Todos los reinados son efímeros. Incluso los que duran cuarenta años. El de Irene Montero, por ejemplo, está ya al borde de la expiración. Siempre es más tarde de lo piensas. Hace tan sólo unos meses era como la reina de Alicia pasada por la Pampa. En vez de ordenar 'que le corten la cabeza', decía "que le arreen un cimbronazo', eufónico término escuchado probablemente a los peronistas montoneros que pululan por la interna de su partido. O a Íñigo Errejón, tan rioplatense, ¿entendés?.
Lejos de brillar, su laborioso ascenso al Gobierno en calidad de ministra de Igualdad ha supuesto el principio de su triste declinar. Debutó con el pie cambiado, con una ley chapucera que fue el hazmerreír de sus compañeros de Gabinete. El 8-M apagó su brillo, jo tía, cayó luego enferma y, tras la cuarentena, se topó de bruces con lo de Dina y ahí perdió su sitio. Y los nervios. Sin más responsabilidades, funciones o atribuciones que el conserje de su planta ministerial, apenas se le hace caso, apenas se la escucha. Ha tenido incluso que recurrir al asqueroso tuiteo para acaparar una micra de protagonismo.
Muy quejosa estaba de este encuentro nuestra Evita de Galapagar. Como si a alguien le importara. "Si estoy yo, que soy la vice-dos, está el Gobierno", explicó Carmen Calvo con ardoroso desdén
En el último conocido, venía a quejarse agriamente del encuentro mantenido entre el Gobierno y Ciudadanos. "No es el Gobierno, eso es el PSOE", argumentó con un tono lastimero de dama despechada. No se olvide que era 3 de agosto, festividad de San Calimero, sin coña. Muy quejosa estaba de este encuentro nuestra Evita de Galapagar. Como si a alguien le importara. "Si estoy yo, que soy la vice-dos, está el Gobierno", explicó Carmen Calvo con ardoroso desdén. Tal era el nivel del desprecio, que tuvo Iglesias que salir en su apoyo, con un desganado retuit, la mínima expresión de solidaridad o respaldo que se conoce en este lenguaje del redil (de las redes). Ordenó luego a Echenique que profiriera alguno de sus jaleados rebuznos de internet, ejercicio en el cual es un consumado artista. No ha sido suficiente. Irene Montero, que es briosa, impulsiva y muy tenaz, en su desesperada ofuscación, se ha afanado también por hacerse con el papel de abanderada de la tricolor y, aprovechando el actual maremoto palaciego, se ha plantado en la primera línea de los robespierres que se entretienen ahora arrojándole excrementos ideológicos y verbales al Emérito.
El pacto de la alarma
El problema de Montero es el problema de Podemos. El partido morado es consciente de que, una vez que ERC se borre del pacto por el Presupuesto, Sánchez tendrá que virar su brújula. De Frankenstein al pacto de alarma. De los independentistas a Cs y PNV. Así lo quiere Ivan y así avanza la historia. ¿Y Podemos?. No le queda otra que asumir la posición del asentimiento, del 'sí señor'. Es decir, la de aceptar a Ciudadanos no cómo como circunstancial pareja de baile sino incluso como socio y quién sabe...
Lejos de su silla ministerial, Iglesias sería nada, una fruslería con coleta, un pasado con talento, un trepa con dacha, un fraude menguante. Montero, menos aún. La sombra de su sombra. En su día se la mencionó como alternativa al gran macho alfa en caso de alguna jubilación sobrevenida. A Iglesias le disturba madrugar, seguir una agenda, atender compromisos y asistir a reuniones. Preferiría el papel de líder desde casa, gurú de chaise-longue. No estaba mal pensado. Una mujer al frente del partido hiperfeminista. Tras lo ocurrido con el móvil de Dina, esa opción habrá que descartarla.
El relevo que viene
Ahora, la aspirante con más fuste para situarse al frente del renqueante podemismo es Yolanda Diaz, titular de Trabajo, comunista, que siempre viene como de la pelu, gasta un look overdressed -lo que es muy elogiable en alguien de la extrema izquierda- se entiende con los empresarios, con los sindicatos, claro, con algunos de la derecha y veremos si con los morados, que es lo de menos. La ministro Díaz ya las ha tenido con Iglesias y su gente a cuenta de los ERTE.
Irene Montero empieza a tomar el aspecto de un juguete roto. Tan joven. Hay mucha gente en su partido que anhela que se deje de pamplinas y se dedique a los niños.