Opinión

La feria del malditismo

La pseudocultura woke, con sus propiedades de jabón Lagarto, busca excomulgar a las personas de la cultura y limpiar esa mancha humana, por utilizar el término de ese enfant terrible

  • Justin Trudeau, primer ministro electo de Canadá.

La pseudocultura woke, con sus propiedades de jabón Lagarto, busca excomulgar a las personas de la cultura y limpiar esa mancha humana, por utilizar el término de ese enfant terrible de la novela norteamericana, Philip Roth. Ahora los hombres de la cultura deben apartarse de lo políticamente incorrecto; ya sea cualquier rastro de la naturaleza dionisiaca, cualquier obra que contenga ímpetu, arrebato o cualquier rastro de supremacía del pensamiento individualista occidental. Atrás deben quedar aquellos “relámpagos de visión superior”, por utilizar las palabras de Lovecraft. Desde la maraña de putrefacción espiritual y material se elevan guardianes de la moral. Manos furtivas apagan las luces y corren las cortinas.

El hombre de la cultura ha de plegarse a las normas del mundo que viene. Algunos periódicos y editoriales tienen tanto miedo de no gustar a los nuevos arquitectos del lenguaje y de la cultura que van adoptando progresivamente todas las ocurrencias y buscan dar pruebas de honestidad de manera febril. Hoy la cultura woke va desacreditando la creación de arte, la literatura, el humor o el lenguaje que no se adecua a sus teorías criticas de la santa trinidad de sexo, clase y raza. Nada es más dañino para el espíritu de la cultura que su sometimiento a una causa, su administración, control y dirección.

La semana pasada era una hoguera de libros, dentro de nada oiremos hablar de akelarres de brujas y misas negras contra la cultura

El mito, la ideologización y la irracionalidad se han incorporado a la política, a las columnas de opinión, los movimientos sociales, las aulas y las instituciones. La semana pasada era una hoguera de libros, dentro de nada oiremos hablar de akelarres de brujas y misas negras contra la cultura. En vez de interiorizar esta hilaridad, dar pruebas de honestidad y de buenas intenciones ante la picadora de carne del escándalo y alimentar el clima febril, el hombre de la cultura debe salir a reivindicar su Cultura.

En la cultura de la cancelación hay un elemento de espectacularización que recuerda a las ejecuciones públicas. Toda disculpa es el sacramento que hace real la acusación después del hecho, como bien indica Christophe Van Eecke. En este clima de turbas canceladoras, de justicia punitiva, la disculpa funciona como una confesión. “Pedir perdón es el sello que autentifica la rectitud del proceso punitivo”, y por el contrario, un condenado que se niegue a desempeñar el papel de penitente puede poner en peligro la Verdad según el patrón de la cultura woke y despertar la simpatía del público, sobre todo si hay dudas en torno a la acusación.

La moral de nuestra época

Jean Dubuffet es uno de estos autores que, como muchos otros, indagó en la relación entre el arte y la corrección política. “El capricho, la independencia, la rebelión, que se oponen al orden social, son necesarios para la buena salud de una etnia. Su buena salud se medirá por el número de sus detractores. Nada es más esclerosante que el espíritu de deferencia. Conferir a la producción de arte un carácter socialmente meritorio, hacer de ella una función social honrada, falsea seriamente su significado, porque la producción de arte es [debería ser] fuertemente individual y, por lo tanto, bastante antagónica a cualquier función social. Sólo puede tener una función antisocial o, al menos, asocial”. Cabe señalar que quien se acerca a vestigios del pensamiento de tiempos pasados centrándose en buscar algún pecadillo tiene la ilusoria sensación de que el arte debe cumplir con los requisitos de la moral de nuestra época.

La cultura woke subvierte la función del arte, que es una función mayormente contemplativa y no moralista. Para reivindicar esta función literaria deberíamos reivindicar todas las obras que están siendo canceladas, empezando por los títulos de esa “ceremonia de purificación” de Canadá que la semana pasada quemó más de 5.000 libros en una hoguera. El ritual de la quema de libros, propio de doctrinas esotéricas como la Teoría Crítica, no acabará con el racismo, ni la discriminación, ni los estereotipos, sino con la libertad de expresión y la rareza, el carácter excepcional o la originalidad de la creación literaria.

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