Opinión

Mentiras de jardín

Boris Johnson, el niño que quería ser ‘el rey del mundo’, invitó a cien miembros del personal de Downing Street, a los que pidió que ‘trajesen su propia bebida', a

  • El primer ministro británico, Boris Johnson.

Boris Johnson, el niño que quería ser ‘el rey del mundo’, invitó a cien miembros del personal de Downing Street, a los que pidió que ‘trajesen su propia bebida', a una especie de party en el jardín de su residencia. Tras la primera ola del coronavirus, en el momento álgido de la pandemia —mayo 2020, en el día mas caluroso del año. 82 grados Fahrenheit— con el país sometido a una confinación en toda regla, bodas, funerales, escuelas, oficinas y, por supuesto, fiestas, el excéntrico premier conservador volvía a enfrentarse a un viejo desafío: su sinceridad.

Antes, al gato con muchas vidas (BoJo), educado en el elitista Eton College -veinte primeros ministros británicospríncipes, académicos, escritores, diplomáticos y héroes militares- le tocó afrontar situaciones que tenían que ver con artículos periodísticos (fue despedido del Times de Londres), aventuras románticas, y, más recientemente, solicitud de donaciones para pagar las reformas de su apartamento. En aquella ocasión, esquivó los hechos, pidió disculpas sin disculparse, para defender lo indefendible, con “mentiras descaradas”, de las que le acusó el líder laborista en el Parlamento.

El lenguaje como burladero

A vueltas con lo verdadero y lo falso, proliferan las mentiras, incluidas las de jardín. Veamos. Primero: "No hubo fiesta ". Luego se convirtió en: "No asistió a la fiesta". Matizado poco después: “Bueno, fueron solo 25 minutos”. Ahora es: "Pensé que era una reunión al aire libre relacionada con el trabajo". Entonces, ¿por qué no fue en su casa, ya que el Gobierno del Reino Unido aconseja que se trabaje desde casa? Por lo visto, el jardín no cuenta.

De nuevo el lenguaje, como burladero, para sortear la verdad en su confrontación permanente con la mentira. De ahí, el valor de evidencias reiteradas: falta de juicio y contrición, impugnación repetida y falsedad sistemática. El lenguaje cambia de forma incesante, dependiendo de la moda, de los vaivenes políticos, de la tecnología y de las versátiles sensibilidades sociales. Nadie puede detenerlo, aunque pueda resultar estrafalario a los que no parecen dispuestos a mostrarse conformes con la proliferación de atrevidos neologismos.

Esto podría explicar una extraña sensación, exacerbada por el wokismo, jerga reciente que describe un estado de vigilia frente a la “incorrección” social, hasta convertirse en altavoz extremista de lo ‘políticamente correcto”

Tal y como se utiliza en el ring de la política, la aspiración del lenguaje no es aclarar, esclarecer o razonar juntos; es, más bien, infligir el máximo daño posible al otro. Poco importan las palabras que se utilicen, cuando se basen en un abuso en forma de mentira. Esto podría explicar una extraña sensación, exacerbada por el wokismo, jerga reciente que describe un estado de vigilia frente a la “incorrección” social, hasta convertirse en altavoz extremista de lo ‘políticamente correcto”.

La articulación precisa es la mejor y, realmente, la única manera de expresarse con precisión. Sin embargo, cuando se exagera aposta, la elocuencia forzada se convierte en un doble lenguaje, vacío y sin sentido, especialmente en la trifulca política. Mal ejemplo, no solo para los menores, la injuria, la bajeza, la burla… convertidas en santo y seña del ejercicio de representación popular en las Cámaras, esencia de la democracia y el Estado de Derecho.

Esto produce división y disgusto, ya que el impulso, que va a más, a pesar de tímidas admoniciones, está basado en insultar, ridiculizar y ofender a quienes tienen opiniones diferentes

Intencionadamente, unos justifican el uso del lenguaje woke para detallar conceptos que no consideran adecuadamente expresados en el "lenguaje común". Otros, alegan su utilización para redefinir viejos conceptos con nuevas formas, en algunos casos inflamatorias. Esto produce división y disgusto, ya que el impulso, que va a más, a pesar de tímidas admoniciones, está basado en insultar, ridiculizar y ofender a quienes tienen opiniones diferentes, Y para crear conflicto donde no lo hay, hay que inventar términos ambiguos y contradictorios.

El aforismo de George Orwell, "el gran enemigo del lenguaje claro es la falsedad", precisa de una puesta al día. En este tiempo de mudanza, no se sabe bien adónde, la claridad tiene nuevos enemigos, y uno de ellos es la descomunal sinceridad de quienes se enardecen políticamente por todo. Hace tres cuartos de siglo, Arne Tiselius, Premio Nobel de Química (1948), ya avanzaba lo que vino después: "Vivimos en un mundo en el que, desgraciadamente, la distinción entre lo verdadero y lo falso parece cada vez más borrosa por la manipulación de los hechos, por la explotación de las mentes acríticas y por la contaminación del lenguaje".

Los posmodernos -movimiento caracterizado por la búsqueda de nuevas formas de expresión, junto a una carencia de ideología y compromiso social- han insistido en que el lenguaje es la base de la realidad. Nada es auténticamente cierto más allá del discurso a través del cual se transmite. Por eso no había homosexuales antes de que se acuñara la palabra en 1868, ni alcohólicos antes del primer diagnóstico en 1849, ni electricidad antes de que se inventara en 1879. Teniendo esto en cuenta, parece obvio que para derrotar el fanatismo sólo hay que erradicar las palabras que expresan las opiniones fanáticas.

Algo de eso está pasando para que la efervescencia en torno al lenguaje haya podido llevar a una camarera del Bronx (Nueva York) -hasta que fue elegida congresista demócrata- Alexandria Ocasio-Cortez, a decir: "Creo que hay mucha gente más preocupada por ser precisa, en los hechos y semánticamente que por ser moralmente correcta".

En tanto los ciudadanos de toda condición están hartos de los excesos políticos, mientras el tesoro se desangra, Johnson está esperando los resultados de una investigación para saber si asistió a una fiesta en su propio jardín. La arrogancia del poder es ilimitada, pero en la cultura anglosajona la mentira está penalizada con un rechazo frontal. Este fue el caso de predecesores suyos (Cameron, May…), a los que el propio partido contribuyó a desalojarlos del 10 de Downing Street.

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