Opinión

En la muerte de Enric Sopena

El fallecimiento de mi director en RNE, COM Ràdio y El Plural me ha dejado hecho polvo. Sé que los que no respetan ni a los muertos dirán barbaridades acerca de Enric. Allá ellos con su conciencia de bestias carroñeras

  • Enric Sopena

El fallecimiento de mi director en RNE, COM Ràdio y El Plural me ha dejado hecho polvo. Sé que los que no respetan ni a los muertos dirán barbaridades acerca de Enric. Allá ellos con su conciencia de bestias carroñeras. Yo le conocí en RNE en Cataluña, cuando servidor era guionista de La Bisagra, con Sardá y el Señor Casamajor. El jefe de programas me presentó como “el terror de la clase política catalana”, lo cual era una exageración. Pero a Sopena le hizo gracia y cuando, años más tarde, lo nombraron director de la COM, red de emisoras municipales que pretendía ser un contrapeso a Cataluña Radio, me llamó. Durante los cuatro años en que fue mi director dirigí, me inventé, guionicé y presenté un programa de sátira política llamado Això no toca. Como mis blancos preferidos eran Pujol y Narcís Serra, de vez en cuando Enric me llamaba a su despacho, nos fumábamos un puro, tomábamos café -ambos sabíamos de sobra por qué estaba yo allí-, hablábamos de política y al salir me decía con su voz profunda y grave “Bonic, a todos los efectos conste que te he pegado un broncazo del quince”.

A Enric no le querían en el PSC. Un españolista, decían. Cuando dicen que dimitió no puedo más que reírme. Yo lo viví. Montilla lo confirmaba tal día como hoy en el cargo, tras meses de conspiraciones socialistas y convergentes y, al día siguiente, Pascual Maragall, va y le pide la dimisión. Se había llegado a un acuerdo, dijeron, que contemplaba la salida de Sopena de la COM -plagada de convergentes, separatistas, psuqueros y un discurso igualito a las emisoras de la generalidad- a cambio de que hicieran lo mismo los directores de TV3 y Cataluña Radio. Enric dimitió, los otros siguieron, y tuvo que buscarse la vida porque el partido le había dado una patada en el culo.

Enric Sopena encarnaba el viejo periodismo de bandería, el de quien no se corta un pelo a la hora de defender a su partido

Sopena encarnaba el viejo periodismo de bandería, el de quien no se corta un pelo a la hora de defender a su partido. Director omnipresente, escuchaba todos los programas de la casa -las más de las veces para desesperarse- y podía comentarte lo que habías dicho pe por pa. Éramos amigos. Debo añadir que, en paralelo, yo escribía El Jardín de los Bonsáis, circunstancia que alguna alma caritativa aprovechó para malmeter entre Luis del Olmo -que odiaba a la COM- y servidor, quedándome sin escribir aquellos guiones que tanto me costaban, porque no era tarea fácil inventarte un guignol de cuarenta páginas que supieran leer y entendieran algunos de los imitadores. Lo sentí por Luis, al que quiero, respeto y admiro, aunque me sirvió, como a Sopena, para comprobar que las peores puñaladas te las dan los que tienes al lado. Me dijo cuando se lo expliqué. “Bonic, la envidia convierte en asesinos a las personas”.

Volviendo a Enric, le agradezco su protección frente al PSC y a CIU. Prueba de ello es que, a la que se lo sacaron de encima, el acoso y derribo sobre mi persona no cesó hasta que, tras arrinconarme en el palomar, no tuve más remedio que marcharme por dignidad y por no respirar el mismo aire que aquella gente.

Sé que ahora discutiríamos mucho, pero eso no nos impediría seguir siendo amigos. Lo decía Vidal Quadras, con quien Sopena mantenía unas filípicas tremendas: las diferencias políticas no deben empañar la relación personal. Así que quisiera darle a Enric allí donde esté las gracias por todo lo que me ayudó, incluso cuando socialistas, convergentes y algunos sinvergüenzas me querían ver muerto, enterrado y hechos los funerales, por su confianza y por su magisterio. A su viuda Margarita y sus hijos, mi más sentido pésame. Yo también lo echaré en falta. De éstos ya no se hacen.

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