Opinión

El 'golpe de gracia' de Puigdemont y el 'estraperlo' de Conde-Pumpido

Extraviada en la filmoteca, figura una versión fílmica de la novela satírica El ratón que rugió que, en España, se estrenó con el título de Un golpe de gracia. Interpretada por el polifacético Peter Sellers, escen

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez junto al presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido Tourón. -

Extraviada en la filmoteca, figura una versión fílmica de la novela satírica El ratón que rugió que, en España, se estrenó con el título de Un golpe de gracia. Interpretada por el polifacético Peter Sellers, escenifica la estratagema de una nacioncita arruinada que declara la guerra a EE. UU. para perder la contienda, ser conquistada y beneficiarse de un plan de desarrollo que le redimiera de la pobreza. Empero, sendos contratiempos hacen naufragar la peripecia. Nadie avisa al comandante ducal de que se rinda nada más emprender la incursión y los expedicionarios se topan con que, al desembarcar, el puerto de Nueva York está desierto por unas maniobras aéreas. Con esa vía expedita por una carambola del destino, el exiguo Ducado de Gran Fenwick perpetra sin pretenderlo su toma con “rugido de ratón”.

Hechas las pertinentes salvedades, cabe establecer analogías entre este “golpe de gracia” de ficción con el que, sin dejar de ser peliculero, ejecuta el secesionismo catalán tras someterse Pedro Sánchez a sus horcas caudinas para ser presidente con los votos de los enemigos de la Constitución y de la unidad de España. Como moneda de cambio, el feudatario de La Moncloa resarce a los cabecillas del golpe de Estado de 2017 dando por no cometidos sus graves delitos (desde sedición a terrorismo pasando por corrupción) y les confiere las instituciones del Estado para que puedan volver a cometerlo impunemente.

No en vano, de la misma manera que el Estado Mayor del Ducado de Gran Fenwick se quedó pasmado al encontrar el paso franco a su alocada aventura, otro tanto debe acaecerle al de la fallida República de Cataluña de 2017 tras pervivir un suspiro frente a las diez horas del Estat catalá de Companys en 1934. Al fin y al cabo, Cataluña presenta menos variaciones que aquel music-hall al que acudió Bernard Shaw para patentizar su nula evolución. Así se marchó una noche aburrido al ver al prestidigitador jugueteando con las bolitas y, al regresar diez años después, se tropezó de nuevo con él y con su monótono número. En Cataluña, se relevan los ilusionistas, pero ni el juego ni el ennortamiento ensimismado de los mandatarios españoles varían.

Se anticipan al deseo del “pastelero loco”, no sea que les remita un airado ukase, les apriete el nudo corredizo de la soga que les ha colgado al cuello y “colorín colorado…”

Mediante su “golpe de gracia”, Puigdemont se enseñorea, pues, de España tras su rescate por el mismo “Noverdad” Sánchez, que se conjuró para ponerlo a recaudo judicial y en las horas más bajas en las urnas de ese separatismo, pese a favorecerlo una ley preconstitucional que lo sobrerrepresenta. Si el judoca aprovecha el ímpetu rival para tumbarlo en el tatami, los soberanistas obran idéntico con la codicia de poder de Sánchez. Por eso, a la par que cristaliza aquella ingeniosidad de Francesc Pujols, filósofo de cabecera de Dalí, de que advendría el día en el que a los catalanes tendrían todos sus gastos cubiertos, los golpistas de 1-O gozan de impunidad por el arriendo a Puigdemont de los 7 escaños -igualan en número a los célebres niños bandoleros de Écija- con los que Sánchez compró la Presidencia y con los que, “cediendo, cediendo”, confía en sostenerse en La Moncloa. Como bien de protección gubernamental, el lince Puigdemont es intocable.

Es más, no es ya que Junts señale desde la tribuna de las Cortes a los magistrados que intentan aplicarle la Justicia al prófugo de Waterloo -como hizo la portavoz de Junts contra Marchena o Llarena- y los carpinteros socialistas se apresuren a montar en las Cortes una especie de tribunal popular -bajo el eufemismo de comisiones de investigación sobre politización judicial- contra esos togados, sino que se anticipan al deseo del “pastelero loco”. No sea que les remita un airado ukase, les apriete el nudo corredizo de la soga que les ha colgado al cuello y “colorín colorado…”.

Es tal la ansiedad, que una desatada vicepresidenta Ribera -nuera del juez Bacigalupo, gran sirviente felipista del tinglado PSOE-Prisa- se abalanza al micrófono y execra al magistrado García Castellón ante la eventualidad de que enrede todavía más la amnistía a Puigdemont al vincularle a un supuesto delito de terrorismo tras asignarle un rol directivo en “Tsunami Democratic”, banda clandestina ligada a la Generalitat que saboteó el aeropuerto del Prat en las algaradas postreras a la sentencia del Tribunal Supremo sobre el “procés”. No vaya a ser que el entrometido eche abajo el tinglado de un autócrata como Sánchez que cree que, por tener el poder, es dueño del Derecho.

