Opinión

La Ley Begoña o calladito estás más guapo

Pedro Sánchez y Begoña Gómez
Pedro Sánchez y Begoña Gómez. Europa Press

Sabíamos que Pedro Sánchez es un hombre enamorado de Begoña. Y sabemos que el amor, ¡ah, el amor!, es la espuela, el acicate, el aguijonazo que impulsa a las personas a desafiar a los dioses, si menester fuera. Ahí está la prueba, como Sánchez estaba amando locamenti a su señora, pero no sabía cómo se lo iba a decir, ha decidido consagrarle una ley. Ya pueden ustedes comprar escuálidos ramitos de flores o joyitas de medio pelo, que no hay ni habrá nadie que haya regalado a su amada una ley. Qué digo una ley, según el ministro Urtasun – que también ama locamenti, pero a Sánchez y a la literatura leninista, especialmente “Materialismo y empirocriticismo” – serán hasta treinta y una disposiciones legales para que la canallesca se dedique a hablar de cosas gratas al gobierno. Los gacetilleros debemos dedicarnos a cosas inocentes tales como concursos de flores, certámenes de poesía, exposiciones caninas, referir las costumbres de apareamiento de la gallina vulturina – Acryllium Vulturinum, para hablar con propiedad – y leer las notas de prensa del gobierno.

Josep Pla, al que siempre hemos de volver en estos tiempos de estupidez oficial, ya predijo que llegaría un día en el que los diarios se harían con un ciclista: este iría a buscar la nota oficial del ayuntamiento, de la diputación y del gobernador civil. Con eso y algunos anuncios, más el sobre proveniente del fondo de reptiles, se podría vivir cómodamente del periodismo. Tendremos que acostumbrarnos, porque otro de los propósitos del Gran Timonel es que las competencias sobre los medios pivoten más alrededor del gobierno y no de la justicia porque, vamos a ver, ¿qué sabrá un juez de diarios? La justicia que se dedique a las herencias enrevesadas, que incluyen primos que viven en Tanzania o tías que se perdieron en una expedición al Amazonas en 1998; o a los pleitos por las tierras, que malquistan siempre a las familias por la cosa de las lindes; o a las demandas contra el vecino que tiene un hijo que toca el bombo y cosas así, que entretienen mucho y no dañan a nadie. Y menos a Begoña, porque todo esto se monta para que no se hable del presunto chanchulleo que presuntamente habría efectuado la presunta señora, aprovechándose presuntamente de ser la presunta esposa del presunto presidente. 

Qué digo una ley, según el ministro Urtasun – que también ama locamenti, pero a Sánchez y a la literatura leninista, especialmente “Materialismo y empirocriticismo” – serán hasta treinta y una disposiciones legales para que la canallesca se dedique a hablar de cosas gratas al gobierno

Desengáñense, en España, somos raros. En el mundo civilizado, si todavía queda algo de eso, pobre del político que no responda una pregunta y ya no digamos del que se meta con periodistas y medios, señalándolos para así mejor justificar luego leyes ad hoc que pretendan suprimirlos. Pero algo bueno saldrá de esto. Si el gobierno quiere saber quién está tras los medios, singularmente los digitales, imagino que empezará por Cataluña. Porque en mi tierra, la generalidad se gastará este año más de trece millones de leuros en subvenciones y gabelas a medios que no se los lee ni el tato. Todos lazis, of course.

Por todo eso y muchas cosas más que mi pluma calla, pienso decir que sí a todo y no meterme en camisas de once varas. Todo sea por el amor de Sánchez, que va cantando por Moncloa que vivir así es morir de amor y por amor tiene el alma herida, y por amor no quiere más vida que su vida, melancolía.

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  • V
    vallecas

    Camilo Sexto si que era un hombre raro, los Españoles no. Somos como todos los demás, buenos y confiados (tontos y manipulables).
    Si en cualquier país del mundo, el partido que representa a la mitad de la población se vuelve "loco", la población enloquece, toda la población.
    España está perdida si el PSOE no acepta ir a una clínica de rehabilitación durante los próximos 4 años.

  • N
    Naboleon

    Se vé que las vocaciones de censores y de inquisidores no se extingue.