Opinión

Julia Navarro y el ‘factor Robles’

Las vacas sagradas de la narrativa española palidecen al confirmar que Julia ha encontrado la fórmula, el Grial, el conjuro para dejar con la boca abierta a cientos de miles de lectores

De Julia Navarro hay quien diría casi lo de Juan Ramón Jiménez sobre Platero: que es pequeña, menuda, suave; tan blanda por fuera que se diría toda de algodón, que no lleva huesos.

Y una leche. Julia ha sido una de las periodistas esenciales de la Transición y de los tiempos subsiguientes. Lo ha escrito todo. Los conoció a todos, con sus obras y sus pompas, con sus resplandores y sus vergüenzas, sus apoteosis, sus vanidades y sus banalidades. Estaba allí. Lo vio y lo contó. Eso suele crear, en el organismo del periodista, un caparazón, una excrecencia quitinosa, un dermoesqueleto emocional semejante al que tienen los crustáceos, los miriápodos y algunos mamíferos, como los pangolines o los armadillos; ese exoesqueleto rígido que hace que, a la vuelta de unos años, no te creas nada, no confíes en nadie y mires a todo el mundo (y a la realidad, a lo que pasa) con la pesadumbre con que suelen mirar los presos cuando salen de la cárcel después de una o dos décadas. Te sientes por encima de todo, de vuelta de todo.

Y llega un momento en que tienes qué decidir qué hacer con tu vida. O sigues escribiendo a soldada, contando lo que ves o lo que te mandan que veas hasta el día de tu jubilación (pero tu escritura es ya una brasa, no una hoguera: eso se nota siempre), o te tiras al agua sin salvavidas y cambias de oficio. Esto es difícil porque, con suerte, lo único que sabes hacer es escribir. Y eso ya no se paga. Sobre todo si tienes cierta edad.

Julia se tiró de cabeza desde la borda del barco pirata. Y se puso a hacer lo que de verdad le gustaba: novelas. Mejor dicho: escribir las novelas que a ella le habría gustado leer a la edad en que se leen novelas, o al menos las esenciales.

Julia ha sido una de las periodistas esenciales de la Transición y de los tiempos subsiguientes. Lo ha escrito todo

Buena la hizo. Su primer libro, La hermandad de la Sábana Santa, vendió más de 42 ediciones en treinta países y quince idiomas, y superó de largo el millón de ejemplares. Hace catorce años de eso. A su editorial, Plaza y Janés, se le apareció la Virgen del Carmen, santa patrona de marineros y náufragos, en toda su magnificencia. Y Julia se dio cuenta, casi de un día para otro, de que no tenía necesidad de volver a dar un palo al agua en su puñetera vida.

Pero no. Las vacas sagradas de la narrativa española de este siglo, los santones que tenían mucha suerte si vendían quince mil ejemplares de cualquiera de sus pestiños, palidecieron cuando se dieron cuenta de que a aquella periodistilla canija y curiosa, a aquella advenediza que ni siquiera había besado el sacrosanto baculum de don Camilo, no solo no le había sonado la flauta por casualidad sino que le gustaba contar historias. Y que escribía mejor que la mayoría de ellos, porque tenía oficio y talento. Y también ideas. Y que había encontrado, caramba, la fórmula, el Grial, el conjuro que todos buscaban y ninguno (bueno, uno o dos) hallaba para dejar con la boca abierta a cientos de miles de lectores que casi de inmediato se convertían en fans, en devotos, en catecúmenos de las novelas de Julia. Libro tras libro. Y así llegaron, por ejemplo, exitazos como La Biblia de barro, La sangre de los inocentes, Dime quién soy (otro millón de ejemplares vendidos), Historia de un canalla (mi favorita) y, ahora, Tú no matarás. En todos los casos, éxitos de ventas que ponen aún más amarillos a sus ya amarillentos críticos o presuntos competidores. En las ferias del libro, las colas para que te firme Julia Navarro tienen el tamaño de las que se forman ante el Jesús de Medinaceli. Para que te firmen los demás, pues miren ustedes… no tanto.

Julia no pretende ser “monedita de oro pa caerle bien a todos”, como decía la ranchera de Cuco Sánchez. Hay mucha gente a la que no le gustan sus novelas: dicen que todas se parecen y que el chasis es el mismo de Dan Browm. Bueno. Pues hay muchísima gente a la que sí le gustan, eso está claro, y sostienen que todas son distintas en su forma y en su fondo. Yo tengo una balanza con un fiel muy preciso: si me aburro, si no despierta mi interés, si la escritura es torpe, si se me cae el libro de las manos, no sigo. Si no se me cae, sigo. Los de Dan Brown se me han caído todos al suelo. Todos. Los de Julia Navarro, no.

Los libros de Dan Brown se me han caído todos al suelo. Todos. Los de la Navarro, no

Pero creo que hay algo de superstición en esta chica que no se parece en nada al Platero de Juan Ramón. Vamos, lo juraría. Julia Navarro suele presentar sus nuevos libros en el teatro del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Provoca unos llenazos de escalofrío, porque ya he dicho que esta moza no tiene lectores sino prosélitos, y son legión. Siempre es igual: unas cuantas sillas dispuestas en el escenario y una conversación en la que participan varias personas. Estas pueden ser muy distintas, pero hay alguien que casi nunca falla (y en esta ocasión tampoco): Margarita Robles, que ahora es ministra de Defensa pero que, en los últimos quince años, ha tenido varias ocupaciones más, todas diferentes.

Julia Navarro me lo dijo una vez: “No sé si Margarita me trae suerte para los libros pero prefiero que esté”. No me extraña. La señora ministra es un ciclón tropical cuando presenta los libros de su amiga. Se multiplica, gesticula, se apasiona, da voces, se involucra de tal manera que parece que el libro lo ha escrito ella. En esta ocasión, Carme Riera y Benjamín Prado parecían estupefactos, convidados de piedra ante el “factor Robles”; es decir, ante el tsunami de cariños de la señora ministra, que habló de Julia en términos tales, y con tales ardores, que la puso prácticamente al borde del Parnaso, del Nobel o de la canonización. Julia, que ya se lo sabe de otras veces, hacía esfuerzos por no reírse, pero estaba muy emocionada. No era para menos, porque la Robles estaba en plan ménade, como ha hecho siempre y como deben hacer los talismanes. Y hay que reconocer que, como actriz dramática (pongamos un ejemplo: Nicole Kidman  en Los otros, de Amenábar), la hiperbólica señora ministra es difícil de superar.

Dijo Julia Navarro que esta novela, Tú no matarás, es la que más trabajo le ha costado escribir. Bien, eso lo dice siempre y seguramente es verdad, porque Julia se mete en aguas más profundas (y personales) con cada nuevo libro. Yo les recomiendo que lean esta historia fascinada y fascinante, esta novela que es un “libro de libros” además de un duro viaje al interior de un pasado común que la autora tenía que contar para sacárselo de dentro, como pasa con las confesiones, los desahogos o los dolores acogotados allá en el fondo de la memoria.

Merece la pena. Y me vuelvo a preguntar: ¿Qué podrá escribir Julia Navarro en el futuro, que sea mejor que esto? Pero ya me lo he preguntado seis o siete veces en los últimos quince años. Y siempre lo consigue.

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