Hay algo peor que inventarse bulos; consiste en creérselos. La clase política y asimilados se dedican a inventar mentiras, lo que no es una novedad. El rasgo actual está en crear una red de creyentes fieles a que no hay otros bulos que aquellos que inventan sus adversarios; por el contrario, los suyos son verdades de a puño. Viene a ser como el “periodismo independiente”, del que siempre alardean los dependientes. Aclarémonos, en los tiempos que corren se trata de conseguir que los medios de expresión sean plurales. Pluralismo o rebaño, ése es el dilema; lo demás es un burdo bulo para crédulos con mucha fe.
A los novatos les parece que eso de la fábrica de bulos la inventó Trump. Pertenezco a una generación que nació, creció, se formó y deformó, y llegó a la vejez, rodeada de bulos. Incluso cohabitó con ellos. Antes de Trump estuvo el franquismo y el nazismo y el estalinismo, quizá por eso algunos tenemos una especial sensibilidad para detectar un bulo o una estupidez, en ocasiones tan semejantes. Las boberías de Vox sobre los emigrantes, el pasado, las amazonas capadoras, tienen la misma enjundia que cuando Podemos asegura que nuestro simple ministro Garzón es un avezado ecologista manipulado por la derecha.
Que si dijo “carne de baja calidad” o “de menor calidad” resulta un debate para idiotas. Mejor estaba callado, tratándose de un ministro cuyo poder real se reduce -felizmente- a designar quién le entrevista. No da más de sí el asunto; ni para hacer un bulo ni menos para una cruzada. De un tonto probado sólo cabe esperar tonterías, a menos que nos preguntemos cómo es posible que tamaño majadero ejerza tan alto cargo estatal “hasta terminar la legislatura”.
El bulo es una moda que no pasa, pertenece a “la noche de los tiempos”, que decía aquel inefable ex alcalde de Llodio y lehendakari, Juan José Ibarretxe. No hay ninguna posibilidad de inventar un detector de bulos porque sería tanto como encontrar una máquina que midiera la maldad, la simpleza y las intenciones aviesas. Eso pertenece a nuestro yo profundo y ahí cabe de todo, desde un pozo de basura a los barnices de candidez que lo hacen posible. Mi médico me contaba su desazón ante una paciente que no se quería vacunar por temor al chip que iba adosado. ¿Cómo explicar a alguien así, que se trata de un bulo? Tarea baldía.
No hay ninguna posibilidad de inventar un detector de bulos porque sería tanto como encontrar una máquina que midiera la maldad, la simpleza y las intenciones aviesas
Cuándo algunos descubrimos que había millones de terraplanistas creímos que se trataba de una adición para pobres de mollera. Pero lo malo empezó cuando los terraplanistas aspiraron a convencer a la humanidad de que la tierra no era esférica. Los antivacunas son un peligro social porque su insistencia en tener razón tiene un costo en la salud colectiva. Que no crean en las medidas preventivas es su problema, pero que perjudiquen a los demás es un delito. Por eso entiendo a Macron y su deseo de “enmerdar” a los antivacunas. ¿Qué no harían en España nuestros filólogos de ocasión tratando de traducir el despectivo palabro francés? ¿Macron quiere “joderles”? Sería más preciso decir “fastidiarles”. Yo no votaría a Macron pero huiría de los negacionistas y más si ejercen de gramáticos.
Un bulo según la Real Academia es una mentira emitida con un objetivo. Nosotros vivimos en una nube de bulos. La última invención de Sánchez y su séquito consiste en “gripalizar” el coronavirus. Cumple la regla: es mentira y además tiene el objetivo de minimizar los efectos de una pandemia que está llevándoselo todo por delante. 90.508 muertos, 125 anteayer. Si la “covid” acabará teniendo los rasgos de una gripe es algo que ahora está fuera de lugar, porque los hospitales parecen lazaretos y los muertos ya no salen en las estadísticas, hay que buscarlos. Mienten y además con intereses muy obvios: porque estamos en campaña electoral permanente, porque no tienen ni idea de cómo abordar el enfrentamiento de una sociedad individualista y autosatisfecha ante una crisis económica y social de largo alcance.
Un bulo desvergonzado es la exaltación de la estadística para que diga lo contrario de lo que sucede. Hemos avanzado mucho en las maneras de diluir el conflicto entre realidad e invención, quizá eso haya producido esta torrentera de literatura “de baja calidad”, auténticas macrogranjas de hacer prosa. Alimentan el mundo virtual de periodistas y tertulianos; la clase política suministra la alfalfa. A finales del año 21 nos aseguraban que el 22 va a ser de fábula, así, “de fábula” se expresaba un economista mediático. La bancaria por excelencia, del Santander, la emblemática, se hacía castiza y aseguraba que la España del 22 “se iba a salir”. El no va más de la exaltación; nos va a ir tan de fábula que saltaríamos sobre lo trillado. Nada de eso parecían bulos sino premociones.
España registra la mayor tasa de desempleo de la zona euro; lo suscribe El País, luego ya tiene que ser grave, aunque lo ponga en faldón para compensar el traje de faralaes que se fabrican cada día
Lo difícil es como hacerlo casar con este 2022 que ya está encima, medio vivito y coleando mucho. España registra la mayor tasa de desempleo de la zona euro; lo suscribe El País, luego ya tiene que ser grave, aunque lo ponga en faldón para compensar el traje de faralaes que se fabrican cada día. La tasa de desempleo juvenil alcanza el 29,2%. Pero tranquilos porque el mes de octubre era del 30,2% y “por primera vez desde noviembre de 2008 baja del umbral del 30%”. ¿Tiene esto algo que ver con un bulo? Nada. Una manipulación, eso es todo.
No desconfiemos de la estadística, la bestia negra de don José Ortega y Gasset, pero estemos atentos al modo en que nos la presentan. La economía española, “se salga” o se quede dentro, es una deficiencia que viene de lejos pero al menos que no nos engañen con virguerías. Nos “salimos” en contratos temporales; un reino insondable. Tenemos un paro superior al de Grecia, el que nos sigue en la lista, y que Italia, pero me gustaría a mí saber si las manipulaciones griegas e italianas alcanzan tal nivel institucional y si los medios de comunicación son tan “independientes” como entre nosotros.
Desde el lunes, que el presidente se hizo entrevistar en la SER, ya sabemos que podemos morirnos de gripe pero no de “covid”, que estamos en el final de la sexta ola, “en el pico” aseguran los expertos de oficio, por más que hayamos perdido la cuenta de las olas, como los niños en la playa. Lo que sí tenemos muy presente es que estamos vendidos y que se hace difícil sobrevivir en un bulo permanente.