Opinión

José María García, el arte de saber hablar y la costumbre de callar cuando hay que hacerlo

No he visto la última serie de Movistar sobre José María García porque tengo la sensación de que lo que cuenta ya lo

  • José María García -

No he visto la última serie de Movistar sobre José María García porque tengo la sensación de que lo que cuenta ya lo he escuchado mil veces. Con este periodista me une el vínculo de la nostalgia de las noches radiofónicas de tensión y entretenimiento, de las que se viven desde el otro lado del transistor en la adolescencia. García amasaba información y poder en cantidades muy elevadas. También solía utilizarlos con fines muy distintos a los que tenía encomendados, lo que le convertía en cazador, pero también en trofeo.

No soy quién para aleccionar a este señor -ni es mi función- porque es historia del periodismo español contemporáneo y conoce más y mejor aquellos lugares del poder que son casi inaccesibles, pero diría que cuando un informador transmuta y se convierte en un muñidor, adquiere el rol de combatiente. Y ya se sabe lo que ocurre en las guerras: allí se mata y allí se muere. Víctima del intercambio de fuego en el campo de combate o de una ejecución sumarísima. Si su versión sobre su dimisión de Admira Sport -su último proyecto, farónico- es cierta, se puede decir que fue víctima del fuego amigo. Ni más, ni menos. También podría haber muerto de un ataque del adversario. Estas cosas suelen pasar en los lugares donde se ejerce el periodismo con beligerancia.

Cuando a un líder de opinión le apartan del micrófono -o lo deja por sus convicciones- o a un periodista le privan de su columna, lo más noble es recoger los bártulos y agradecer la confianza prestada y las nóminas recibidas hasta la fecha. Esto no suele ser habitual en un mundo movido por los egos más bobalicones, lo que lleva a los afectados a airear teorías de la conspiración y a demostrar una ojeriza contra sus ejecutores que sólo les perjudica a ellos mismos.

Atacar a los enemigos

Ahí está la clave en este caso. Porque la atención mediática que recibe García desde hace años se debe, en parte, a su capacidad para echar pestes de sus enemigos. Cuantas más acusaciones lanza al aire, más le reclaman. El morbo vende y el morbo suele consumirse de forma industrial. Es difícil de racionar. Así que García hace desde mucho tiempo atrás como aquel que decidió medir el número de respiraciones que hacía cada día para anotarlo e intentar superarse en las 24 horas siguientes. Cuando batió su marca personal por décima vez, notó que hiperventilaba. Eso es lo que ocurre en este caso: de tanto hablar de sus adversarios y de los secretos que nunca desveló, se ha convertido en alguien (todavía más) excesivo. Y le utilizan. O se deja utilizar.

García ha asegurado muchas veces que en sus alforjas guarda informaciones que nunca ha contado porque hubiera “roto el corazón a los españoles”. Esa capacidad para acaudalar secretos le ha dotado de un halo legendario e interesante por el que suelen privarse los fácilmente impresionables. El otro día habló de un vídeo que probaría el supuesto amaño de un partido del Real Madrid Castilla cuando Lorenzo Sanz era el comandante del Bernabéu. "Hay una cinta grandísima con toda la película de un partido (...) que se vendió, y que los que trajeron y se llevaron el dinero eran los hijos del presidente".

Su relato cayó por su propio peso cuando uno de los mentados amenazó con denunciarle, así que García tuvo que envainársela y rectificar, lo que le dejó a la altura del betún y llevó a cualquiera con un poco de perspicacia a plantearse la cuestión acerca de si todo lo que cuenta sobre sus enemigos es verdad; o si, por el contrario, son tan sólo amenazas vacías con las que levantar expectación entre quienes también repudian a esas personas, entre las que siempre cita a José María Aznar, Antonio García Ferreras o a Florentino Pérez. Este último, su enemigo y quien casualmente se ha personado a través del Real Madrid en el 'caso Negreira'. Pudiera parecer que eso le había generado incomodidad al periodista madrileño, que pareció querer lanzar un mensaje a su 'adversario'. “Florentino, que vosotros también...”.

Periodistas que se extralimitan

García fue un hombre muy poderoso en la concepción más caciquil del término. Tal es así que pocos se atrevían a poner límites a su soberbia y, quienes lo hacían, podía llegar a enfrentarse a consecuencias muy graves. Un periodista nunca puede estar para tumbar gobiernos, seleccionadores, presidentes de federaciones, alcaldes o alguaciles. García llegó a prohibir a los trabajadores de su empresa el pronunciar el nombre de Jorge Valdano o el del equipo ciclista Reynolds. Llevó varios de sus enfrentamientos al terreno personal y actuó de forma despiadada en algunos casos. Y quien a hierro mata a hierro muere. A partir de ahí, se puede optar por el silencio o por mantenerse en el periodismo y desvelar todos los secretos que nunca se contaron por las presiones recibidas o lo que fuera.

Porque sus historias sobre su caja fuerte llegan a recordar a las de aquel periodista que se llamaba Juan Ignacio Blanco y que falleció en 2019. Durante muchos años, amenazó con publicar un vídeo en el que supuestamente podía apreciarse la participación de personas muy poderosas en la tortura de las tres niñas de Alcácer. Fueron varios los platós de las televisiones en los que relató esa historia e incluso un día, delante de Pepe Navarro, pronunció algún nombre sin ser capaz de demostrar su implicación en el asesinato. Al final, murió sin airear el supuesto documento, cuya existencia ni mucho menos está acreditada.

Merecen toda la admiración los valientes que se juegan el tipo, el trabajo y el de su familia por contar lo que es cierto y, a la vez, incómodo, aunque no sea morboso ni rimbombante. Pero quienes hablan del valor de los documentos que guardan bajo una baldosa, en su domicilio... y no revelan la información, se convierten en una especie de expertos en ocultismo Eso ha alimentado la leyenda de García, claro está, y eso ha sido aprovechado por los enemigos de sus enemigos para atacarlos a través del testimonio del periodista. Pero eso es cansino y cada vez canta más a rencor.

Qué inteligente es hablar cuando hay que hablar y callar cuando hay que callar.  

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