La semana arrancó con viento a favor, o al menos así lo creían en Moncloa. El lunes Iván Redondo izó velas y describió en El País cuál sería el espíritu del plan España 2050: un documento que recoge las medidas propuestas por un centenar de expertos para una salida a medio y largo plazo a la crisis del coronavirus. Quienes barruntaron grandilocuencia, acertaron. Los pliegos de España 2050 tienen un lenguaje melifluo y una prosa esdrújula: entre la revelación y el catecismo, la promesa y la propaganda, el paño caliente y la cataplasma. Aún con los estigmas de las elecciones madrileñas abiertos, el PSOE de Sánchez necesitaba una buena nueva y no dudó en inventarse algo parecido.
Andaba muy ocupado el Ejecutivo ultimando los legajos cuando Marruecos abrió su frontera para facilitar la salida de 8.000 personas hacia España: decenas de miles de hombres, mujeres y niños cruzando a nado o sobre embarcaciones de hule. Los más pequeños, bebés apenas, perdieron el chupete en la travesía, sólo les quedaba aún prendido del labio el anzuelo que los arrastró hasta allí. La acogida del líder del Frente Polisario en un hospital en Logroño fue considerada por Marruecos una afrenta, y no dudó en contestar con un desembarco harapiento y desesperado de sus propios ciudadanos.
Pedro Sánchez se presentó en Ceuta, traje almidonado del tipo estadista, para anunciar que defendería la integridad del territorio español. En ese mismo momento, sus socios de Podemos hacían y decían justo lo contrario: volvían a apoyar la autodeterminación del Sáhara en plena crisis diplomática y política con Rabat. En ningún sitio se hunden en el pasado los días más rápidamente que en el mar, escribió Joseph Conrad. Tenía razón. Esta semana presenciamos un hundimiento: el de la política exterior española, esa nave que a veces parece fondada y en otras a la deriva.
El presidente del Gobierno se siente a sí mismo Jason, pero le faltan los argonautas. Y su consejero lo sabe
Con el capitán Redondo ocupado en el plan de navegación del velero monclovita, la España 2050 y demás sonetos como si fuera la gesta de Magallanes, el asesor olvidó diseñar para Sánchez una secuencia en la que el mar de Alborán se abriera a en dos ante su presencia. Pero Sánchez tiene de profeta lo que Iván de poeta. El Gobierno va justo de proezas, pero ahí sigue Redondo, erre que erre, intentando remozar a Pedro Sánchez en su torpeza, incomparecencia, narcisismo y solipsismo. El presidente del Gobierno se siente a sí mismo Jason, pero le faltan los argonautas. Y su consejero lo sabe.
De tanto predicar que el PSOE salvaría a España de la ultraderecha y otras criaturas contrahechas, a más de un ministro del Gabinete le apretará la corona de espinas en el intento. A algunos hasta se les queda cara de mártir. Para prueba el gesto de hartazgo y cansancio de la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Economía, Nadia Calviño, cuando escuchó recitar por enésima vez la letanía de la ministra de Trabajo y sucesora de Pablo Iglesias sobre la derogación de la reforma laboral del PP. Con los ojos mirando al cielo, exhaló un suspiro, cual santa en una ermita.