funesto papel que habían desempeñado nobles, clérigos y ricos en torno a los sucesivos reyes-, que sea ese mismo Juan Carlos I intoxicado de WhatsApp, digo, el que se apoye ahora en un legitimismo monárquico surgido al calor de la explosión de Vox para lanzar un pulso a su hijo y al sentido común, da la medida del desvarío.
Un desvarío al que, por cierto, contribuyó también Felipe VI en agosto de 2020 al sugerir ó admitir del Gobierno, con la vehemente Carmen Calvo entonces al frente, la disparatada idea de que el destierro en estos tiempos de redes sociales y televisión low-cost iba a ser la solución al grave problema de imagen que se les venía encima (a todos); como si estar a 8.000 kilómetros y rodeado de escoltas, ayudas de cámara y lujos de las Mil y una noches no fuera a incrementar esa curiosidad inevitable que ya habían suscitado las fiscalías española, suiza y británica sobre dineros ilícitos y décadas de posible fraude fiscal.
¿Quien ha pagado en estos dos años y paga sus escoltas y ayudas de cámara? ¿Quien o quienes esos aviones privados a 100.000 euros la excursión? ¿Quien los dos años a cuerpo de Rey en uno de los resort más caros del mundo, a 25.000 euros la noche? ¿Quien paga los vuelos regulares en primera clase y gastos de esas infantas y esos nietos que han encontrado en Abu-Dhabi su Álamo particular?
¿Cuando va a acabar, en definitiva, un show que tiene encabronados a Felipe VI y con él a muchos en este país?… Porque Juan Carlos I dice a mí plin, que yo voy a “normalizar” (sic) las visitas, próxima vuelta a Sanxenxo el 10 de junio ¿A nadie se le ocurrió que este baño de masas llegaría un día, en Galicia o en el Pirineo?… ¿De verdad, en La Zarzuela o en La Moncloa creyeron que no nos formularíamos esas y otras muchas preguntas?
Volar 8.000 kilómetros hasta Abu-Dhabi para un entierro de Estado y no dejarte una hora para ver a tu padre es otro error de bulto que casa mal con nuestro carácter entrañable y acentúa su imagen de monarca temeroso del qué dirán PSOE y Podemos
El daño principal a la Corona lo ha hecho la corrupción, pero todo es susceptible de empeorar si Felipe VI no gana este pulso que se antoja tan largo como los años de vida que le queden a Juan Carlos I; pulso al cual él también está contribuyendo con errores de bulto tal que irse hasta Abu Dabi al entierro del Emir y no tener media hora para ir a visitarle.
Creo que el domingo 15 de mayo sobreactuó de manera impropia al informarnos de que había sustituido ese encuentro por una llamada telefónica, sin más, en un claro intento por remarcar el distanciamiento… Qué quieren que les diga, para eso, mejor nada. Porque, que un hijo vuele 8.000 kilómetros a un entierro de Estado y no tenga la sensibilidad de ver allí a su padre anciano al que no ha visto en dos años … ¡Qué necesidad! Ya puestos, mejor un WhatsApp y ambos se habrían evitado el mal trago.
Bromas aparte, semejante muestra de frialdad casa mal con el carácter entrañable, familiar y protector del Pueblo Español. Todo el mundo habría entendido aquel encuentro, al margen del fondo de la cuestión y, por contra, rechazándolo Felipe VI acentúa su leyenda de monarca sin carisma, temeroso del qué dirán Pedro Sánchez, el PSOE y Podemos, convirtiendo al desterrado en una víctima que no lo es sino de sí mismo y sus desmanes.
Dicho de otra manera: de haberse producido la cita de Abu Dabi, el Rey Emérito no habría tenido margen para el desaire a su hijo de volver a patronear un barco que se llama Bribón “y después ya, si eso, me paso a verte por ese Palacio de La Zarzuela, mi casa, en la que no te atreves a dejarme dormir por miedo al Gobierno”; no habría dado lugar, en definitiva, a esa especie de duelo de legitimidades que Felipe VI no puede perder porque le va en ello su auctoritas y la supervivencia de la institución a largo plazo.
Zarzuela, lo más barato
En la Iglesia Católica hay dos Papas desde 2013, uno retirado en Castelgandolfo, a escasos kilómetros de Roma, el Emérito Benedicto XVI, y el actual, Francisco… y no dan eso que las madres de los de mi generación llamaban el espectáculo, y que nos enseñaron a no dar en público; nadie habrá visto en estos nueve años a Benedicto XVI publicando encíclicas o protagonizando baños de masas en la romana Vía Veneto -un suponer- para desgastar al argentino Bergoglio.
Así que bien hará Felipe VI trayendo a Juan Carlos I definitivamente de vuelta a España para ahorrarnos un Sanxenxo II sí, pero, sobre todo, para acabar con la sensación de cisma irresoluble que ahora mismo transmite la Corona; justo lo que no puede ser la primera institución del Estado que, según el artículo 56.1 de la Constitución simboliza su “unidad y permanencia”.
Y si su decisión acaba siendo que Juan Carlos I resida en La Zarzuela -algo que hoy resulta imposible leyendo el final del comunicado del lunes-, tampoco nos pongamos estupendos ni hagamos aspavientos; en el fondo nos resultaría más barato ¿O es que el acondicionamiento de esa residencia “privada” acorde al rango de un ex jefe de Estado, su servicio de escoltas, los ayudas de cámara, camareros, cocineros, Secretaría del Emérito y demás gastos, lo va a pagar él de su bolsillo?… Seamos prácticos, que los Reyes no vienen de Oriente ni vienen en camello.