Con mal pie ha empezado el año para el Gobierno. Al decir del refrán, lo acabará peor. Año black, según la jerga woke, ya descolorida. Los primeros compases, más que de vals vienés, sonaron casi fúnebres. El ómicron embromando y desatado. Otra vez el conteo de contagios, ingresos, Ucis, fallecidos. Otra vez la clamorosa evidencia de una política sanitaria inexistente. Otra vez los perversos daños colaterales, antaño el IVA de las mascarillas, ahora el precio de los test de antígenos, una estafa sin paliativos (y sin responsables aún conocidos), cuatro o cinco veces por encima de la media europea. Cuando todos confiaban, al fin, en villancicos alegres, el turrón festivo y las bulliciosas uvas, Frustración y angustia. De nuevo, Pesadilla antes de Navidad en edición remasterizada y sesión continua. Sánchez, eso sí, en Quintos de Mora, tocando el pandero, tan agustito.
Llegó luego el lío vacuno de Alberto Garzón, que se maneja siempre con ese aplomo que da la estupidez, convencido como está de que su labor como ministro, lejos de solucionar los problemas de la gente, estriba en airearlos ante la prensa extranjera. Otro cimbronazo en la inestable estructura del Gobierno de coalición que, según avanzan los meses, se revela cada vez menos de coalición y apenas algo ya de Gobierno. Socialistas contra podemitas, Yolanda Díaz en defensa del petit Garçon, Nadia Calviño en respaldo del ignoto Luis Planas y, de nuevo, el presidente en medio de la nada, ajeno a toda controversia, convencido, como aquel personaje de Wilde, de que "con un cuerpo como el mío y con mi forma de hablar, es imposible fracasar en nada". Todo ello, el lío de los gorrinos y la trifulca de los ministros, a tan sólo cuatro semanas de la primera cita electoral del 2022.
Moncloa ya ha transmitiddo a sus terminales periféricas que las elecciones de Castilla y León son un episodio marginal, una cita anecdótica para el PSOE, donde jamás pintó nada. Territorio viejuno, de gente rural, jubilar, incapaz de asomarse a la ventana de la Sexta, de distinguir a Wyoming de Cochís o a Broncano de Mecano. O sea, que da por hecha la victoria de Mañueco y se lanza en tromba a la recuperación de Andalucía, que ahí sí duele. Empeño complicado porque, en tan sólo tres años en la Junta, la derecha ha conseguido demostrar que la izquierda gestiona peor de lo que rapiña.
La encuesta del domingo en la que los interrogados calificaban al Ejecutivo de "inestable, dividido, incompetente, incumplidor e inflexible". Sólo faltó que le tacharan de 'honesto'.
En cualquier caso, dos bofetadas electorales en un año (la castellana y la andaluza) resultan difíciles de digerir incluso para un estómago de amianto como el de Sánchez. Otra cosa es el partido. El PSOE está fracturado, desangelado, vacío como un museo de arte contemporáneo de provincias. La militancia asistió, con impavidez cerúlea, a la gran purga sanchista y ahora se arrastra, acochinada y silente, ante las órdenes que se emiten ya desde Moncloa. Ferraz no existe. Son los Bolaños y los Migueles (Barroso y Contreras) quienes dirigen el aparato, quienes imparten edictos e instrucciones. "Solo necesito a la Ser para ganar unas generales", presumía Rubalcaba. Estos de ahora tienen más artillería mediática, pero en fase declinante. Ferreras pierde fuelle, Telecinco se ha eclipsado, Cuatro es un patrio de frikis y El País es un periódico para convencidos. Incluso, por aquello del pundonor, suelta alguna coz bravía, como la encuesta del domingo en la que los interrogados calificaban al Ejecutivo de "inestable, dividido, incompetente, incumplidor e inflexible". Sólo faltó que le tacharan de 'honesto', el peor de los insultos.
Una previsión bien fundada, según piensan los estrategas del PP, que han decidido aplacar sus disputas con Díaz Ayuso mientras hacen palmas con la carne de Garzón
Vale que se pierda en el corazón de la vieja Castilla. Vale que Juanma Moreno renueve su gobierno en el coto andaluz. Vale que incluso Ximo Puig, caso de adelantar las valencianas (posibilidad difícil dados los líos de Oltra con juzgados y menores), pierda su cetro fallero y su bisoñé. Pero lo que no vale es presentarse dentro de un año ante las municipales y autonómicas con un balance tan devastado y con un cartel tan desgastado. Cuando se pierden todas las metas volantes resulta muy difícil ganar la carrera. Una previsión bien fundada, según piensan los estrategas del PP, que han decidido aplacar sus disputas con Díaz Ayuso mientras hacen palmas con la carne de Garzón.
¿Y Sánchez, qué? Nada. Lanzar algún que otro pellizco a Ayuso y mirar obsesivamente hacia Europa, de donde espera su salvación. Este lunes será anfitrión del nuevo primer ministro alemán, Olaf Scholz, el penúltimo socialdemócrata vivo en una Europa gobernada por la derecha. Sánchez le transmitirá sabios consejos para gobernar desde la izquierda y abordará el tema de los fondos europeos, esa la tabla de salvación a la que se aferra como un desesperado para evitar el naufragio.
