A mucha gente del Partido Popular la performance del lunes tarde de Mariano Rojoy ante esa comisión Kitchen que en el Congreso trata de esclarecer la trama urdida por el exministro del Interior, el devoto Fernández Díaz, con la intención de destruir las pruebas contra el partido y sus dirigentes que pudiera ocultar el extesorero Bárcenas, le ha hecho mucha gracia. Mariano les ha vuelto a parecer un tipo muy ingenioso, qué tablas, qué grande, cuánta ironía, qué de chascarrillos, cómo ha toreado a los portavoces, y qué corte al rufián de ERC, toda una demostración de “marianismo” en vena… Y a mí me ha parecido una exhibición más de su poca vergüenza, la enésima prueba de la seca calidad moral que se cobija bajo la indolente arquitectura del personaje, y me asombra que haya gente, tanta gente, dispuesta a reír las gracias (escasas) de un sujeto cuya nefasta influencia en la complicadísima situación por la que atraviesa este país es más que evidente.
Después del episodio protagonizado en la tarde noche del 31 de mayo de 2018, jornada en la que, en el Congreso de los Diputados, se estaba decidiendo la suerte de una democracia que ya venía muy dañada por años de incuria y corrupción; después de aquella tarde noche en la que el personaje, seguramente implorando un piadoso trágame tierra, decidió refugiarse, cobarde como él solo, en el reservado de un restaurante de Alcalá esquina Independencia del que salió dando tumbos; después de aquel general oprobio uno esperaba, digo, que Mariano Rajoy corriera a refugiarse en el monasterio de San Isidro de Dueñas, Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, trapenses acogidos a la regla de San Benito, sumido en las sombras del silencio, o en su caso en el de Santa María la Real de Oseira, el mítico enclave orensano donde uno imagina a Eco escribiendo El Nombre de la Rosa, y diciendo adiós a todos para siempre jamás, escondido tras gruesos muros de los casi 11 millones de votantes traicionados, aquella mayoría absoluta dilapidada en el altar del más inaceptable tancredismo, un río de votos que vino a rendir aguas en la desembocadura de un crimen que nadie nunca podrá perdonarle: el de haber servido el poder en bandeja al experimento político más dañino que ha conocido España desde Franco. El Gobierno de un aventurero sin escrúpulos dispuesto a pactar con lo peor de cada casa para mantenerse en el poder.
La Trapa o, en el peor de los casos, la reclusión voluntaria en el registro de la propiedad del que es titular, echando sobre su vida un manto de silencio que jamás nadie con un átomo de dignidad hubiera osado abandonar. Pero en lugar de eso, el truhán no duda en exhibirse con la pachorra y el desparpajo de quien hizo de su presidencia una exaltación de su incapacidad. Lo del lunes fue eso, otra demostración de cuajo, otra muestra de indecente atrevimiento. Cuánta astucia, cuánta maña, cuánto artero disimulo.
Y es posible que, en efecto, no conozca a Villarejo, raro, raro, y hasta es posible que nunca haya hablado con él, pero lo que jamás podrá negar es que siempre estuvo informado de las idas y venidas del famoso excomisario, esa enmienda a la totalidad de la calidad de nuestra democracia
Nunca supe nada, nunca hablé con nadie, no conozco a Villarejo… Y es posible que, en efecto, no conozca a Villarejo, raro, raro, y hasta es posible que nunca haya hablado con él, pero lo que jamás podrá negar es que siempre estuvo informado de las idas y venidas del famoso excomisario, esa enmienda a la totalidad de la calidad de nuestra democracia. Informado de las andanzas de Villarejo, de quienes pagaban a Villarejo y de los periodistas que servían de correos a Villarejo. Le informaba María Dolores de Cospedal y, más puntualmente, Mauricio Casals, el listísimo capo de La Razón, embajador plenipotenciario del grupo Planeta en Madrid. ¿Y quién informaba a Casals? Pues naturalmente que Villarejo.
