El pasado viernes se estrenó la segunda parte de Borat en Amazon Prime, 14 años después de la revolucionaria sátira perpetrada por Sacha Baron Cohen en formato de falso documental, su legado daba a luz a una continuación que ha cambiado la revolución por propaganda. El partidismo es tan poco sutil que los primeros créditos que salen al finalizar la película son para recordarles a los americanos que el próximo 3 de noviembre tienen que ir a votar… A Biden por supuesto.
En realidad la película no pide el voto para el candidato demócrata sino que a lo largo de sus 95 minutos de metraje te exige implícitamente que lo hagas contra el republicano. Esta vez la incorrección política no son los chistes gruesos en centros antiabortista, sino que te atrevas a pensar que puede haber algo más allá del relato que te imprime la cinta. Sacha Baron Cohen decía en una entrevista que la suya era una película de paz y conciliación, contra el odio y la polarización, pero lo que en realidad nos vende es una propuesta de endogamia ideológica donde la polarización y el odio son todo lo que se encuentra fuera de la narrativa progresista. Pese a lo que han dicho algunos no se trata de una película maniquea, no hay malos y buenos, sólo hay malos, lo que pasa es que todos los malos son del mismo color.
Sacha Baron Cohen centra toda su atención en la misoginia y macarrismo presidencial y se ensaña merecidamente con el magufismo político, pero ignora deliberadamente las acciones de grupos como Antifa o BLM y olvida a crecientes grupos de influencia que exigen disparates como la 'desfinanciación' de la policía. Un cocktail que los últimos días nos ha regalado las imágenes apocalípticas de una Nueva York tapiada.
Tengo a Baron Cohen por un cómico inteligente, por lo que debe saber que Trump no es el origen sino la reacción polarizante a las mamarrachadas de la izquierda posmoderna y el totalitarismo identitario que la farándula de Hollywood lleva años alimentando. Un cuerpo de ideas convertido en dogma y que propone la cancelación furibunda de cualquiera que ose cuestionarlo. Hablando de corrección política, la equidistancia no es algo que se valore en el Hollywood contemporáneo.
En los últimos días sin ir más lejos, leía una noticia con trazas a macartismo sobre la posible cancelación del actor Chris Pratt: su pecado había sido no acudir a un acto de apoyo al candidato demócrata Joe Biden. La directora y guionista Amy Berg señaló y las redes se encargaron de la acusación, de cristiano a supremacista blanco sin pasar por la casilla de salida.
One has to go. pic.twitter.com/HUWnbQOA43
— Amy Berg (@bergopolis) October 17, 2020
Me recordó a la serie de Patria y como las buenas gentes de los pueblos vascos tenía que hacer acto de presencia por los eventos de apoyo a los presos etarras para no ser sospechoso de unionistas, el peaje moral que muchos pagaban para poder vivir tranquilos. Ser sospechoso por omisión es un eufemismo del “o conmigo o contra mí”, algo que lleva años reproduciendo la mitad de nuestras izquierdas con la complacencia de la otra mitad. Así, a personajes como Chriss Prat en Hollywood, o Pablo Motos e Iker Jiménez en España, no se les estaría atacando por sus opiniones sino por su silencio. El que calla otorga.
Eso es lo que ha hecho Sacha Baron Cohen, no callar, demostrar su militancia y sumisión al relato antitrumpista de Hollywood, por la cuenta que le trae. Nunca la incorrección política fue tan políticamente correcta.
Puedes ver los vídeos de Un Tío Blanco Hetero (Sergio Candanedo) en: https://www.youtube.com/channel/UCW3iqZr2cQFYKdO9Kpa97Yw