Una de las cosas más asombrosas para un vasco interesado por la política como yo es comprobar cómo hay tantísima gente que piensa que los nacionalistas de mi tierra y de Cataluña no son en realidad nacionalistas. Que todo es para sacar dinero al resto de los españoles y punto. Que, en el fondo, son gentes sin ideología y que las cosas que dicen son exclusivamente para disimular.
Un error tan descomunal resulta, sin embargo, tranquilizador para quien lo comete; de un lado porque le hace pensar que, al fin, todo se arreglará con dinero, y de otra parte porque genera una sensación de superioridad moral en quien así lo cree. Esa ignorancia tan engreída, aunque muestra diferentes grados, es bastante transversal ideológicamente. Hay un nacionalismo español difuso o incluso expreso que parece cegar a sus portadores y les hace incomprensible la existencia de los otros nacionalismos que hay en las Españas.
Así se explica que a los nacionalistas catalanes nadie les tomase en serio cuando reiteraron indignados, tras la petición fiscal, que de ninguna manera apoyarían las cuentas de Sánchez, y que el Gobierno siguiera hablando de presupuestos como si tal cosa. Y es ahora cuando aparecen la sorpresa y el asombro al comprobar que resulta que decían la verdad, que van a hacer exactamente lo que dijeron que harían y que, además, el motivo es exactamente el que manifestaron: la petición de penas del fiscal.
Si el Gobierno hizo el “gesto” con la Abogacía del Estado de no solicitar penas por rebelión, y sí las más tenues de sedición, fue porque pensaba que tal cosa era lo correcto (como, por cierto, piensan también muchos juristas) y que no había nada de reprochable en su actitud. Pero si en realidad actuó así para “contentar” a los nacionalistas catalanes, y que así le votasen los presupuestos, entonces sí que caben dos reproches enormes: el primero por el manejo instrumental de las instituciones gubernamentales, pero el reproche grande es por no haber entendido nada, pero absolutamente nada, de lo que es un nacionalista irredento cuando se siente frente a su destino histórico. Y eso, y no otra cosa, es lo que tenemos delante.
‘¡España es culpable!’ ¿De qué? Da igual. De todo. Nadie va a bajar de ahí al nacionalismo, porque esa es la esencia del buen nacionalista
No sirve de nada explicarles lo de la separación de poderes y que el Gobierno no puede modificar las posiciones de la Justicia, ni siquiera las de la Fiscalía. No sirve, porque para los nacionalistas España es, por definición, una dictadura disfrazada, en la que “naturalmente que sí, el Presidente del Gobierno podría decirles al Fiscal, a los abogados de Estado e incluso a los mismos jueces, lo que tienen que sentenciar. Incluso sacar a los presos de la cárcel mañana, si me apuran”.
Que España es un país inferior y bananero es lo que sienten, porque es -además- lo que justifica en gran medida su discurso. ¡España es culpable! Es algo que creen en lo profundo de su ideología. Y nadie los va a bajar de ahí porque eso es en lo que consiste ser nacionalista. Y a despecho de quien crea que no, lo son. Por eso comprendo perfectamente que desde los partidos independentistas hayan mostrado su propia sorpresa e indignación con el Gobierno, no porque yo piense que tengan ni un ápice de razón, sino porque me parece coherente con su punto de vista que les enfurezca que el Gobierno pueda pensar que pedir 12 años de cárcel es un “gesto” de acercamiento. Tienen, por el contrario, la firme convicción de que estaban en su derecho de hacer lo que hicieron porque hablan en nombre del verdadero pueblo de Cataluña, del pueblo real, auténtico, con derechos y que, por tanto, no cometieron ningún delito incumpliendo unas leyes que, para ellos, por ser españolas (o sea ilegítimas por definición) no pueden exigir en serio ser cumplidas.
Que España se defienda de quienes la pretenden romper no es algo que puedan aceptar, pero que sea utilizando la ley les resulta especialmente incómodo. Los tanques por la Diagonal sí les encajarían en la imagen de España que cultivan, como, por cierto, también encajaría en la de otros nacionalistas de signo contrario.
A nadie se le escapa que hay catalanes independentistas moderados que soñarían con regresar a tiempos pasados, retornar a su jaula el “tigre estelado” que soltaron y recuperar su añorado poder negociador en Madrid, pero, como la leche derramada, que no vuelve al cántaro, tampoco ellos pueden volver el tiempo atrás y en el que ahora viven al primero que dude le cortan la cabeza. Lo saben y ninguno quiere aparecer como el primer traidor.
Con todo, lo más preocupante es que, con el problema tan gordo que España tiene en Cataluña, en los centros de decisión de Madrid se ignore tan profundamente la realidad de lo que pasa por la cabeza de tantos catalanes, hasta el punto de sorprenderse a estas alturas de que los que se dicen nacionalistas resulten serlo efectivamente.