La Academia es institución; sus principios, el academicismo. Hoy quería traer a presencia del lector algunas de las cuestiones que considero capitales para poder salvar la Filosofía de las garras del virulento y corrosivo academicismo que la tiene presa.
¿Palabras o significados? Un primer síntoma de decadencia está, precisamente, en las soporíferas, interminables e inservibles discusiones conceptuales. Tan preocupados por el continente pierden de vista el contenido; discutiendo estérilmente sobre la pertinencia de x o de y, cuando quizá ambas signifiquen z. No importan las palabras, sino lo que ellas significan.
Investigar o crear
¿Cientificismo académico? Es la pretensión de elaborar textos “científicos” sin haber siquiera previo acuerdo sobre la cientificidad de la Filosofía. Su única aspiración científica es puramente formal, imponiendo tediosas legislaciones de formato (habla impersonal, plural mayestático, bibliografías alfabéticamente ordenadas, citaciones en estilo APA o Chicago que, además, cambian cada pocos años, etc.). Y así es como, entretenidos en formalidades con que justificar sus sueldos y labores, desatienden lo material y concreto que tiene, por deber, que ocupar por entero la atención de los filósofos.
¿Tiempo de investigación? La academia concede cierto tiempo para la investigación a sus mejores. Sin embargo, conviene aclarar lo siguiente: la investigación es fundamental por razón de su anterioridad. Hace falta informarse bien antes de hablar, huelga decir que con mayor razón antes de crear. Sin embargo, no es lo mismo investigar que crear (o construir, si se prefiere), como tampoco es lo mismo el tiempo de investigación que el tiempo de construcción filosófica. Investigar y hacer filosofía: cosas distintas.
Las universidades pecan de lo mismo que el Congreso de los Diputados, y es de ser peyorativamente políticas
¿Investigación filosófica? Abundan hoy las “revistas de investigación” filosófica. El modelo de investigación en filosofía por antonomasia es, duele decirlo, una tesis doctoral. Tesis en la que el estudiante es, por lo común, censurado si se aventura a proponer algo nuevo. Siendo así un tipo de investigación que, lejos de descubrir nada nuevo, repite doxografía. Antes que dejar posicionarse al investigador, lo posicionan; no siendo tanto tesis, cuanto tesitura. Y lo mismo con las “revistas de investigación”, las cuales, al mirar con algo de atención, demuestran no ser más que revistas de divulgación. Kant lo denunció hace tiempo: eso no es investigación, es filodoxia.
¿Filósofos o profesores? Ortega dejó bien claro que hay una diferencia fundamental entre ser profesor y ser filósofo. Echando en falta a los segundos, veía que sobraban los primeros. Discúlpenme si ofendo al recalcar lo evidente: quizá para ser filósofo haya que hacer filosofía. Dicho de otra forma, para que me entiendan todos, ser profesor de universidad o publicar en revistas de divulgación no te hace filósofo, si acaso, funcionario.
Quien dice lo que no debe, se queda sin merienda. Si no hay libertad de opinión, ni de cátedra ni de prensa, tampoco podemos pedir un libre hacer Filosofía
¿Profesores funcionarios? Impresiona atestiguar el conservadurismo de las universidades a estos respectos, y eso que la mayoría son abiertamente de lo que porfían en seguir llamando izquierda. Lejos de enmendar nada, se conforman con renovar los nombres —será por sensación de frescura. Las universidades pecan de lo mismo que el Congreso de los Diputados, y es de ser peyorativamente políticas.
¿Filosofía políticamente intervenida? Quizá, de entre lo más triste de todo, sea ver la influencia política que, vía la Academia, infecta de ideología a la Filosofía. Como cualquier chiringuito, los funcionarios maman de la teta del Estado. Y, no hace falta decirlo, quien dice lo que no debe, se queda sin merienda. Si no hay libertad de opinión, ni de cátedra ni de prensa, tampoco podemos pedir un libre hacer Filosofía.
Ante tal pútrida situación, hoy, como en otros momentos de su historia, la Filosofía solo se encuentra al margen de la Academia. Por ello, tanto personal como profesionalmente, mi apuesta reside en la reología: una forma de hacer filosofía independiente que se propone como Filosofía Fundamental, en firme y frontal oposición a la hodierna y moribunda filosofía fundamentalista. La otra academia.
Messidor
Se me ha pasado en el anterior comentario: gracias al autor por este artículo, cuyas tesis en parte comparto y en parte no, pero considero muy importantes. Más que nunca quizá, necesitamos imperiosamente discutir estas cosas
Messidor
La universidad es una maqueta, o si se prefiere, con más maldad, una caricatura de la nación. Y al igual que en ésta hay una conspicua división entre las cúpulas (rectores, vicerrectores, decanos, representantes sindicales -cuidado con éstos- estudiantes militantes-en-juventudes-de-partidos...) y los universitarios normales ("oiga, yo trabajo aquí", "yo he venido a formarme, no a cambiar el mundo"...) Voy a decirlo a lo bruto: lo primero es basura (igual que en la nación). Ignorémoslo aquí (aunque hay que combatirlo en el mundo real). Si quiere uno conocer la academia de verdad, deambule por los despachos, las (salidas de) las aulas, las cafeterías y los laboratorios, no los rectorados o los salones donde se reúnen los claustros, esa patética parodia de los parlamentos. Y tal vez descubra que hay una chica de veintipocos años que está estudiando apasionada y furiosamente un hipotético nexo entre la teoría del significado del segundo Wittgenstein y el concepto de sistema simbólico físico de Allen Newell. Y duda entre su pasión intelectual y la necesidad de ganarse la vida. Porque en esto último, en la uni, las sumisas le llevan ventaja. En la universidad, como siempre, hay gemas, pero siempre bajo capas de inmundicia.
Joan888
Me aventuro a decir que la política y la academia no solo se parecen si no que son una extensión la una de la otra (basta ver la repetición desmedida de apellidos coincidentes en los despachos de las diferentes facultades, en algunas se podría crear un árbol genealógico). Así como hoy en día no hay políticos que lo quieran ser por vocación, sino que lo son por los beneficios e influencias que les aportan los puestos que consiguen, en la academia esto es mucho peor ya que es la base del conocimiento y de la enseñanza de nuestra sociedad. Al final un político corrupto dura un suspiro en nuestra sociedad (no aspiran a mucho más de cuatro años de existencia profesional), en cambio malos académicos en nuestras instituciones son algo mucho más preocupante ya que suelen tener una durabilidad en sus cargos muy superior a la de un político y la influencia en nuestra sociedad es mucho peor. Creo que nuestra sociedad siempre conseguirá sobrevivir a la corrupción política, pero el empobrecimiento de nuestros académicos llegará a ser algo muy difícil de solucionar, ya que la mediocridad académica una vez implantada en la sociedad es mucho más difícil de sanar que los malos comportamientos de los políticos. La corrupción acostumbra a ser muy evidente ya que el corrupto se termina confiando y llamando mucho la atención. El academicismo influenciado por la política es mucho peor ya que es muy silencioso y no llama la atención, pero sus consecuencias son nefastas.