Uno de los acontecimientos más relevantes que han acaecido por aquí en los últimos días se registró cuando Jorge Javier Vázquez preguntó en Twitter a Isabel Díaz Ayuso acerca de una duda que le había asaltado. "Gano más de 100.000 euros al año. ¿Me daría usted una beca para zumba? Me aburro mucho y lo estoy pasando muy mal". La cuenta oficial del Partido Popular de Madrid - en fin...- le respondió poco después con amabilidad. "Hola Jorge. Habría que mirar las bases por si uno de los requisitos indispensables es estar al corriente de pago con Hacienda". A continuación, el presentador publicó el certificado que acredita que no debe nada al fisco. Fue una lucha de gigantes.
Vázquez fue ejemplar cuando recomendó a los abuelos que tuvieran cuidado al besar a sus nietos al inicio de la pandemia. En ese momento, morían 900 personas al día en España de covid-19. Las grandes plataformas de comunicación sirven para esas cosas en momentos de emergencia. Lo que ocurre es que este periodista también utiliza sus programas de entretenimiento para distribuir raciones de propaganda a discreción.
Habrá quien piense que el ciudadano medio ve Sálvame para desconectar o para certificar que su vida mediocre no es peor que la de todos esos personajes conflictivos que se sientan en su mesa. Tiene todo el sentido. Ahora bien, cabría preguntarle a Jorge Javier Vázquez si ese perfil de espectador aplaude durante los mítines del presentador, que están compuestos por los argumentos más básicos del manual del 'primer curso de izquierdas'. Quizás considere Vázquez que esta actitud le convierte en una especie de socorrista de los parias de la tierra. O en el azote de los enemigos del proletariado. En realidad, por el escenario y el contexto en el que suele pronunciar sus discursos políticos, lo que le transforma es en alguien fuera de lugar.
Propaganda hasta en la sopa
Algo discurre rematadamente mal en una sociedad cuando los espacios de entretenimiento son tomados por los apparatchik y atiborrados con sus mensajes. Es propio de tiranías. En el zoco de Kairouan, en Túnez, había en su día una imagen del dictador Ben Ali con la mano derecha en el pecho. También en las farolas que se hallaban frente a los hoteles, en la playa y entre las palmeras de la ruta hacia la puerta del desierto, en Douz. Que no falte en ningún lugar un mensaje a favor del líder. En la televisión de los españoles, aparece cada día Jorge Javier Vázquez, quien entre cotilleo y cotilleo cuela su muletilla sobre la 'ley trans' o sobre la pobre Rocío Carrasco, quien es despreciada porque la sociedad es machista e injusta.
Podría parecer lo contrario, pero el comportamiento de Vázquez es inocente: dice lo que piensa y lo hace con claridad, aunque su actitud sea calamitosa. Hay otros fenómenos más sibilinos y perjudiciales. Afirmaba El País el otro día lo siguiente: "La mayoría de la gente cree que tiene una renta media, pero a menudo se equivoca. Si ganas más de 20.500 euros netos (al año) estás en la mitad rica, y si superas los 44.000, eres del 10% con más ingresos".
No es casual que los portavoces del PSOE se refieran en sus discursos a la "clase media trabajadora" con tanta frecuencia. Lo hacen porque interesa pensar que en la España actual alguien puede considerarse "clase media" con un salario de 1.500 euros en 14 pagas.
Tampoco es arbitraria la expresión "la mitad rica" en esa afirmación del diario de Prisa. Con ese lenguaje, se abona el terreno para que las “rentas más altas” paguen más impuestos cuando el Gobierno lo decida. Quieren hacer creer al personal que 1.500 euros convierten a alguien en un privilegiado. No sólo preparan a los ciudadanos para aceptar nuevas tasas, sino para asimilar que no son tan pobres como creen.
No hay nada más socialista que hacer pagar a toda una sociedad del desastre que generan unos pocos. Basta con atribuir los “desmanes” a la necesidad de garantizar la "justicia social" y de repartir la riqueza.
Lo que ocurre es que esa ideología provoca que la prosperidad se esfume, entre otras cosas, porque espanta a los inversores y ahuyenta a cualquiera que tenga iniciativa, más allá de la de vivir del Estado, tanto a través de su ínfima generosidad, como de los contratos que reparte entre los cortesanos que hagan más méritos. Con esos mensajes, la prensa que defiende este sistema prepara a los ciudadanos para ser felices con lo poco que les quede y apoquinar más impuestos sin rechistar. Porque... ¿cómo va a tener derecho a quejarse la mitad más rica?
Sentirse culpable del calor
Entre tantos elementos propagandísticos, tan repartidos en todas las esferas de la vida pública, cada vez cuesta más encontrar lo razonable. Especialmente, en los medios de comunicación. Un ejemplo que no conviene pasar por alto, en este sentido, es el de los noticiarios veraniegos. No hay ninguna de las principales cadenas de televisión que no muestren los efectos de la ola de calor para, a continuación, advertir de la cada vez mayor frecuencia de los fenómenos atmosféricos extremos y del riesgo cada vez más evidente de que el cambio climático nos destroce. A continuación, siempre -o casi siempre- se emite alguna pieza sobre los cambios de hábitos que beneficiarían al planeta. Eso no es informar. Es educar. O pastorear, mejor dicho.
Habrá que prepararse para escuchar eso de que, con los cortes de gas que se prevén para invierno, algunos países reducirán su huella de carbono. Ya se produjo algo similar con el confinamiento, cuando se dijo que se habían reducido de forma drástica las emisiones de CO2. ¿Qué pasará en invierno? Que cualquier crítica a los gobernantes y a la política 2030 que demonizó casi cualquier iniciativa relacionada con el gas o la energía nuclear será considerada como 'incorrecta'. O como una excentricidad.
Sería fantástico sentarse un buen día para reposar, tras la comida, y no recibir una larga exposición sobre los pecados que cualquiera comete al descargar la cisterna o ir en coche al supermercado. Y, sin duda, estaría bien que Jorge Javier, y otros sacerdotes similares, se dedicaran a entretener, que es para lo que les pagan. También al contrario. Porque sería positivo decir aquello de "yo he sido transparente viajando en bicicleta" porque ese medio de transporte recuerde a las mañanas de libertad de antiguos veranos. A la añorada sencillez del pasado y a esa juventud que a veces necesita el espíritu.
Estaría bien que eso surgiera a partir de la melancolía, no porque las toneladas de propaganda impulsen a cambiar hábitos normales por otros supuestamente 'eco-sostenibles'.
Pelosi
Al bizco este le veo pronto en el consejo de Indra: Miguel Sebastián y él son tal para cual...