Opinión

Los mineros de Thatcher, los estibadores de Mariano

La escena de los fornidos representantes de los trabajadores del monopolio en la tribuna de invitados, viva la lucha de la clase obrera a 60.000 euros de media, ilustra a la perfección la estrepitosa derrota del Gobierno a manos de un obrerismo rancio.

  • Representantes de los estibadores este jueves en la tribuna del Congreso.

Si hay una persona que en la mañana del jueves debió sentirse íntimamente avergonzada por el espectáculo, ¡tierra trágame!, protagonizado en el Parlamento por los representantes de la soberanía popular, esa fue sin duda Ana Pastor, presidenta de la Cámara e íntima amiga de Mariano Rajoy, una mujer con fama de buena gestora que en la anterior legislatura, la de mayoría absoluta, desempeñó el cargo de ministra de Fomento y que, a juzgar por el estropicio causado a su partido y al propio Gobierno con el caso de la estiba, pasó la legislatura tocando el violón en un ministerio en el que, a cuenta de las estrecheces presupuestarias, no había un duro para invertir en infraestructuras. ¿A qué dedicó su tiempo la señora ministra? Misterio. La sentencia europea que obliga a cambiar el funcionamiento de la estiba en España es del 11 de diciembre de 2014, de modo que la doña dispuso al menos de un año para haberle hincado el diente a un asunto que esta semana ha terminado provocando la primera gran derrota parlamentaria del Ejecutivo, un fiasco que ha expandido por las cuatro esquinas del país el aroma inconfundible del adelanto electoral.

Sería interesante saber por qué la ministra Pastor no hizo su trabajo en un tiempo en que su partido gozaba de mayoría absoluta y le hubiera resultado fácil cumplir el mandato del TJUE. Tan aficionada a procrastinar la toma de decisiones como su paisano, amigo y mentor, Pastor dejó el marrón a su sucesor, como le ha dejado también el asunto de las radiales de Madrid. Dios proveerá. Son las consecuencias de elegir para puestos claves de la Administración a gente inapropiada o mal pertrechada o incapaz de llevar a cabo la tarea encomendada. Confiar en fieles inútiles. La decisión de elegir a Jorge Fernández Díaz para dirigir Interior ha devenido letal para los intereses de la salud democrática española. Fango sobre fango en las cloacas del Estado. Los presidentes, todos, eligen ministros, secretarios de Estado y altos cargos para premiar amigos, recompensar fidelidades y asegurarse los equilibrios de poder territorial precisos para eternizarse en el poder. Mucho alto cargo solo concibe la solución a los problemas desde la plataforma del gasto público. Cuando de demostrar talento para enfrentarse a sindicatos, grupos de presión o lobbies varios se trata, fracasan con estrépito. Nadie piensa en la idoneidad que reclama el interés general. Ninguno, en el daño que estos gañanes provocan en términos de bienestar colectivo y de calidad democrática.

La sentencia europea que obliga a cambiar el funcionamiento de la estiba es de 2014, de modo que Ana Pastor tuvo tiempo para haberle hincado el diente al asunto

De modo que cuando el inexperto nuevo ministro de Fomento desembarcó en Madrid se encontró bajo su mesa de despacho una bomba de relojería. Podría haberla tratado con el mimo que los afilados espolones de los estibadores reclamaban, pero se entregó de hoz y coz a las presiones de los altos cargos de su Ministerio, el “trío de la bencina” formado por el presidente de Puertos del Estado, José Llorca, nombrado en enero de 2012 por la propia Pastor; el secretario de Estado de Infraestructuras, Julio Gómez-Pomar –casado con Eva Miquel, hija de Leslie, el muy nacionalista cantante de los míticos Sirex, y actual Dircom y mano derecha de Llorca- y la secretaria general de Transportes, Carmen Librero. La influencia del trío –en realidad, cuarteto- ha resultado decisiva a la hora de, blandiendo la amenaza de las multas de Bruselas, urgir al ministro De la Serna a una inmediata solución del conflicto con la estiba pasando por encima de los estibadores. Con un Gobierno de 137 diputados. El santanderino (aunque nacido en Bilbao) ha resultado ser una especie de pelota de ping-pong rebotando sin compasión entre el frente duro de los empresarios más importantes (Maerks, entre los internacionales; Boluda, los domésticos) y el durísimo de unos estibadores acogidos al puño en alto y al “no pasarán”, dispuestos a defender a sangre y fuego su privilegiado nivel de vida.

En la tarde del miércoles, apenas 12 horas antes de que el Decreto se votara en el Parlamento, De la Serna intentó una maniobra desesperada para tratar de cerrar un acuerdo entre patronal y sindicatos, poniendo sobre la mesa un texto que básicamente era el mismo que hace apenas mes y medio se había negado a firmar la patronal precisamente a instancias del de Fomento, que lo consideraba “inaceptable”, entre otras cosas porque ya tenía ultimado el texto del Real Decreto Ley de reforma del sistema. El documento de marras, en efecto, incluía el controvertido asunto de la subrogación de trabajadores por parte de las empresas de la estiba, tras la prevista desaparición en tres años de las SAGEP, las sociedades anónimas de gestión de estibadores portuarios a las que actualmente pertenecen los trabajadores). Por el artículo 33, las empresas, el perfecto comodín del dúo Rajoy-Montoro para cumplir con el déficit y para lo que el Gobierno tenga a bien disponer, cargan con el muerto de los estibadores, con todos sus derechos adquiridos. El documento incluía como novedad ayudas económicas, la más importante de las cuales era la jubilación a los 50 años con el 70% del sueldo bruto medio de los últimos seis meses.