En realidad, Mariano siempre estuvo al corriente de lo que ocurría en España y alrededores, como no podía ser de otro modo. Otra cosa es que el pasmarote se tumbara a la bartola dejando pudrir una información que debiera haber utilizado en defensa de los intereses de la nación. Porque lo suyo fue siempre un verlas venir, dejarlas pasar y si te mean encima decir que llueve. Lo sabía todo, lo supo todo, nunca hizo nada. Todo lo instrumentó con ese enfermizo afán que se apodera de quienes tocan poder por atesorar información para enfrentar a unos con otros (Cospedal contra Soraya; Soraya contra Cospedal), para estar al corriente de lo que hacía cada cual y guardar sus espaldas. Lo sabía todo del CNI. Le informaba puntualmente Soraya. Y cuando a Sanz Roldán se le ocurrió realizar alguna aventura pro modo sua o de su verdadero amo, léase Juan Carlos I, sin avisar a Moncloa, tal que aquel viaje a Londres para amenazar a la célebre Corina, Mariano reaccionó airado pidiendo explicaciones.
-Es que ha sido un viaje particular.
-¿Cómo que particular? El jefe de los servicios secretos no puede tomar una iniciativa de esa clase sin que lo sepa el presidente del Gobierno. Que no vuelva a ocurrir.
¿Cómo es posible que el PP siga presumiendo de un tipo al que debería haber encerrado para siempre en las catacumbas de su ominoso pasado reciente? Se explican así muchas de las cosas que siguen ocurriendo en el PP
Lo supo todo, pero todo le dio lo mismo. Todo se lo pasó por el arco del triunfo de su infinita molicie. Alguien escribió ayer en un tuit, tan brutal en el lenguaje como certero en el mensaje, asegurando que “Mariano Rajoy personificó el peak del sudapollismo español”. A Mariano siempre le importó un bledo este país, porque de otra forma no se entendería lo de la noche del 31 de mayo de 2018. De su comparecencia del lunes queda una visión agraz de España y de su clase política, el paisaje desolado de un país de difícil arreglo, y la tierra quemada de un PP anclado en el barro, un partido que en lugar de haber hecho examen de conciencia y haberse disculpado ante aquellos 11 millones de votantes estafados; en lugar de reconocer errores y mostrar propósito de enmienda; en lugar de embarcarse, Pablo, en una regeneración integral con la vista puesta en servir a la modernización de este país mediante el instrumento de una moderna derecha liberal, en lugar de eso, digo, te has dedicado a sacar en procesión a Mariano, el pobre Mariano, esa representación viva de la decadencia, por cuantos festejos, convenciones y congresos realizas por las cuatro esquinas. ¿Cómo es posible que el PP siga presumiendo de un tipo al que debería haber encerrado para siempre en las catacumbas de su ominoso pasado reciente?
Se explican así muchas de las cosas que siguen ocurriendo en el PP.
Como esa locura que se ha apoderado de una cúpula en Génova decidida a acabar, al precio que sea, con Isabel Díaz Ayuso, la política más prometedora que ha dado este país en mucho tiempo. Difícil lo tiene España. Difícil, los millones de ciudadanos que aspiran a vivir en una sociedad abierta, madura y crítica, libre de espasmos, confiada en el buen funcionamiento de las instituciones, convencida de la fuerza de una ley igual para todos. Alguien dirá que esto es cargar las tintas sobre un Rajoy menor habiendo casos peores, recorridos aún más censurables, despojos humanos como el de ese también expresidente que ahora se dedica a jalear a las dictaduras sudamericanas y, lo que es peor, a hacerse millonario al lado de tiranos como Maduro con la desgracia de millones de venezolanos condenados a la muerte o el exilio, y seguramente será cierto, solo que uno nunca esperó nada del socialismo y sí de la libertad. Y desde el punto de vista de los amantes de la libertad y de los partidarios de la España liberal, el recordatorio de Mariano, el peregrinar de Mariano por Hormigueros y Congresos, resulta un espectáculo inaceptable. Una insoportable exhibición de impudicia, traducido al final en un sentimiento de profunda tristeza.