Siempre que el director de un medio de comunicación es despedido, los amantes de la conspiración se apresuran a elaborar teorías delirantes sobre los motivos del cese. Esto le viene bien a los afectados, que incluso han llegado a demandar a sus empresas para intentar demostrar que su decapitación se explicaba en motivos ideológicos. A veces, con razón; y, otras, sin ella.
David Jiménez y Antonio Caño denunciaron a Unidad Editorial y Prisa tras su destitución y alegaron que su cese se produjo por razones políticas. Jiménez incluso llamó a declarar a ministros y empresarios para que ratificaran sus argumentos. Al final, los dos aludidos aceptaron una indemnización antes del juicio y su causa -supuestamente en pos de la libertad de expresión- se zanjó antes de la celebración de la vista oral. El dinero solucionó el litigio..., pero las acusaciones ya habían sido plasmadas por escrito.
Este tipo de episodios son muy llamativos, como los fuegos artificiales, pero suelen desviar la atención sobre dos grandes problemas que sufre el negocio de la prensa en la actualidad. No son los únicos, pero puede decirse que son los más relevantes. El primero es la dificultad para extraer rentabilidad de su actividad. El segundo, la dependencia que se ha establecido con respecto a las grandes corporaciones tecnológicas.
La tiranía de Google
Comencemos por lo más básico y es que los tiranos aprovechan las democracias para medrar. Sucede que hay quien piensa que los déspotas no existen si no se presentan acompañados de violencia y de discursos amenazantes. No se dan cuenta de que pueden aparecer con un discurso bienintencionado y con la promesa de mejorar la vida de los ciudadanos. El sector de la información está sometido actualmente a la tiranía friendly de Google -la del email gratuito y el buscador infalible-, de tal forma que la rentabilidad de las empresas periodísticas depende, en buena parte, de esta compañía.
Resulta sorprendente que a nadie parezca preocuparle que un cambio en su algoritmo puede establecer la diferencia entre los números negros y los rojos en el balance. ¿La información? No es más importante que cumplir con los dictados que establece la multinacional.
Hablemos claro: los medios reciben a diario presiones de los anunciantes -administraciones y empresas- para que sus contenidos no les perjudiquen. Y los periodistas se autocensuran para evitar problemas. Todo eso es innegable y son problemas que se han debatido mil y una veces. Ahora bien, estos condicionantes no son mayores actualmente de los que establece la compañía estadounidense. ¿Por qué? Porque en tiempos en los que los formatos tradicionales se encuentran en situación de muerte clínica y no muchos lectores pagan por la información digital, una decisión de Google puede provocar la caída en desgracia de un producto periodístico.
También hay que tener en cuenta que este conglomerado -Alphabet Inc.- y los medios comparten algunas áreas de negocio, entre ellas, la publicidad. ¿Y quién goza de una posición privilegiada en este sentido? Según la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), entre Facebook y esta compañía estadounidense aglutinan el 70% de la inversión de los anunciantes en España.
Seguramente, la mayoría de los lectores desconozcan esta realidad, pero lo cierto es que ha generado una situación en el negocio de los medios de comunicación que se asemeja a la que acompañó a la 'fiebre del petróleo'. Los editores buscan ingresos debajo de las piedras y realizan catas en todo tipo de terrenos para tratar de mantener su empresa con vida. A veces, sin acierto ni precisión. Y eso ha tenido consecuencias.
El despiste mediático
La sensación que puede transmitir cualquier periodista contemporáneo es la de agitación. La de participar en la carrera de la rata cada día. Esto se vive en las redacciones, pero también en los despachos.
Los formatos digitales son infinitos, pues ya no existe la limitación del papel; la competencia es cada vez mayor y la pelea por la audiencia la libran todos los medios, así que se publican decenas..., cientos de artículos semanales dedicados a inflar el dato global de usuarios únicos y tratar de rebañar ingresos en un sector en el que cada vez es más difícil conseguirlos.
Cada uno de estos artículos es un dardo que puede aterrizar en un agregador de noticias -Google Discover- o en una red social, que pueden ser consultados cada día por cada ciudadano, desde su teléfono móvil.
¿Cuál es el problema? Que conseguir buena información es más difícil que practicar el sensacionalismo más atroz o dar difusión a anécdotas, chascarrillos y declaraciones lamentables de políticos, influencers, alertólogos (como el tal César Carballo) y derivados. Así que los usuarios tienen acceso cada día a una enorme ración de ponzoña informativa, que es mucho más abundante que las noticias relevantes. Y, claro, eso ha generado una opinión pública neurótica.
Rentabilidad complicada
También ha perdido los nervios y la razón un sector periodístico que camina sin resuello y que cada vez está más apartado de lo importante, pues necesita sobrevivir en un momento en el que escasean los inversores y la inversión. Así que el síndrome del burnout -traducido: estar hasta las narices- se ha extendido en todas las redacciones. Por eso, todo el sector está despistado. Por eso, las empresas buscan soluciones rápidas para sus urgencias y se ponen en manos de gurúes que son auténticos charlatanes. Por eso, hay periódicos digitales que incluso han llegado a buscar audiencia a través de páginas de descarga de videojuegos, en las que se anunciaban a cambio de 'cuatro perras' para inflar su dato de usuarios únicos mensuales y así, posteriormente, poder vender más cara su publicidad a los anunciantes.
Y por eso, los proyectos no duran, hay bandazos e idas y venidas constantes; y una enorme inestabilidad. Lo peor es que esta singular versión de los juegos del hambre produce 'sobreinformación' y eso ha generado en los ciudadanos una mezcla de desinterés por la prensa, temor infundado y locura colectiva.
A Garea le habían pedido, con un equipo de 30 personas, sacar adelante dos ediciones, en digital y en papel. Y Javier Moll estaba descontento porque la segunda no iba bien (más allá de las posibles diferencias editoriales entre ambos). Así que en sólo tres meses se ha 'cargado' al líder de su proyecto, a quien alguno de sus hombres fuertes acusaba de no coordinarse con el resto del grupo de la forma adecuada.
Es un episodio concreto, pero retrata bien el sinsentido que predomina en el sector mediático, donde hay muchas empresas (cada vez más) y unas redacciones famélicas que producen a destajo. Los ciudadanos quizás no lo sepan, pero esto también les afecta, pues son bombardeados a diario con cientos de mensajes irrelevantes o barnizados con amarillismo... que les despistan, pues pasan de puntillas sobre lo importante y se regodean en lo banal. Desde luego, es la prensa con la que siempre soñaron en la cúspide política y económica: despistada, nerviosa y ocupada en lo intrascendente.