Opinión

Los espadones bolivarianos

Explotan con éxito el malestar arraigado en América Latina y fracasan cada vez con más rapidez en la gestión de gobierno

  • Simón Bolívar

No desfilaba la espada de Simón Bolívar, procesionaba en andas la insignia del socialismo del siglo XXI por decisión de Gustavo Petro, el último espadón en sumarse al Foro de Sao Paulo. Evidenciaba que con él Colombia se incorpora a la internacional castro-chavista. El Rey Felipe VI, curado de espantos, no se puso en píe en señal de sumisión. Al menos, así lo interpretó el profesor Monedero. Sobre las intenciones, los bolivarianos españoles nos sacaron de dudas en minutos: fuego a discreción contra la Monarquía Parlamentaria.

Narrativa propia de La Habana, donde falta comida y sobran mitos revolucionarios. Para comprender, es muy útil leer a la neurocirujana cubana Hilda Molina. En la élite castrista durante 35 años, padeció una salvaje persecución como disidente durante otros 15. A partir de cientos de horas de conversaciones con Castro anotadas en sus cuadernos, explica cómo éste organizó la reconversión de la guerrilla militar en una guerrilla ideológica. Las cosas no ocurren porque sí.

El nuevo presidente colombiano representa a la perfección el reciclaje. Guerrillero-terrorista en el M-19, pasó en los 90 a seguir la estrategia diseñada por el dictador cubano de utilización de “los mecanismos de la tonta democracia” para acceder al poder. La doctora Molina explica cómo Fidel Castro fue armando una alternativa geopolítica en la que China, Irán y Rusia serían el núcleo de un nuevo bloque antioccidental. Hoy, el comportamiento condescendiente de los bolivarianos ante el criminal Putin avala su testimonio.

El objetivo es siempre el mismo, el de la destrucción de la democracia liberal. Adaptado a cada lugar, el proceso comprende cambios constitucionales para eternizarse en el poder, liquidación de la división de poderes, control de los medios de comunicación, destrucción de la oposición. Desde La Habana se coordina a los líderes locales para llevar la buena nueva por el mundo. En ese esquema se enmarca el apoyo a Hugo Chávez -el delfín elegido por Fidel- y  al resto. 

La lista de espadones es amplia. Además de en Venezuela y Nicaragua, han triunfado en distintos momentos en Bolivia, Brasil, Argentina, Ecuador, México, Perú, y ahora en Chile y Colombia. El recorrido es siempre el mismo. Explotan con éxito el malestar arraigado en América Latina y fracasan cada vez con más rapidez en la gestión de gobierno. Las experiencias de Perú y Chile reportan los  últimos desastres del castro-chavismo. El peruano Pedro Castillo tiene un pie en la cárcel, como la mayor parte de su familia, y está conduciendo el país al desastre. El chileno Gabriel Boric ha provocado un caos institucional, económico y de seguridad, a lo que se une un plebiscito para aprobar o rechazar la nueva Constitución el próximo 4 de septiembre, para la que el presidente pide el voto con la promesa de cambiarla una vez aprobada. Un sindiós

Aún así, no se puede decir que no exista resistencia en estos países. Especialmente, la de jueces y fiscales que defienden las instituciones democráticas con heroísmo. Persiguen el delito en Perú, ahora como antes frente a Montesinos, Fujimori y Guzmán, el criminal que dirigió Sendero Luminoso. Son de la misma pasta republicana que los fiscales argentinos que van a llevar a la cárcel a Cristina de Kirchner acusada con toneladas de pruebas de robo masivo al Estado. Añádase el valor democrático de periodistas latinoamericanos, de los que hacen preguntas de periodistas como Jorge Ramos y Fernando del Rincón, decisivos para desenmascarar a estos espadones que ponen cara de Teresa de Calcuta.

Se enfrentan a un proyecto alternativo a la democracia liberal que no nació ayer. Cuando Hilda Molina le pregunta a Castro qué lee, le contesta que sus libros de cabecera son los de Antonio Gramsci, ideólogo estalinista de los años 30. Hoy el que ejerce las funciones de pope ideológico es el ex-vicepresidente boliviano García Linera. Explica a sus camaradas que para ganar la batalla cultural es vital “convertir nuestras ideas en juicios y prejuicios, hábitos de la gente humilde”. Comer el coco con idéntica doctrina a la de hace 100 años.

Este anti-demócrata confeso ha escrito un libro con el becario Errejón. No os lo aconsejo, por indigesto. Para los días que restan de agosto, lo que si recomiendo es la lectura de República Rota. Cómo cayó Roma en la tiranía, entretenido y brillante texto del historiador Edward Watts. Desde el estudio de la República romana, analiza cómo y por qué se degradan las democracias en el siglo XXI. Extrae lecciones de los métodos tramposos del espadón Octaviano, que se convertiría en el todopoderoso Augusto después de desvitalizar las instituciones republicanas, a la vez que prometía respetarlas.

Watts es muy útil para entender el peligro de los espadones bolivarianos. Cuando la democracia se da por garantizada, entonces está en peligro, advierte. La destrucción de la Roma republicana se produce cuando “la lealtad al jefe que te premia está por delante de la lealtad a  la República”. Esa es la sumisión que exigen los López Obrador, Evo Morales, Maduro o Cristina de Kirchner, como antes el dictador venezolano –“ya no soy más Chávez, en verdad soy pueblo”-. Espadones que se creen dioses. La Declaración castro-chavista acordada en Bolivia en 2018 fue firmada por Iglesias, entonces vicepresidente, y por Rodríguez Zapatero como PSOE. Junto a ellos, los habituales, de Evo a Correa, todos de la misma internacional. Y protagonistas en RT, la tv de propaganda de Putin. Cómo no asociar al Foro de Sao Paulo al gobierno de Sánchez que exige “lealtad al jefe, antes que al Estado” a directores del CNI y del INE, al gobernador del Banco de España o al Tribunal Supremo. ¡Cuidado! Ninguna democracia es eterna, solo  perdura mientras lo desean sus ciudadanos.

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