Opinión

¡A las trincheras!

Había sido alertado para que compareciera a las 9.20 horas del miércoles día 27 porque quería interrogarme en directo Susanna Griso en su programa Espejo Público de Antena 3. La cita era en la puerta del Congreso de los Diputados donde a parti

  • Pedro Sánchez en el debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo. -

Había sido alertado para que compareciera a las 9.20 horas del miércoles día 27 porque quería interrogarme en directo Susanna Griso en su programa Espejo Público de Antena 3. La cita era en la puerta del Congreso de los Diputados donde a partir de las 9.00 horas continuaba en el Pleno el debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo, candidato a la presidencia del Gobierno propuesto por Su Majestad el Rey. La sesión se había abierto la víspera, martes 26, a las 12.00 horas con la lectura por el señor secretario primero, Gerardo Pisarello Prados, de la propuesta del Rey, formulada en los términos que señala el artículo 99.1. de la Constitución. De modo que, sin más preámbulos, Feijóo dejaba su escaño para subir a la tribuna de oradores y exponer ante el Congreso el programa político del Gobierno que pretendía formar y solicitar en su favor la confianza de la Cámara. Era la primera vez que tomaba la palabra en ese salón de plenos, que llamamos el Hemiciclo, y ante semejante audiencia, aunque meses atrás ya había medido su esgrima parlamentaria con el presidente Pedro Sánchez en el pleno del Senado al que Feijóo estaba incorporado desde septiembre de 2022. Habían cruzado sus aceros al menos en cinco ocasiones, tras asumir el liderazgo del Partido Popular. Tres de ellas lo fueron con motivo de sesiones de control en las que el nuevo líder del PP había tenido oportunidad de preguntar al presidente del Gobierno en nombre de su grupo y otras dos más con ocasión de comparecencias monográficas del jefe del Ejecutivo.

Después de tres años de guerra civil y de cuarenta de orgullo en la victoria, para unos, y de humillación en la derrota, para otros, la paz, la concordia y la reconciliación sólo llegaron con la Constitución de 1978

En todos esos casos, la queja permanente aducida por Núñez Feijóo se basaba en el desequilibrio y la desigualdad de oportunidades porque el presidente del Gobierno, Sánchez, disponía de tiempo ilimitado para su exposición inicial así como para contestar a las intervenciones de los portavoces de los grupos parlamentarios, mientras que estos últimos, entre los que figuraba el líder del PP, contaban, cada uno, para responder con quince minutos como máximo a los que se sumaban otros cinco para replicar. Mientras que ahora, en el debate de investidura del martes 26 y del miércoles 27 se habían vuelto las tornas y el reglamento -artículo 171.2- estaba de su parte al otorgarle tiempo sin limitación alguna para formular su propuesta, pedir la confianza y replicar a los portavoces. Otra cosa es que la falta de límites pueda también tener efectos desorientadores e incluso contraproducentes. Pero volvamos a la cita en la puerta del Congreso. Susanna Griso quería un titular que resumiera la situación y mi propuesta fue: "¡Españoles, a las trincheras!". Después de tres años de guerra civil y de cuarenta de orgullo en la victoria, para unos, y de humillación en la derrota, para otros, la paz, la concordia y la reconciliación sólo llegaron con la Constitución de 1978. Fuimos la admiración del mundo. Pero ahora se diría que estuviéramos por volver al cultivo del antagonismo cainita.

Sánchez, en el burladero

Que Feijóo osara atribuirse haber ganado las elecciones -afirmación con la que justificaba haber aceptado comparecer como candidato conforme a la propuesta del Rey, al tiempo que alentaba a sus filas-, debió considerarse agravio imperdonable por los sanchistas. Porque de nada sirvió al candidato torear ajustándose a los cánones clásicos de parar, templar y mandar, tampoco evitar los excesos dialécticos, reiterar los ofrecimientos pactistas, distinguir entre tirios y troyanos, separar a Junts de ERC, cargar sobre Bildu y conciliar con PNV, abstenerse de calentar demagógicamente a la grada propia, rehuir exageraciones y tremendismos, servirse de un tono suasorio, encontrar un punto de ironía contenida, valerse del sentido del humor y entrar en los asuntos más graves sin invocar el apocalipsis. De nada le valió porque el sanchismo traía preparada de casa una respuesta fuera de foco que en absoluto se correspondía a la intervención inicial de Feijóo. Y para semejante operación no se sirvieron de Patxi López ni de Adriana Lastra, buscaron al portavoz adecuado, Óscar Puente, del mismo Valladolid, empeñado en cumplir el encargo de embarrar el campo de juego. Por su parte Sánchez no salió del burladero, jugó a mantenerse impasible el alemán pero se dejó decir por sus aliados del denominado bloque progresista dislates enormes que, sin réplica, van quedando convalidados. Atentos.

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