Una de cada cuatro pymes españolas se ha ido al garete desde que empezó la pandemia o está a dos pasos de fenecer. La economía, dijo el listillo, es un estado de ánimo. Pues bien, España está quebrada
¿Llegan o no llegan? Es la pregunta no del millón, sino de los 140.000 millones. Por ahora, las primeras señales de la operación rescate están resultando decepcionantes. Ni rastro. Las empresas apenas han divisado mil millones de los más de once mil que, según Nadia Calviño, ya se han repartido. Alguien miente y no resulta inverosímil que, dados los antecedentes, sea la vicepresidenta económica quien falte a la verdad. O, cuanto menos, que la edulcore. Tan arregladita de Chanel y sin embargo, tan poco rigurosa con las cifras. Tan alta funcionaria europea y tan sumamente laxa con los números. Tan profusa en títulos académicos y tan inclinada al manoseo de las trolas. Los fondos no fluyen como deberían hacerlo y no es por culpa de Bruselas, sino de la propia Calviño que no acierta a darles el uso debido. Se le diluyen entre los dedos cientos de millones que las empresas españolas necesitan imperiosamente para sobrevivir. Una de cada cuatro pymes españolas se ha ido al garete desde que empezó la pandemia o está a dos pasos de fenecer. La economía, dijo el listillo, es un estado de ánimo. Pues bien, España está quebrada.
Los barones y ediles del PP se han sumado a esta queja, que ya es ira, sobre el irregular manejo de los dineros europeos. Denuncian que Moncloa los reparte con mayor generosidad, quién lo diría, a Cataluña, Comunidad Valenciana, País Vasco, Navarra y Extremadura. Los gobiernos de Madrid y Galicia a la cabeza, seguidos de una ejército de municipios de toda España, han lanzado una ofensiva, entre administrativa y judicial, contra lo que consideran una arbitrariedad manifiesta, una bofetada a más de media España que no vota PSOE. Poca broma que el asunto va de cabeza al Supremo. Iván Redondo, por ejemplo, en este asunto no está para chistes. El exgurú de la Moncloa, que, como en él es costumbre, habló más de la cuenta en una reunión con empresarios catalanes, está ahora pendiente de la investigación de la Fiscalía europea. Redondo ya repartía verbalmente los dineros antes incluso de que Bruselas hubiera aprobado su concesión.
Ni bálsamo de fierabrás ni siquiera unas gotitas de betadine. Tan grande es la herida, tan enorme el estropicio, que los miles de millones prometidos se gastarán mal, como ya se está viendo
Es creciente la opinión entre los escudriñadores de números y balances, gráficos y algoritmos, que los anhelados fondos, tarde o temprano, a ritmo lento y pesaroso, sí llegarán pero poco aliviarán. Ni bálsamo de fierabrás ni siquiera unas gotitas de betadine. Tan grande es la herida, tan enorme el estropicio, que los miles de millones prometidos se gastarán mal, como ya se está viendo, o serán pasto de esa 'merienda de negros' a la que se refería uno de los escuderos de Artur Mas, con él empezó todo. Es decir, una especie de saqueo del botín europeo bendecido desde el BOE.
Hace dos años, cuando se fraguó el gobierno de coalición condicional, nos pensábamos en la era de los corsarios. Resulta que no, que aquello ha sido una broma, que es ahora cuando los bandoleros se disponen a actuar sin anestesia, a 'calzón quitao', ejercicio poco noble que habrá de redundar, indefectiblemente, en una incontenible alza en la inquina del contribuyente. A ello ha de sumarse que, nada más entrado el nuevo año, la dicharachera y jacarandosa ministra de Hacienda va a destinarnos una amigable arremetida fiscal de casi 3.300 millones de euros (IRPF, sociedades, Planes de Pensiones, sucesiones, donaciones...), amén del ensañamiento con las cuotas de autónomos, el sadismo de la tributación por indemnizaciones en accidentes de tráfico, más los consabidos aumentos del recibo de la luz, cesta de la compra y demás consumos básicos espoleados por la marea de la inflación. Un arreón confiscatorio que comparte titulares con la compra de decenas de autos oficiales para los jerifaltes ministeriales y el despilfarro sin medida en el capítulo de viajes y desplazamientos en tiempos en los que apenas hay agendas que lo justifiquen. Ni un palmo de honradez.
Esta huida hacia adelante toca a su fin. Los pueblos criados en libertad y democracia consideran monstruoso y contra natura cualquier otra forma de gobernarse, como el absolutismo o la autocracia
Muy black pinta este año. Pedro Sánchez, experto en ponerse de perfil, en sacudirse responsabilidades, en inventar cogobernanzas, en practicar el ponciopilatismo, en señalar culpables y en caminar, presuntuoso y soberbio, por encima de las aguas, acaba de mostrar su preocupación por que en las calles de Madrid hay pobres. Es su forma de esquivar las turbulentas aguas, de escapar del negro vendaval. Cinismo y patrañas. Esta huida hacia adelante toca a su fin. Los pueblos criados en libertad y democracia consideran contra natura cualquier otra forma de gobierno, como el absolutismo o la autocracia. España se dotó hace cuarenta años de una democracia todavía frágil, aún débil. Pero difícil de sepultar.
Sánchez se sabe ante un horizonte incierto. Demasiadas mujeres, rapeaba Tangana en El Madrileño. Demasiadas urnas, cabría versionear el cantito. Hasta los tontos tenemos un tope, entonaba Kiko Veneno en el mismo disco. No es mala frase para describir lo que empieza a percibirse en esta sociedad acogotada. Atontados, a miles. Adormilados, a cientos de miles. Acollonados, infinitos. Pero cierto es que todo el mundo tiene un tope. Y siguiendo lo de Kiko, ¿tú qué te has creído, Pedro Sánchez?