Este sábado nos anunciaba el presidente del Gobierno, por una vez puesto con traje de portador de buenas noticias, que a finales de junio empezará el turismo nacional y a partir de julio el internacional. Nos comunicaba el ansiado regreso de la Liga de Fútbol. Y hasta decía que a partir de este martes, setenta y tres días después, se declara el luto oficial en recuerdo de los muertos. Todo eso está muy bien y nos congratulamos de ver cierta luz al final del túnel, pero lo que tenemos básicamente es hambre de piel.
No, tranquilos, no hablamos de sexo desenfrenado. El hambre de piel es ese deseo incesante y natural de tocarse con otras personas. Los abrazos, achuchones, besos, caricias, apretones de mano y palmadas en la espalda no son sólo fruto de una convención social o cultural determinada. También sirven para alimentar una necesidad fisiológica de contacto físico. Precisamos poner en práctica un verbo, tocar, que nos han robado porque el bicho llegó a nuestras vidas.
Dicen los estudiosos del tema que los mamíferos necesitamos el contacto tanto como la luz del sol para sobrevivir. La carencia de abrazos y caricias causa problemas en nuestro organismo. Hasta el punto de que la obvia epidemia de insomnio podría estar relacionada con el confinamiento porque, como nos falta serotonina, una de las hormonas que más disfruta con los tocamientos, el cuerpo se resiente y dormimos peor.
En las familias conocemos bien la importancia de la piel porque cuando nacen nuestros renacuajos, lo primero que se hace, tras pesarlos y medirlos, es colocarlos sobre el pecho de su madre. Es algo vital para ellos
En las familias conocemos bien la importancia de la piel porque cuando nacen nuestros renacuajos, lo primero que se hace, tras pesarlos y medirlos, es colocarlos sobre el pecho de su madre. Es "hacer el piel con piel". Ese primer contacto que dura varias horas es, amén de hermoso para su progenitora y para la pareja que anda por allí al lado, vital para el enano o la enana. Vital para la lactancia, para el vínculo afectivo y para el desarrollo en general. Curiosamente llevamos toda la vida tocándonos pero no reparamos en la importancia de ese roce hasta que llega el embarazo.
En uno de los recientes artículos sobre el hambre de piel, Lidia Ramírez explicaba en The Objective que en cada una de las yemas de nuestros dedos tenemos unos cien receptores táctiles y en todo el cuerpo acumulamos hasta cinco millones de estas terminaciones nerviosas que necesitan la interacción con nuestro entorno. Cuando tocamos a alguien, este ejército interno envía la señal a nuestro cerebro, que se pone la mar de contento.
Todos estamos pasándolo mal por no ver y abrazar a familiares y amigos. Lo peor es para quienes de costumbre ya padecían la falta de contacto por vivir lejos o por otros motivos ocultos
Además del insomnio mencionado, no satisfacer el deseo de piel provoca fuertes desajustes emocionales. Les pasa mucho a los presos que en las cárceles piensan en los seres perdidos. También sentía bastante hambre de piel el malo de El silencio de los corderos, mi película favorita. Como recordarán, el personaje, apodado "Buffalo Bill" por la prensa amarilla -¿existe la de otro color?-, se cargaba a sus víctimas para hacerse un traje. La cosa no suele ser tan extrema, claro.
Quiero decir que la sed de rozarse varía bastante en función de cada persona. Los más tocones estarán bastante fastidiados y los más siesos estarán dando saltos de alegría. Pero todos, en general, estamos pasándolo mal por no ver y abrazar a familiares y amigos. Lo peor es para quienes de costumbre ya padecían la falta de contacto por vivir lejos o por otros motivos ocultos. Al escribir esto pienso en los amantes furtivos o alejados. ¿Qué está haciendo para superarlo toda esa gente que quedaba en hoteles a la hora de comer? ¿Y todas esas parejas que viven en provincias diferentes?
La realidad, volviendo al principio y huyendo del desvarío, es que tenemos hambre de tocarnos aunque sea con la mascarilla puesta. De eso Pedro Sánchez no dijo nada. Parece que la ausencia de contacto con los demás va a tardar un tiempo en instalarse otra vez en nuestra rutina. En principio durante la "nueva normalidad" habrá que mantener las distancias. Pero yo creo que lo normal no siempre es lo mejor.