Opinión

Orinocos de lágrimas por Iglesias

Se acabó el sueño. Hoy deja Pablo Iglesias la vicepresidencia. Es momento de hacer balance de la ilusión perdida. Cuando el amado líder llegó a la Moncloa parecía que España

  • El vicepresidente de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias. -

Se acabó el sueño. Hoy deja Pablo Iglesias la vicepresidencia. Es momento de hacer balance de la ilusión perdida. Cuando el amado líder llegó a la Moncloa parecía que España volvía a amanecer. Por fin el representante de la gente y de los vulnerables, de los que siempre sufren, entraba en el palacio del poder. Allí posó ese día, al final de la escalera, abriendo los brazos y sujetando un maletín negro. Una sonrisa proletaria surcaba su rostro. Los flashes no cesaban para inmortalizar aquel acontecimiento de proporciones leninistas. Sus andares hacia el interior del edificio marcaban el camino del progreso.

La prensa orgánica glosó el momento. Era el año I de un nuevo comienzo. El pablismo sería la columna vertebral, el espíritu que marcaría España como el peronismo con Argentina. Todos, en mayor o menor grado de conciencia, seríamos pablistas. Era el lábaro que iba a iluminar nuestras confusas y oscuras existencias. Una nueva y verdadera manera de ser hombres y mujeres, españoles en un Estado plurinacional, ciudadanos antiglobalistas de un mundo neoliberal. Una, grande y pablista.

Las cloacas se convirtieron en vergeles. Los Garzón pusieron en marcha la máquina de hacer dinero y se acabó el no llegar a fin de mes. La oferta de empleo desbordó al SEPE

Los niños pobres dejaron de tener hambre. Los desahuciados encontraron un hogar. Los bancos echaron el cierre. Las cloacas se convirtieron en vergeles. Los Garzón pusieron en marcha la máquina de hacer dinero y se acabó el no llegar a fin de mes. La oferta de empleo desbordó al SEPE y no hizo falta pagar el Ingreso Mínimo Vital. Los ricos fueron menos ricos, e Iglesias menos pobre.

También cambió la vida social. Ya no había ruido de coches en las calles. Solo se escuchaba al pianista James Rhodes, y coreografías de la canción El violador eres tú. Y si se prestaba atención, se oía a la gente silbar el himno partisano Bella Ciao. Se puso de moda el moño porque todos querían ser como el amado líder. Todos veíamos a Pablo Iglesias en la señora que limpia. Iglesias en el que canta en el metro. Iglesias en la cajera del supermercado. Iglesias en el cine y el teatro, en cada libro y musical, en el museo más pequeño, en la España vaciada y en la que está a tope. Iglesias en los telediarios, en First Date, Pasapalabra y, por supuesto, en Netflix. Iglesias everywhere.

Pablo, aguanta. No importan las imputaciones, ni los rumores sobre churris. Tampoco escuches a los que dicen que no has dado ni golpe, que perdías el tiempo malmetiendo en el Gobierno de Sánchez, urdiendo protagonismos, y viendo series. Fuiste un puente perfecto, una coartada dice la “ultra ultraderecha”, como decías, entre el sanchismo y los independentistas. No olvidaremos tus viajes a la prisión de Lledoners para negociar con un político preso, o cuando dijiste que Puigdemont era como el exilio republicano del 39, o que España no era una democracia plena. ¿Cómo va a ser plena si estabas tú en el Gobierno?

La dilatada trayectoria de Irene

Sí se puede, Iglesias. Se puede ascender criticando a la casta, al sistema y a los ricos, y hacerse uno de ellos. No pasa nada por aquello, porque los inscritos e inscritas, convenientemente pastoreados por el científico Echenique, votaron en plebiscito que podías vivir en una mansión. Tampoco des importancia a la hemeroteca. Tu denuncia a Ana Botella porque su “única fuerza” provenía “de ser esposa de su marido” no es comparable al merecidísimo ministerio de Irene Montero, logrado por su dilatada trayectoria y experiencia laboral.

Te criticó la cloaca, pero no hagas caso. Lo tuyo no era machismo, sino personalidad. No eras un totalitario, solo tenías una forma bolivariana de ser demócrata. No realizabas purgas, sino invitaciones a pasar a un plano distante y oscuro. Tus palabras no eran insultos, sino admoniciones a ese enemigo que había que extirpar de la vida pública: la derecha.

Escraches a Soraya y Cifuentes

Nos enseñaste que la Transición fue una gran farsa para que los franquistas siguieran gobernando, y que solo ETA y el mundo batasuno habían entendido esa traición al pueblo y a la democracia. Por eso todos nos emocionábamos, como tú, cuando pegaban a un policía, o cercaban el Congreso de mayoría del PP, o escracheaban a Cifuentes y Soraya, dos peligrosísimas ultraderechistas. Lo hemos entendido, Pablo: habrá una alerta antipablista non stop.

Los buenos nos hemos levantado hoy con la mala nueva. Esa noticia que ha puesto orinocos de lágrimas en nuestros ojos. Hoy se va el mesías, el Conducator, el caudillo del proletariado militante, el Perón de Vallecas. No cierres la puerta al salir, porque tenemos que ventilar.

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