Josep Borrell le ha definido astutamente como la “emperatriz de la ambigüedad”. Ya lo era Ada Colau en esos días en los que al grito de “¡allá vamos!” ocupaba una sucursal bancaria del Popular para celebrar su cumpleaños a golpe de barbacoa. Tufo a fritanga incluido. Entonces, como diría la canción de Ramoncín, Colau era la ‘reina del pollo frito’. Pero también una ambición desmedida. Aquella aprendiz de líder social vio en su papel de heroína antidesahucios el filón para encontrar su hueco en el establishment. Instalada en las comodidades del poder, Colau no quiere vivir sin ellas. Ahora que las expectativas de cada partido ante el 21-D están en construcción, los comunes de Colau aspiran a ocupar un espacio lo suficientemente ambiguo en términos nacionalistas para atraer votos decepcionados de Junts Pel sí, pero partidarios del derecho a decidir, y catalanistas que pueden recurrir al PSC de Miquel Iceta. En definitiva, Colau sabe que aquél que quiera ser president tendrá que rendirle pleitesía. El primer paso, sin duda, para su gran objetivo: ocupar el despacho de la Generalitat que ahora ha dejado vacío el fugado Carles Puigdemont.
Abrió el camino Pedro Sánchez con una llamada en directo ( a su presentador Jorge Javier Vázquez
La ambición desmedida de Colau no tiene límites. Quiere ser la jefa de la Generalitat a toda costa. Tanto como para acudir a ese mercado nacional de abastos que es ‘Sálvame’ donde se reparten tantos y tantos kilos de votos delante del televisor. Abrió el camino Pedro Sánchez con una llamada en directo (septiembre 2014) a su presentador Jorge Javier Vázquez para evitar que dejase de votar al PSOE por el asunto del Toro de la Vega. El pasado sábado, Colau fue más allá. Se sentó en esa silla eléctrica de la intimidad, las vanidades y el cotilleo para confesar al mundo su bisexualidad. Un asunto que merece el mayor de los respetos como también la mayor de las críticas en el momento en el que se produce el anuncio. ¿Hubiese prostituido Colau su intimidad si el olor de las urnas no apareciese en menos de dos semanas? Lo dudo. En las coordenadas que ahora dividen por duplicado la política en Cataluña, cada puñado de votos puede convertirse en definitivo. Y Colau se dirige descaradamente, desde su confesión en ‘Sálvame’, en busca el apoyo electoral del colectivo LGTB, transversal como pocos. “Ada diría que es el toro que mató a Manolete si entiende que con ello puede sacar un beneficio propio”, asegura ahora alguno de los que compartió minutos de cadenas y empujones en la época dura de la plataforma PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca).
En esas complicadas coordenadas numéricas, Colau se ha colocado en la divisoria entre independentistas y constitucionalistas a favor de los primeros, en lugar de la que separa izquierda y derecha. Y, especialmente, se ha colocado en la actitud de los que rompen la convivencia y la capacidad de pactar con los diferentes por el bien de los ciudadanos de Barcelona y de la maltrecha estabilidad económica que el procés ha germinado en Cataluña. Colau se lanza a su apuesta electoral por encima del interés general, tras la ruptura con el PSC en el Ayuntamiento, con tan solo 11 de los 41 concejales. Otro ejemplo de las trampas al solitario para la nueva política.
Colau se apuntó a un referéndum que su gente rechazaba y lo hizo por la puerta trasera
Colau se apuntó a un referéndum que su gente rechazaba. Lo hizo por la puerta trasera. Rompiendo el compromiso de su partido y violando el deseo de la mayoría cualificada de sus electores. Trabó un pacto fraudulento y secreto, pese a jactarse como todos los representantes de la nueva política de su extrema transparencia, con el entonces president de la Generalitat, el erasmus Puigdemont, para cederle a él la gestión de los locales municipales sorteando su responsabilidad penal personal. ¿Es esta la valerosa Colau que remaba a contracorriente?
