Opinión

La tía Lile, las Canarias y el estereotipo de Igualdad

Fue una pionera en bajar a la playa antes de que las Montero girls nos dijesen que las personas que ocupan un volumen superior a la talla 38 podían hacerlo

  • El director de orquesta Herbert von Karajan. -

- Fíjese, doctor, creo que tengo anorexia porque cuando me miro en el espejo me veo gorda.

Esto es lo que mi tía Lile, como la llamaba de pequeña, le explica a cualquier médico antes de que le caiga la del pulpo sobre los riesgos del sobrepeso.

Una doctora que fue jefaza en el Ramón y Cajal decía que era su mayor éxito y su mayor fracaso, porque cuando mi tía terminaba la dieta, todos esos kilos perdidos reaparecían por arte de magia. Un día, esta médico le presentó a una paciente para que le explicase su magnífica experiencia con los regímenes. Todo bien hasta que tía Lile dijo: "Y en cuanto lo dejo, pues empiezo otra vez a engordar...". Codazo y mirada de odio de la médico, vaya patada a la reputación de la facultativa y del centro hospitalario.

Es una rebelde. Siempre ha desafiado a la vida y, antes de contar con el plácet del Ministerio de Igualdad, se atrevió a pasarse los veranos al sol en las playas de Canarias. Y como toda señora de su época, la crema de zanahoria era su principal devoción. Allí, en la finca en la que pasaba su veraneo, se plantaba con un cuchillo y ¡ras-ras!, le arreaba un corte a la planta de aloe vera que encontraba a mano y solucionaba el problema de la hidratación dermatológica. Lo borda cuando reconoce que no le encuentra la gracia al aftersun. Es una temeraria, vamos.

Si estuviera volviendo de Teruel con 20 jamones nadie le diría nada porque es España, pero volver con cigarrillos de Canarias, tan española como la provincia del torico, es un delito. Que se lo expliquen

Aquellos viajes a Canarias tenían su punto de aventura. Siempre nos mandaba una postal a cada sobrino. Y con los años, nos telefoneaba para contarnos el precio del cartón de tabaco en cada establecimiento. "En el Big Ben está a tanto y en el Hiperdino a esto, piensa si quieres Marlboro o Fortuna porque me lo tienes que pagar".

El verano estrella fue aquel en que le dijo a la Guardia Civil del aeropuerto que si estuviera volviendo de Teruel con 20 jamones nadie le diría nada porque es España, pero volver con cigarrillos de Canarias, tan española como la provincia del torico, es un delito. Que se lo expliquen. Y también, cuando un sacerdote le hablaba sobre justicia social que implica el pago de tributos y le puso como ejemplo el "contrabando" de tabaco isleño, ella le reconoció que ese año había vuelto con 42 cartones. El páter no tuvo más remedio que reírse. Todo esto con sus kilos de más.

Uno de sus hitos, y de mis abuelos, fue que habiendo nacido antes de la década de los 50, estudió sus primeros años en un colegio mixto, laico y privado. Luego fue a un centro de señoritas y… su picardía fue en aumento. Destacó en el tema de competencias y contenidos de Educación. Demostró, por ejemplo, emostró su viveza cuando en un examen de Geografía, la señorita olvidó retirar los mapas de las paredes. Con sólo girar el cuello tenía las respuestas del examen. Naturalmente, sacó un 10. Sus compañeras de aula, sin embargo, no cayeron en el detalle y así les fue.

Quiso ser policía municipal y escribió al ministro del Interior para expresarle sus deseos. Recibió como respuesta un consejo, que fuera paciente porque todavía no había mujeres y, con el tiempo, todo llegaría

Sin embargo, debo reconocer que la cosa empezó tiempo atrás. Lile estuvo años tangando a mi madre, a quien sacaba cinco años, con el enorme asunto de apagar la luz de la habitación por las noches. Si ella le daba primero, recurría al "una enciende y otra apaga". Si, por el contrario, madre daba la luz, la consigna era "la que enciende, apaga". Mi madre, que era un peso pluma, pasaba en canoa de empezar una guerra que estaba perdida.

Lile, hija un señor carbonero, no ha estudiado porque, pudiendo hacerlo, dejó el colegio a los 14 años para ayudar en el negocio familiar y porque estudiar no era lo suyo. Quiso ser policía municipal y escribió al ministro del Interior para expresarle sus deseos. Recibió por parte de Arias Navarro, entonces alcalde de Madrid, un consejo como respuesta, que fuera paciente porque todavía no había mujeres y, con el tiempo, todo llegaría. Y así, decidió trabajar vendiendo alimentación al por mayor y recorrió Europa para hacer compras sin saber idiomas.

Unas notas culturales

Con todo, cuando una va de culta y pone pelis raras, la tía Lile te atiza con que se ha visto la filmografía completa de Ingmar Bergman, habla de Yves Montand como si fuera de la familia y tararea al dedillo los clásicos sinfónicos, especialmente Herbert von Karajan, su debilidad. Todo esto, sin estudios y con kilos de más.

Es una moderna que, desde muy joven, y tras un verano en Roma, bebe agua con gas. No encuentra respuesta a la ausencia de este producto, ni tampoco de tónica, en las máquinas de vending. Pionera con unas amigas, puso en marcha iniciativas para fomentar la independencia y la igualdad de la mujer allá por el 2000, cuando todavía no se hablaba del régimen de las empleadas del hogar. Tiene una fe que se podría cortar y es una optimista nata.

Superó un cáncer el año en que servidora nació. Su destino favorito de vacaciones es Beirut. No está claro cómo tiene un grupo de WhatsApp con amigos asiáticos. Todo, para recordar que, pese a que tiene que cuidar su salud, fue una pionera en el arte de bajar a la playa antes de que las Montero girls nos dijesen que las personas que ocupan un volumen superior a la talla 38 podían hacerlo.

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