Ver reproducidos los nombres de, por ejemplo, Pilar Rahola, Joan B. Culla o Francesc-Marc Álvaro como “agentes actuantes” en un documento titulado 'Plan de nacionalización de Cataluña', elaborado en 1990 y redactado por el propio Jordi Pujol, no constituye, al menos para quien esto firma, ninguna novedad. Por sus hechos lo conoceréis, dicen los Evangelios, y no cabe la menor duda de que tanto estos como el resto de personajes que allí se citan han escrito siempre al dictado del régimen nacional separatista. Que casi toda la sección de opinión de La Vanguardia figure en ella, tampoco es nada nuevo. Han sido y son los mimados de los medios públicos y no tan públicos en Cataluña. Siempre prestos a disculpar, a ensalzar, a loar las virtudes emanadas de las consignas de Palau, bien pueden decir que se han ganado el sueldo a base de ocultar corrupciones y mirar hacia otro lado. Ese y no otro ha sido su mérito. Nos conocemos todos el tiempo suficiente como para saber que muchos jamás habrían llegado a los lugares que ocupan por su propio talento. Han aupado su mediocridad a lomos del amo del cortijo, ascendiendo a lo más alto de la escala depredadora periodística sin poseer un átomo de calidad. Si Víctor Hugo escribía a lomos de gigantes, estos lo han hecho a lomos de un señor bajito que, eso sí, ha mandado más que cualquier mandarín oriental en su feudo.
Lo interesante es que se encontrase la lista negra que Pujol poseía acerca de los no afectos a su persona, listas de las que tengo conciencia porque un directivo de TV3 me enseñó una en cierta ocasión para demostrarme que le era imposible darme un programa. Listas negras confeccionadas, hemos de decirlo, no por la mucha o poca capacidad profesional de los integrantes, sino por la nula capacidad lamedora de traseros de los que allí figurábamos.
Se me antoja que en esa lista han de estar nombres dignos, serios, de prestigio, nombres que, solo por estar junto a ellos, te sientes honrado. Gregorio Morán, Xavier Rius o Paco Marhuenda pueden ser tres buenos ejemplos de lo que digo. Jamás los verán en TV3 debatiendo en ninguna tertulia, porque allí prefieren la nada intelectual con pátina de senectud o el vacío cósmico de la estulticia encarnado en zangolotinas teñidas de colores imposibles, con pendientes disparejos en orejas y nariz. Cuando, alrededor de la fogata, se desplaza a quien conoce la historia de la tribu por el chamán embaucador y gritón, es señal inequívoca de que los dioses la han condenado a desaparecer.
Pujol sabía, y saben también Puigdemont y Torra, que la opinión pública ha de dirigirse, ha de encaminarse, ha de manipularse, y eso solo puede hacerse cuando controlas a los emisores de opinión
Eso no debería preocuparnos más allá de hacernos ver los enormes déficits democráticos con los que el pueblo catalán se ha acostumbrado a vivir. Para la mayoría de la gente que consume los medios propagandísticos catalanes – me niego a llamarlos periodísticos – ver los mismos rostros diciendo lo mismo a todas horas deviene en cotidiano y, por tanto, en normal. Pujol sabía, y saben también Puigdemont y Torra, que la opinión pública ha de dirigirse, ha de encaminarse, ha de manipularse, y eso solo puede hacerse cuando controlas a los emisores de opinión. Estado totalitario, lo llaman.
Por eso es tan sano conocer a quienes han estado diciendo cosas cual muñecos de ventrílocuo, como sería saber a quién se le ha negado la oportunidad de rebatir esas mendacidades. Aunque, si fácil es situar a los aduladores, tampoco debe serlo identificar a quienes resultan incómodos para el separatismo. Todos los que no salen, salimos, en TV3 o Cataluña Radio, por ejemplo. Los que no escribimos en La Vanguardia o en digitales financiados por el dinero de todos. Los que no participamos en ninguna emisora chillona y vocinglera. Todos a los que nos hicieron en su día una cruz al lado de nuestro nombre.
Así de simple y así de triste.