Colau es una independentista con piel de cordero. En los inicios del procés, voto sí a la secesión en la consulta del 9-N de 2014. Lo hizo sólo para protestar. Luego prometió cumplir la ley. La asamblea fundacional de su partido –Catalunya en comú- apostó por un tipo de referéndum en los márgenes de la ley: efectivo, con garantías, vinculante y con el apoyo de la comunidad internacional. Desde fuera –la Comisión de Venecia del Consejo de Europa- se aseguró en julio pasado que la Generalitat era incompetente para convocar una consulta. Y el grupo donde se integran los comunes en el Parlament, Catalunya sí que es pot, fue de los más contundentes en denunciar la derogación del Estatut y la Constitución negando derechos a la oposición en las votaciones exprés de las leyes de desconexión, sin plazos ni amparo legal y prescindiendo de todos los dictámenes contrarios del Consejo de Garantías.
Mientras, Colau coqueteó políticamente con los secesionistas, mostrando ese juego de equilibrios bajo la falsa apariencia que protegía al mismo tiempo el derecho a votar, cuando la consulta ilegal del 1-O no concedía ningún tipo de garantías legales, y a sus funcionarios. Ese triste día para Cataluña y para el resto, Colau se destapó. Jugó con las palabras y los mensajes para engañar a los suyos. Les animó a participar en la votación ilegal y sólo al final del esperpéntico recuento se atrevieron a decir que movilizarse era votar. ¿Por qué lo ideó así Colau? Sus electores son en dos tercios contrarios a la independencia y el apoyo que internamente se dio en su partido a la movilización fue del 59,39%. Apoyo, que por otra parte, apenas decidieron 3.000 afiliados, bastante menos del 50% -el 44%, y sin mediar quórum alguno de participación.
Después llegó el siguiente paso. Romper el acuerdo de gobierno con el PSC en el Ayuntamiento de Barcelona. Una maniobra surgida de una asamblearismo infantil travestido de democracia interna –apenas votaron 3.800 afiliados, una cifra tan insignificante como la del apoyo al 1-O-. El movimiento de hace menos de un mes es la confirmación definitiva de la deriva independentista de una corriente que se erige, con el cinismo propio de estos movimientos populares, en adalid de la izquierda pura. A Colau no le importan las personas, ni los vecinos de ‘su’ Barcelona. Si fuera así no hubiera sacrificado la gobernabilidad de la segunda ciudad de España, en plena resaca del 1-O y sus fatídicas consecuencias económicas, en plena fuga de empresas por doquier. A Colau sólo le interesa la carrera política de Colau ante una cita en la que el difícil encaje numérico del lado secesionista y constitucionalista le convierte en pegamento de oro para cualquier tipo de pacto.
Colau ha decidido colgar su disfraz de equidistancia para asociarse a una hoja de ruta cuyo objetivo es reeditar el tripartito
Y ante esa elección, la alcaldesa de la capital barcelonesa ha decidido colgar su disfraz de equidistancia para asociarse a una hoja de ruta cuyo objetivo es reeditar el tripartito o, en cualquier caso, confluir con las fuerzas independentistas. Los comunes se han atrincherado en la aplicación del artículo 155 para romper el pacto con el PSC. Más allá de este argumentario aparece el giro secesionista inequívoco de Colau. Capaz de echarse a los brazos de Xavier Trias y de ERC, que abanderó una declaración de independencia de la que Colau, teóricamente, renegó.
Su incapacidad para mantener el pacto con el PSC, alineándose con las voces más radicales de Podemos, es el culmen de una calamitosa trayectoria que le ha llevado a cercenar la tradición plural, abierta y global de la capital catalana. A enfrentarse a sectores económicos clave en Barcelona como es el turismo. A deteriorar la economía local poniendo en riesgo la continuidad en Barcelona de eventos de tanto peso como el Mobile World Congress. Colau ha salido claramente del armario político. Su homosexualidad es clara: es una independentista más cuya adolescente acción política rezuma irresponsabilidad y sectarismo. Esa homosexualidad no irá a desgranarla a ‘Sálvame’. Resta votos para su ambicioso plan.
@miguelalbacar