Opinión

El Orgullo ante la lona

Conozco a Juan Pablo desde hace muchos más años de los que a él o a mí nos gustaría recordar, aunque él es bastante más joven que yo. Es un muchachón alto, muy guapo, cargado de músculos y extraordinariamente simpático. Por descon

  • Manifestación del Orgullo Crítico en Madrid -

Conozco a Juan Pablo desde hace muchos más años de los que a él o a mí nos gustaría recordar, aunque él es bastante más joven que yo. Es un muchachón alto, muy guapo, cargado de músculos y extraordinariamente simpático. Por descontado es gay y, que yo sepa, no ha conocido armarios de ninguna clase salvo los de guardar la ropa, que de eso tiene un montón porque añado que es bastante coqueto. Casó hace años con un zagal todavía más guapo que él (esto lo digo para incordiarle) y fueron felices durante mucho tiempo, hasta que sobrevino una tragedia que no voy a recordar ahora.

Juan Pablo fue siempre conservador, del PP, y muy orgulloso de serlo. Eso era normal y corriente: de toda la vida, gais y lesbianas había en el PP, en el PSOE, en la izquierda radical (desde que dejaron de perseguirlos, ya en la Transición) y en todas partes. Sobre poco más o menos, todo el mundo entendía que las preferencias amatorias de cada cual no tenían nada que ver con la política.

Sí, bonito, lo que tú quieras, pero es un partido homófobo, está contra los gais, y tú eres uno de los gais más visibles que conocemos todos; estás patinando, corazón

Pero entonces, en el otoño de 2017, llegó la eclosión del procès en Cataluña, el intento de destrucción de la nación, la huida de Puigdemont y todo aquello. De un día para otro, miles de balcones de Madrid se llenaron de banderas españolas y floreció vertiginosamente un partido de extrema derecha del que pocos habían oído hablar, Vox. Su jefe era un señor que se parecía a Mefistófeles.

Y Juan Pablo, como muchos más, se pasó a Vox. Fue una especie de moda. Muchos niños bien –y Juan Pablo había sido toda la vida un niño bien, presumía de ello– hicieron lo mismo. Ahí fue cuando empezamos a preocuparnos. Juan Pablo, le decíamos los amigos, te estás equivocando. En qué, se encocoraba él, es un partido democrático que defiende la Constitución y a España. Sí, bonito, lo que tú quieras, pero es un partido homófobo, está contra los gais, y tú eres uno de los gais más visibles que conocemos todos; estás patinando, corazón.

Él dijo durante muchos meses que eso no era verdad. Que Vox no tenía nada de homófobo, que esa era una calumnia levantada por la izquierda, que él conocía a muchos gais de Vox y que estaban tan a gusto y tan felices, que no había que hacer caso de la “propaganda podemita” y que le dejáramos en paz, que se iba a la “mani” del Orgullo a lucir cuerpazo envuelto en la bandera del arco iris.

Hace tiempo que no hablo con él. Tuve problemas en Facebook, que era nuestro contacto más frecuente (como con muchísima gente más), y no sé qué habrá sido de su vida. Me da un poco de apuro llamarle porque si hay una frase que detesto es “mira que te lo dije”, sobre todo cuando me toca soltarla a mí.

Vox es un partido homófobo y ya no puede caberle la más mínima duda ni a Juan Pablo ni a nadie. En las últimas elecciones municipales han conseguido arañar poder en algunos Ayuntamientos, o están en condiciones de chantajear al PP para que haga lo que ellos dicen, y lo primero que han hecho, ahora que bullen por todas partes las fiestas del Orgullo, ha sido retirar las banderas del arco iris en los edificios municipales en donde están en condiciones de hacerlo. O impedir que se cuelguen. O colocar en el centro de Madrid una gigantesca lona (mandada retirar por la Junta Electoral Central) en la que una siniestra mano con una pulserita de la bandera de España tiraba a la papelera el emblema del feminismo, la bandera del arco iris, el logo de la Agenda 2030, la hoz y el martillo y no recuerdo cuántas cosas más. Pobre Juan Pablo. Mira que le avisamos.

