Opinión

Israel, el perfecto chivo expiatorio

Octubre de 2023, el Movimiento de Resistencia Islámica Hamás, que gobierna la franja de Gaza desde hace década y media, lanzó

  • El ejército israelí ya tiene soldados en Gaza -

Octubre de 2023, el Movimiento de Resistencia Islámica Hamás, que gobierna la franja de Gaza desde hace década y media, lanzó un sorpresivo ataque sobre civiles israelíes causando más de un millar de muertos y más de doscientos secuestrados. Una vez conocida la noticia, determinadas corrientes políticas convocaron en Europa masivos actos de solidaridad… con Gaza. Los manifestantes condenaban a Israel y proferían consignas de apoyo a Palestina que, en realidad, escondían muestras de simpatía con Hamás, disculpando sus execrables actos.

Amplios segmentos políticos, sociales y mediáticos de Occidente mantienen desde hace tiempo un acusado doble rasero en el conflicto Oriente Medio. Ocurra lo que ocurra, ataque quien ataque, señalan automáticamente con el dedo acusador a Israel, a pesar de que es el único país democrático de la región, mientras proclaman la eterna inocencia de las organizaciones palestinas, como si tan larga y compleja disputa pudiera reducirse a un cuento de buenos y malos. Curiosamente, este griterío inculpador contrasta con la indiferencia de estos grupos ante atropellos a los derechos humanos en otros lugares del mundo.

Estas desequilibradas reacciones no pueden explicarse como muestras de antisemitismo: en Occidente no existe un extendido odio al judío. Los impulsos son en realidad antioccidentales: detestan a Israel porque es percibido como un país de origen europeo (aunque esto sea una verdad solo a medias), colonizando un Oriente próximo de cultura mayoritariamente musulmana.

El odio a Israel corre paralelo al perenne sentimiento anti Estados Unidos. Tras el ataque terrorista al World Trade Center de 2001, una corriente de opinión en Europa disculpó tan cruel matanza, insinuó que EEUU lo merecía o desvió la atención hacia las maldades que, presumiblemente, cometería el gobierno americano como represalia. Hay demasiados en Europa dispuestos a justificar cualquier acción abominable… siempre que la cometan otros pueblos contra occidentales.

Los occidentales somos muy raros

Este insólito autoodio, que ciertos activistas han inculcado exitosamente en Occidente, es desconocido en otras latitudes. Este fenómeno solo tiene cabida en la peculiar psicología de la mente europea, que difiere del resto en dos aspectos fundamentales: a) somos menos tribales y b) poseemos un sentimiento de culpa mucho más acentuado. Esto hace a las personas de cultura europea especialmente vulnerables a la manipulación.

En su libro The WEIRDest People in the World, Joseph Henrich señala que la psicología de la mente occidental, su forma de percibir la realidad, muestra unas cuantas diferencias con otras culturas. Y los raros no son ellos; somos nosotros. La mentalidad europea es poco tribal, suele tratar a la gente como individuos, no como miembros de un colectivo, tiende a recurrir a principios o reglas imparciales para juzgarlos y muestra menos favoritismo hacia familiares, miembros de la misma etnia, grupo o religión. Se trata de una evolución cultural extraña, contraria a esos rasgos primigenios que configuraron el cerebro humano allá por paleolítico, cuando confiar en los miembros de la propia tribu, y desconfiar de los extraños, era una fundamental regla de supervivencia.

El tribalismo sigue imperando en el resto del mundo: mientras la mayoría de árabes, y amplísimos sectores de musulmanes, tienden a apoyar incondicionalmente a las organizaciones palestinas, no porque piensen que tienen razón, sino porque consideran que son los suyos, la mentalidad occidental, más ecuánime y objetiva, es mucho menos propensa a respaldar a Israel simplemente porque su sociedad sea más parecida a la europea. Por el contrario, algunos activistas, mediante la manipulación del sentido de culpa, han logrado incitar en algunas mentes europeas un tribalismo inverso, una tendencia a demonizar lo propio, lo parecido, y ensalzar lo ajeno, lo diferente.

Culturas de la vergüenza y culturas de la culpa

La mayoría de culturas recurren al mecanismo de la vergüenza como resorte para impulsar el cumplimiento de las normas sociales. En estas culturas de la vergüenza, no occidentales, el comportamiento individual es controlado por el entorno (familiares, vecinos, amigos, conocidos). La gente cumple las reglas para preservar su imagen y su honor, para evitar el bochorno ante la mirada de los demás, para eludir la crítica, la murmuración o la exclusión social.

