"Os haremos la vida imposible hasta que os vayáis de nuestra tierra"
Los CDR a los que es tan afecto Quim Torra, presumiendo de que dos de sus hijos forman parte, se han convertido en las Sturmabteilung del procés. Persiguen intimidar y coaccionar a los que no comulgan con el ideario supremacista de la cofradía del lazo amarillo. Una de sus dianas preferidas es el magistrado Pablo Llarena. La última acción violenta convocada por estos grupúsculos tuvo lugar en el restaurante Cou-Cou el pasado sábado por la noche. El terrible pecado de Su Señoría fue cenar con un grupo de amigos, entre los que se encontraba Alberto Fernández Díaz, líder del PP en el Ayuntamiento de Barcelona.
“Descubierto” por un soplón estelado, rápidamente circuló por las redes un tuit en el que se detallaba dónde y con quién cenaba el juez. Firmado por el CDR de Palafrugell, se comunicaba que “tenemos el enemigo en casa”. Para estos racistas es intolerable que un ciudadano español pueda cenar en un restaurante catalán. La calle es suya y, por lo visto, los restaurantes, también. Como sea que se celebraba un concierto en favor del encarcelado Jordi Sánchez, ex de la Crida, ex de la ANC y siempre presto a comprender y apoyar a personas de la calaña de Arnaldo Otegui, la misión de los tuits no podía ser otra que la de organizar un escrache en toda regla al juez y a sus amistades.
La consigna fascista de los CDR se ha repetido muchas veces, pero no está de más recordarla de cara a aquellos que, como la ministra Celaá, aseguran haber encontrado una vía de pacto con el separatismo: “Os haremos la vida imposible hasta que os vayáis de nuestra tierra”. Porque Cataluña es suya, sus calles, sus medios de comunicación, su tejido social, todo les pertenece. Practican hasta la náusea lo que predicaban los nazis en la canción, triste y maléfica canción, Der Morgige tag ist Mein, “El mañana me pertenece”. En ella se canta a los ríos, los valles, la tierra alemana que ha de pertenecer solamente a los arios, los elegidos, los Herrenvolk. Son la encarnación moderna de los que destrozaban las lunas de los comercios judíos, apaleaban sindicalistas y rapaban a las mujeres que tenían un marido o novio hebreo. De momento, se contentan con actos agresivos, pero sin daños personales. Un grupo de separatistas se llegó hasta el restaurante, esperó que el juez saliera en su vehículo y entonces le lanzó todo tipo de insultos como fill de puta, vete de Cataluña, no queremos jueces españoles, libertad para los presos, llegando a propinarle golpes al auto para, finalmente, despedir al magistrado con una socarrona advertencias digna del más puro matonismo nazi: “Bienvenido al Empordà”, como diciendo ya sabes lo que te espera.
Llarena ha padecido el acoso de estos grupos en varias ocasiones. Le han pintado delante de la vivienda que posee en la localidad de Das “Llarena fascista”, ha visto como han circulado libremente por las redes sociales la dirección de su domicilio particular, del lugar de trabajo de su esposa, como las pintadas intimidatorias se han reproducido ante la Escuela Judicial, siendo algunas de estas acciones reivindicadas por Arran, la organización juvenil de las CUP. Que sepamos, nadie ha actuado de oficio contra esta gente, nadie ha pedido su ilegalización, nadie ha movido un dedo.
La pasividad ante estos matones que, hay que decirlo, están cada día más crecidos, hace que debamos formularnos una pregunta. ¿Dónde esta la policía autonómica catalana? ¿No tiene escolta Llarena en Cataluña? ¿Alguien espera a que pase una desgracia para salir con gesto hipócrita y decir que lo siente mucho? Quizás es hora de empezar a exigir responsabilidades en la Generalitat.
El conseller de Interior ni está ni se le espera
El actual Conseller de Interior de la Generalitat es Miquel Buch. Fue presidente hasta hace poco de la Associació Catalana de Municipis, es un destacado separatista que, verbigracia, montó barricadas contra la Policía Nacional el pasado 1-O, defiende la desobediencia al marco constitucional, eso sí, “cuando toque”, y, entre otras lindezas, hace nada que ha nombrado como asesor en materia de seguridad de la Conselleria a Lluís Escolá, el que fuera guardaespaldas del fugado Carles Puigdemont en Bruselas. ¿Qué puede salir mal?
Lo vuelvo a repetir por enésima ocasión, o se restablece el orden público en Cataluña o vamos a tener que lamentar una desgracia más pronto que tarde. Que los mismos separatistas reconozcan que deseaban violencia en el pasado 1-O, pero violencia de verdad y no la mixtificación de los mil heridos que nadie vio ni ningún hospital atendió ni ningún líder separatista visitó, es un hecho. Que a Puigdemont le conviene, también. Es muy cómodo atizar fuegos cuando estás a centenares de kilómetros sin riesgo de chamuscarte siquiera las cejas.
Todos estos que están caldeando el ambiente son responsables de lo que pueda suceder en calidad de cómplices necesarios en la comisión de un delito. Y ya no hablamos de sedición o malversación, sino de homicidio. Porque aquí vamos a acabar teniendo muertos que lamentar si no se corta de raíz este desorden. No sería difícil con la ley en la mano y un ministro que no fuese Marlaska, cuya talla ya se ha visto con los asaltos por parte de los migrantes a la valla de Ceuta y sus métodos. Inciso: es curioso que personas que vienen de la miseria intenten llegar a nuestro país abriéndose paso a base de cal viva, lanzallamas caseros y piedras. Sigamos.
Que personalidades como el juez Llarena estén a tiro de piedra de cualquier fanático es muy preocupante porque, si esto le sucede a él, ¿Qué no nos puede pasar a los catalanes de a pie? ¿Quién nos protege? Los efectivos de Guardia Civil o Policía Nacional están más que rebajados en Cataluña en favor de Mossos y policías locales. ¿Son los Mossos quienes van a defendernos, entonces? ¿El conseller Buch dará órdenes en ese sentido? Y la delegada del gobierno, la señora Teresa Cunillera, ¿piensa hacer algo al respecto o seguirá con su pose seráfica de profesora de lengua, asegurando que todo acabará bien porque hay voluntad de diálogo? Diálogo ¿de qué? ¿con quién?
Estamos a los pies de los caballos, porque, ni todos podemos tener escolta ni habría para los millones de personas que, independientemente de nuestras ideas, abominamos de estos métodos propios de gánsteres. Los primeros interesados en dejar muy claro esto deberían ser los independentistas con sentido común, que los hay.
Dios quiera que, de depositar balas en los buzones de las personas consideradas como “enemigos del pueblo catalán” no pasemos a recibirlas en la nuca. Hay tristes ejemplos de esto que digo en nuestra reciente historia.
Miquel Giménez