Madrid ha acabado por ser algo mucho más importante que una Comunidad Autónoma o un Ayuntamiento. Tanto una administración como la otra se han convertido en el anverso de La Moncloa; la única medida capaz de frenar la ambición desbocada del presidente del Gobierno. En la Comunidad, Isabel Díaz-Ayuso ha conseguido asentar un modo de actuar en la política nacional. Que no quede ni una sin contestar, parece ser la consigna. Y cada nueva iluminación del Gobierno de Sánchez, encuentra una respuesta en el Consejo de Gobierno de la Comunidad que, además, continúa con su agenda de política autonómica.
Se ha escrito y se ha publicado durante esta semana que el de Madrid es el shadow cabinet de Pablo Casado. Se ha escrito no sólo porque Ayuso sea una apuesta del propio presidente del PP, sino porque en el Gobierno autonómico está, entre otros, Javier Fernández-Lasquetty, exdirector de gabinete del líder del PP y ahora, consejero de Hacienda y candidato con más papeletas para convertirse en la pesadilla de la ministra María Jesús Montero. Y puede que todo esto sea cierto, pero el Gobierno autonómico es algo más que un mero gabinete en la sombra: es una veta de significantes para un partido en busca significados.
Casado tiene que guiar a su partido hacia derroteros ignotos para el PP, acostumbrado a la comodidad de ser la referencia del espectro ideológico, y llevarlo no al día de mañana sino a los próximos 10 ó 20 años. No se trata de vestir un santo, para lo que siempre hay remiendos, sino de rehacer todo el corpus político del partido y ofrecer a la sociedad una acción de gobierno clara y ambiciosa. Ninguno de sus predecesores se vio en un trance parecido.
Esta es una travesía enormemente dura para un partido acostumbrado a la victoria. Una travesía en la que, por un lado, el PP tiene que aliarse decididamente con la sociedad civil, dejarse acompañar por ella y, por otro, dotarse del particular sentido que da el ser la alternativa real de gobierno. Este sentido no es más que el fruto que nace del ejercicio cotidiano de la política y de la estrategia a medio y largo plazo del partido.
Lo cotidiano de la política
Lo que de cotidiano tiene la política es algo denostado hoy. Lucen más los fuegos de artificio que el persistente gobierno de la cosa pública; pero mientras los artificios se apagan apenas lanzados, la persistencia del gobierno, la cotidianidad de la política, tiene una vida útil más larga, lo suficiente como para una travesía por el desierto. Esta cotidianidad está en el Parlamento y en la acción del partido en las Cámaras, pero está también en los gobiernos autonómicos y locales. Y con un presidente como Sánchez, que ha decidido a pasarle el rodillo al Congreso, el poder autonómico del partido y, concretamente y por razón del protagonismo que concede la capitalidad, el gobierno autonómico de Madrid, redobla su importancia.
Pero Madrid es más que su gobierno autonómico; su gobierno local tiene un protagonismo tan sólo comparable al de Barcelona. Ser alcalde de Madrid es ser un líder político nacional, además de gobernante local. José Luis Martínez-Almeida era otro de esos nombres arriesgados que Casado puso a jugar, jugándose él algo más que la honra. Aquello salió bien y Almeida ha logrado un gobierno municipal cohesionado. Hay dos hechos importantes de los que se debería tomar nota: la gestión del protagonismo y la gestión de la cultura.
El PP ha logrado en el Ayuntamiento romper el tópico de que no sabe nada de cultura ni le interesa. La tarea de Andrea Levy ha desmontado en apenas un año, un tópico de décadas
En cuanto a lo primero, Almeida ha logrado que lo que tenía todas las papeletas para convertirse en unas maracas, sea una balsa de aceite. Los protagonismos están gestionados de tal forma que no sólo Begoña Villacís y Ciudadanos no puedan sentirse desplazados, sino que incluso se haya dado en el Ayuntamiento la lealtad institucional que no se va a dar en el Gobierno de Sánchez. Esto, aunque sea fruto del carácter tanto de Almedia como de Villacís, nace también de la cohesión que hubo entre ambos grupos durante la época de oposición. Nada como un adversario común para fortalecer los lazos de unión. Convivir en la oposición es una forma de descubrir lo que el otro puede tener de aliado. Es significativo, por lo que tiene de extrapolable a la esfera nacional. En cuanto a la cultura, el PP ha logrado romper el tópico de que no sabe nada de cultura ni le interesa. La tarea de Andrea Levy ha desmontado en apenas un año, un tópico de décadas.
Precisamente por todo lo anterior, sobre Madrid pende el ojo vigilante de los adversarios del PP, que buscan errores y meteduras de pata con los que luego ir a la calle Génova, enarbolándolos. Sea cierto o no, los éxitos y los fracasos de los gobiernos de Madrid serán repartidos equitativamente, aunque no siempre justamente, entre Casado y los dos líderes madrileños. Esto pone sobre ellos la tensión de ser protagonistas de la acción de su partido y al partido, en la obligación de acompañar, sin batallas ni líos, la labor de ambos gobernantes. Que Madrid era el rompeolas de todas las Españas ya lo escribió Machado; que sea el disparadero de la alternativa al PSOE, les toca escribirlo a sus dirigentes.