A este propósito, tiene razón al jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, sobre la deriva de un Congreso que, sujeto a la Alianza Frankenstein, calca la falsilla del Parlament con las leyes de desconexión previas al golpe del 1-O. En este proceso español como extensión del “procés”, empeora el derrotero. Al revés que en 2017, el PSOE y el Tribunal Constitucional que monitoriza viran en redondo. Sáncheztein intriga como agente activo del cambio de régimen y Cándido Conde-Pumpido es un jugador de campo más, en vez de imparcial árbitro. Cada vez son menos invisibles y más gravosas las cadenas que arrastran uno y otro. De ahí que, en esta hora critica, el dilema no es: “Quo vadis, Sánchez?” Ya se sabe hacia dónde se encamina, aunque haya quienes necesiten pellizcarse para cerciorarse de que no es un mal sueño. Se trata de tener claro: “Ubi nos ducit, Sánchez?”, esto es, hacia dónde arrastra a los españoles quien despedaza la Constitución, como resalta un Felipe González incapaz de persuadir a “los suyos” si es que aún sabe quiénes son estos.

En esa humareda, el sanguinario Otegi, travestido de “hombre de paz” por Zapatero, osa presentarse como un lobito bueno, obligado a asesinar a las ovejas porque se lo ordenaba el pastor del aprisco

No es para menos tras la “autoamnistía” que, en su provecho y en el de los delincuentes a los que alía, se despacha Sánchez, como antes hizo con los “autoindultos” a pachas con los sediciosos penados por el Supremo. Tal iniquidad transfigura en reos a los que preservaron la Constitución y asume el cuento chino independentista (incluso parte de su credo) hasta extremos estupefacientes como el humo que desprende la hoguera formada por esa prensa de información única que antes fue de editorial único -como la franquista cadena de prensa del Movimiento- con dosieres confeccionados en las zahúrdas de La Moncloa y de la Generalitat. Unos montajes que se expanden con caudales europeos que, repartidos sin control ni transparencia, sirven de “fondos de reptiles” para municionar el cañón Berta tanto de quienes torpedean cualquier alternancia a la autocracia sanchista como de los que avivan el independentismo. En esa humareda, el sanguinario Otegi, travestido de “hombre de paz” por Zapatero, osa presentarse como un lobito bueno, obligado a asesinar a las ovejas porque se lo ordenaba el pastor del aprisco. Poco falta para que, abiertas las cárceles a sus compañeros de armas, las familias de las víctimas deban indemnizarlos y abonarles la munición de sus asesinatos. Al tiempo.

En esta tesitura, la España alegre y confiada asiste a un golpe de Estado con la “autoamnistía” de Sánchez, quien tiene a Tezanos amasando encuestas que relativicen la inquietud para que la ciudanía consienta con el trágala, si es que no logra que grite: “¡Vivan las cadenas!” si lo pide el felón Sánchez como Fernando VII. Al contravenir la Carta Magna, como no se le escaparía ni al Licenciado Vidriera, la “autoamnistía” sanchista desataría una fase constituyente y una mudanza de régimen sin darle vela a los españoles como depositarios de la soberanía nacional.

Claro que Sánchez usufructúa junto a sus socios el derecho de bula que le reporta quien, al frente del TC, se ha erigido en juez único de una adulterada competición que no se atiene al Estado de Derecho y que arrolla al Poder Judicial. Se entiende que el Tribunal Supremo ponga el grito en el cielo ante esa “invasión absolutamente desmedida”, tras corregir en horas 24 la condena de Alberto Rodríguez, el exdiputado podemita que pateó a un policía, e impedir la repetición del juicio contra el bilduetarra Otegi por tratar de reponer la ilegalizada Batasuna. De facto, el TC transita de garante de la Constitución a órgano constituyente. Si como Fiscal General del Estado estuvo resuelto a mancharse las togas con el polvo del camino, como presidente del TC, donde acaudilla la facción progresista, se enfanga lo que menester fuere.

Excargos de ese Ejecutivo revisan en el TC lo que guisaron en las cocinas gubernativas, con lo que su independencia ni existe ni se aparenta siquiera como se demandaba de la mujer del César

Desde que capitanea el TC, es excepcional el asunto en el que la bola de la rueda de la fortuna no se inclina del lado del Gobierno. Como si fuera una de las ruletas fraudulentas del escándalo del Estraperlo que hizo caer en 1935 al Gobierno Republicano de Lerroux al lucrarse de esta trama para instalar estos artilugios amañados de los empresarios Strauss y Perlowitz (“Estraperlo” como acrónimo de sus apellidos). Desde la asunción de esa posición clave, el prestigio de órgano tan esencial se desliza por una pendiente de difícil retorno. De un lado, opera como aquel estraperlo con las ganancias aseguradas para el Gobierno, cuyas vergüenzas tapa un jefe de sala que antepone éste a la Constitución. Y, de otro, por mor de las puertas giratorias, excargos de ese Ejecutivo revisan en el TC lo que guisaron en las cocinas gubernativas, con lo que su independencia ni existe ni se aparenta siquiera como se demandaba de la mujer del César. Ello fermenta el condumio hasta oler a podrido sin viajar a Dinamarca.

Si hay mexicanos que opinan que Kafka sería un escritor costumbrista, caso de vivir entre ellos, en la delirante España sanchista en la que 2+2 rara vez suman 4, el esperpento valleinclanesco se queda corto para describir el adefesio que conforman el “golpe de gracia” de Puigdemont y el estraperlo constitucional de quien llegó al cargo para justificar en Derecho los desafueros de Sáncheztein. “O tempora o mores” (“Ay, qué tiempos, qué costumbres”), que empleó Cicerón para deplorar la corrupción de su época.

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