Derrota a manos de un obrerismo rancio

Ni siquiera ese último ejercicio de equilibrismo sirvió para que el jueves, en borrascosa sesión en la Carrera de San Jerónimo, saliera adelante un Decreto Ley de solo cuatro artículos que rompía el monopolio con el que opera el sector de la estiba, liberalizando el establecimiento de las empresas en los puertos y la contratación de trabajadores. Las compañías que quisieran operar no tendrían que participar de una SAGEP, ni contratar obligatoriamente a sus estibadores. La escena de los fornidos representantes de los trabajadores del monopolio en la tribuna de invitados, puño en alto, euforia plena, viva la lucha de la clase obrera a 60.000 euros de media, que a veces sobrepasan los 100.000 –¿cuánto gana un maestro; cuánto, un médico con el MIR aprobado?-, ilustra a la perfección la estrepitosa derrota del Gobierno a manos de un obrerismo rancio, defendido con entusiasmo por parlamentarios de todos los colores, y la bisoñez de un ministro rebasado por la importancia del envite y la pésima conseja del titular de Puertos del Estado. Los mineros de Thatcher, los estibadores de Mariano.

Imposible arreglar en un rato, señor De la Serna, lo que lleva muchos años gestándose. Por culpa de las empresas estibadoras, en primer lugar, multinacionales en buena parte, presentes en una rama de actividad tan rentable que no están dispuestas a soportar ni media hora de huelga. Por culpa, también, de unos poderes públicos que, como en el caso de los controladores aéreos o los pilotos del SEPLA, han sido incapaces, por pereza, desidia o pura ignorancia, de limitar el poder de los estibadores y sus evidentes abusos. La solución requiere cumplir la sentencia del TJUE y fijar un horizonte temporal para acabar con las disfunciones de la estiba. No hay otra salida si se quiere evitar la huelga de los puertos, una situación que el Gobierno, dada la actual correlación de fuerzas en las Cortes, no hubiera aguantado ni una jornada. El famoso Registro de los estibadores contrario a la libre competencia, auténtica clave del modelo, puede mantenerse durante unos años sin incumplir la resolución del tribunal. La solución, pues, a medio plazo, nunca de hoy para mañana.

Los estibadores, como los prácticos de puerto, los notarios o los registradores de la propiedad, por citar algunas profesiones con pedigrí, se encuentran en una posición difícil, insostenible incluso. Contemplar a los de Algeciras celebrando la victoria en el Congreso con sidra El Gaitero es, además de cosa de muy mal gusto, una soberana estupidez teniendo a poco más de 35 millas náuticas la amenaza de Tánger Med. Cumplir la sentencia mediante un acuerdo aceptable para todas las partes que toque algunas palancas de poder de los estibadores sin, a corto plazo, afectar a los salarios. Acabar con su poder para fijar “manos” (cinco tíos para una labor que perfectamente puede desarrollar uno solo) en trabajos de carga de víveres en un crucero, por ejemplo. Pequeños asuntos de aparente menor cuantía pero que supondrían un gran avance. Y, por supuesto, abrir las puertas a la competencia de empresas estibadoras extranjeras, porque eso, en el fondo, es lo que exige la sentencia del TJUE.

Paisaje para después de la batalla

Tenía razón Antolín Goya, el líder de los estibadores, una estrella mediática en ciernes, que en un par de tardes estará disputándole el estrellato al propio Pablo el Coletas, cuando dijo a los suyos que si conseguían que el PSOE no apoyara el Decreto, el Gobierno se lo tendría que comer con patatas. Lo clavó el pintor. El paisaje para después de la batalla del jueves no puede ser más desolador, reflejo de la postración a que ha llegado la política de partidos española, nuevos y viejos, pendientes de ajustar cuentas a golpe de cuchillo cachicuerno, lejos del interés general, dispuestos a todo con tal de humillar al Gobierno, darle una patada a Rajoy en el culo del contribuyente obligado a pagar una multa diaria por la retirada del Decreto. Drama de un PP en minoría y de una Ana Pastor convertida en recordatorio ominoso de la mayoría absoluta miserablemente dilapidada entre 2012 y 2016. Y miseria de un PSOE en horas más que bajas, con el que no se puede ir ni a cobrar una herencia. Un partido en la UVI empeñado en hozar en sus propias heridas mientras, a su lado, el país le reclama un ejercicio de responsabilidad.

Drama de un PP en minoría y de una Ana Pastor convertida en recordatorio ominoso de la mayoría absoluta miserablemente dilapidada entre 2012 y 2016, y miseria de un PSOE en horas más que bajas

La sorpresa la ha dado Ciudadanos, que en ocasión tan señalada ha decidido pasar a cobro una larga serie de ofensas por parte del señor Rajoy, pero que ha elegido el peor momento, porque un partido dizque liberal no puede ponerse de perfil en ocasión tan señalada, cuando se trata de poner coto a un monopolio. Nada que objetar a Podemos, auténticos ganadores de la derrota colectiva del jueves. Instalados en el “cuanto peor, mejor”, el espectáculo protagonizado por sus diputados, pugnando por levantar el puño con más energía y determinación que los estibadores de la tribuna de invitados, mostró un grado tal de miseria moral que los amantes de la libertad deberíamos tomar como aviso a navegantes de los riesgos que enfrentaría la pobre democracia española en el supuesto de que estos apóstoles del progreso lograran hacerse con el poder. Mariano ya sabe que esta Legislatura es imposible con 137 diputados, y solo la incógnita de esas primarias del PSOE obligan a esperar acontecimientos y no arrojar, de momento, la toalla. Si el vencedor fuera el ínclito Pedro Sánchez, las urnas estarían servidas para el próximo otoño.

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