Por el contrario, en las sociedades de origen europeo predomina la cultura de la culpa: es el propio individuo quién se controla a sí mismo, quién acata voluntariamente las normas para no experimentar el remordimiento interno que surge tras cometer una transgresión. Este sistema es más compatible con la libertad individual, pero resulta a veces manipulable porque el remordimiento no se dispara cuando existe realmente una transgresión… sino cuando el sujeto cree haberla cometido.

La demonización de Israel funciona para esos grupos como una simbólica autoflagelación, una penitencia indolora y sin consecuencia alguna, que permite a muchos atormentados sentirse personas justas y virtuosas, sin serlo

Esta subjetividad ha sido aprovechada por activistas que intentan infundir en los ciudadanos occidentales mala conciencia, no por sus acciones, sino por lo que son: por vivir en un país rico, por causar el hambre del resto del mundo o por las maldades que, supuestamente,cometieron sus antepasados. Algunos de ellos pretenden absurdamente que España se disculpe por la colonización de América. Para los sujetos que caen en esta manipulación, la culpa deja de funcionar como una eficaz guía moral y comienza a desencadenar autoodio e indefensión pues la mala conciencia se refiere a hechos fuera de su control. Se genera así un ambiente propicio para actitudes sociales autodestructivas y para la creación de chivos expiatorios: intentos de aliviar el remordimiento desviando la culpa hacia otros colectivos, transformados ahora en la quintaesencia del mal.

Israel cumple las condiciones de chivo expiatorio, de villano perfecto, por ser un “lejano nosotros” insertado en una exótica región. La demonización de Israel funciona para esos grupos como una simbólica autoflagelación, una penitencia indolora y sin consecuencia alguna, que permite a muchos atormentados sentirse personas justas y virtuosas, sin serlo. Porque no desean hacer el bien… sino sentirse bien.

Paradójicamente, la intensa secularización no eliminó la conciencia de culpa. Al contrario, pareció agravarla y desviarla hacia otros propósitos, quizá porque las religiones tradicionales disponían de ciertos recursos para canalizar el remordimiento, aliviarlo y mantenerlo bajo control.

El talón de Aquiles de Occidente

La manipulación por la culpa es el talón de Aquiles de la sociedad occidental, especialmente desde que las guerras libran buena parte de sus combates en el terreno de la propaganda: en el campo de la manipulación de las emociones. Es demasiado fácil caer de rodillas ante la actitud victimista de grupos integristas foráneos o de poderosos gobiernos, enemigos de la sociedad abierta que, no entendiendo ni compartiendo esta forma de ver el mundo, nos tienen bien tomada la medida. Así, Hamás utiliza a su población como escudo e intenta exhibir las víctimas con el fin de avivar la mala conciencia de los ingenuos europeos. Los islamistas pueden ser crueles y sanguinarios, pero también perfectamente racionales pues dirigen el fuego a esas debilidades occidentales que ellos no tienen.

Detrás de muchos fenómenos actuales como la sacralización de indigenismo, el wokeismo, el ecologismo radical,la gestión del cambio climático (alivie su conciencia comprando una bula de carbono neutral) o la creciente permisividad ante determinados tipos de delincuencia, se vislumbran intensos procesos de manipulación de la mala conciencia. Sin embargo, pensar que los occidentales somos responsables de todos los males del mundo, no es solo un ejercicio de masoquismo y estupidez, es también una muestra de profundo narcisismo, egocentrismo y menosprecio a los demás pueblos: se diría que, sin la intervención de Occidente, los habitantes del resto del mundo, entre ellos los de Oriente Cercano, no pueden tener éxito ni fracasar, no poseen libre albedrío ni responsabilidad.

Mantenerse crítico en el conflicto de Oriente Medio significa aplicar a todos el mismo rasero, ser capaz de censurar a cualquiera de las partes cuando vulnere principios o reglas fundamentales. Por el contrario, repetir una y otra vez la misma cantinela que demoniza a Israel y disculpa a sus enemigos no es más que un banal ejercicio para alivio de algunas conciencias atormentadas.

El sentimiento de culpa solo cumple su función cuando se activa por los propios actos. Quién siente remordimientos por lo que supuestamente hicieron sus antepasados o por otras circunstancias ajenas a su voluntad… seguramente está siendo manipulado.

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