Oriol Junqueras hace tiempo que dio a los suyos, en especial al president del Parlament Roger Torrent, la consigna de no traspasar ni un milímetro la legalidad. Gestos simbólicos a cuál más incendiario, los que quisieran, pero debían guardar un respeto escrupuloso con la constitución. De ahí que, cuando se recibió en la Mesa del Parlament la ILP presentada por Unitat per la Independència, los republicanos dijeran que se abstenían. ¿Resultado? Rechazada con esas abstenciones, más los votos en contra de Ciutadans y socialistas. Las razones – ay, palabra que pocas veces ha aparecido a lo largo del procés – no tenían vuelta de hoja: el Parlament no puede admitir propuestas que tengan por objeto una materia acerca de la cual la Generalitat no tenga competencias. Ese criterio habría bastado para evitar los autos sacramentales de Puigdemont, pero entonces en Esquerra existía un pánico cerval a ser tildados de botiflers. Ahora, han cambiado la estrategia. Con miedo y en la cárcel, ¿de qué?, debe pensar el líder republicano al que ya no le duelen prendas en demostrar por activa y por pasiva su abierto divorcio con los neoconvergentes. Los herederos de Pujol siguen instalados en la retórica hueca, así como en ese descenso vertiginoso hacia la nada.
Como no podía ser de otra manera, desde Waterloo se apretó el botón de pánico nuclear y su legión de trolls se lanzó en tromba contra sus, hoy por hoy, socios de gobierno, cosa insólita. A cualquiera que se le explique el caso, y que no sea un abducido, se hace cruces. El rosario de lindezas ha sido, como pueden imaginarse, de toma pan y moja que es salsa de melón. Además del sobadísimo botifler, se añadían olorosos epítetos como cagados o mierdosos, amén de traidores, cobardes, trileros, embusteros, en fin, de todo menos bonitos. Expresiones como “Vergüenza ajena”, “Cedéis al régimen del 78”, “Pensar que había votado ERC” o “No esperéis nunca más mi voto” iban cayendo lenta y constantemente como pétalos de una flor marchita encima de Esquerra.
La cacareada unidad independentista se fue al carajo hace muchísimo tiempo. Basta comprobar como la vida parlamentaria está prácticamente paralizada por el miedo que tienen Torra, Puigdemont y Junts per Catalunya en mostrar públicamente sus miserias
Obviamente, la cacareada unidad independentista se fue al carajo hace muchísimo tiempo. Basta comprobar como la vida parlamentaria está prácticamente paralizada por el miedo que tienen Torra, Puigdemont y Junts per Catalunya en mostrar públicamente sus miserias, con unas CUP que pasan olímpicamente de ellos, una Esquerra que se ha hartado de los caprichitos del de Waterloo y sus exigencias de malcriado y de, digámoslo ya, no pocos de los diputados neoconvers que están deseando aterrizar de una puñetera vez en la realidad.
Esto no puede acabar más que en elecciones anticipadas, claro, pero a Torra y a los suyos no les conviene. Que Cataluña esté en almoneda, que la política catalana sea el patio de monipodio en versión estelada, que se haya podrido hasta la raíz la economía o la convivencia se la trae al pairo. Viven del milagro a costa de nuestros impuestos y mientras siga siendo así no van a moverse ni un milímetro de sus poltronas. Decía Inés Arrimadas hace tiempo que el proceso se había convertido en un modus vivendi, pero mucho nos tememos que es peor. Es una manera de vivir, de entender las relaciones sociales, personales, de mirar la agenda en la que destaca en rojo un manifestación a la que irán cien personas, una performance ridícula a la que acudirán cincuenta y una conferencia a la que no irá ni quien ha de dictarla.
Todo lo que les envuelve es irreal, sostenido únicamente por la mixtificación constante de sus medios de comunicación, sus entidades y sus dirigentes, que siguen hablando de repúblicas, reconocimientos internacionales y otros espantajos que no han de llegar porque nadie los espera, ni siquiera ellos mismos.
Mientras tanto, abren tres nuevas embajadas, queman efigies del juez Marchena, declaran que las putas y los camellos jamás hablan en catalán o instalan grabadoras en los patios escolares a ver si los críos hablan en catalán. Su propia mezquindad, su racismo, los ha llevado hasta el extremo más desaforado. Porque tildar a Junqueras de botifler es de ser, además de mala gente, unos perfectos ignaros.