El comunismo persiguió sañudamente a las personas homosexuales, y eso durante muchas décadas. Esa es, creo yo, la causa de que en países como Rusia, Hungría o Polonia siga habiendo una animadversión “oficial”

Yo no estoy nada convencido de que el partido de la extrema derecha española tenga ideas propias sobre estas cosas. Tampoco sobre otras, pero estamos hablando del Orgullo y sus fiestas. Siguen la plantilla establecida por otros grupos de ultraderecha en otros países. No hacen nada más. Es verdad que no en todos los lugares del mundo (ni siquiera de Europa) han alcanzado los derechos de las minorías igual respeto y reconocimiento, tanto social como legal.

El comunismo (y, en su día, también el anarquismo) persiguió sañudamente a las personas homosexuales, y eso durante muchas décadas. Esa es, creo yo, la causa de que en países como Rusia, Hungría o Polonia siga habiendo una animadversión “oficial” (que tiene un evidente reflejo en la sociedad) contra gais y lesbianas. En los tres casos hay que añadir al guiso la enorme influencia de las respectivas Iglesias, que consideran a las personas homosexuales una caterva de depravados, violadores de niños y pecadores de la peor especie. Lo mismo ha hecho la Iglesia católica romana prácticamente hasta la llegada del papa Francisco.

La inmensa mayoría de los ciudadanos, desde Noruega a Irlanda o a Portugal o a Grecia, tienen ya perfectamente claro que ser homosexual no es algo que se elige, no depende de la voluntad del individuo

Pero ¿por qué el gobierno de extrema derecha italiano hace lo mismo? ¿Por qué lo hacen los partidos ultras en Francia o Alemania? ¿Por qué Vox se suma a la campaña de la extrema derecha internacional contra los gais y lesbianas? En prácticamente toda Europa occidental hace décadas que la homosexualidad dejó de ser un problema. La inmensa mayoría de los ciudadanos, desde Noruega a Irlanda o a Portugal o a Grecia, tienen ya perfectamente claro que ser homosexual no es algo que se elige; no depende de la voluntad del individuo, no es una decisión sino una característica, lo mismo que ser zurdo o rubio o haber nacido en Pamplona o tener los ojos verdes. No se puede hacer nada contra eso, ni tampoco a favor. No es una posición ideológica, es una característica de la naturaleza que se da en cientos de especies. Identificar el hecho de ser homosexual con ser de izquierdas, o de derechas, o del Betis, o del Osasuna, o de cualquier otra cosa que uno pueda escoger, es una absoluta ridiculez.

Las multitudinarias y bullangueras fiestas del Orgullo LGTBI (creo que he puesto las siglas bien), que a mí no me dejan dormir porque se celebran justo al lado de mi casa, son la celebración, gozosa como pocas, de la victoria de la razón y de la lógica sobre la intolerancia. Costó muchos siglos y mucha sangre y mucho sufrimiento que la mayoría admitiese que las minorías deben ser respetadas, y que las personas tienen todas los mismos derechos por eso precisamente, porque son personas, independientemente de con quién les guste meterse en la cama. Es la celebración de la libertad de amar, de ser como uno es, de querer a quien cada cual quiere. Así de sencillo. Así de evidente.

Tratar de derogar el matrimonio igualitario, como propone nuestra extrema derecha, es una agresión a la libertad de las personas que nos haría retroceder casi veinte años

Señalar vejatoriamente a los homosexuales por el simple hecho de que son homosexuales, como hace Vox (sí, Juan Pablo, como hace Vox, espabila de una vez), es un disparate. Tratar de derogar el matrimonio igualitario, como propone nuestra extrema derecha, es una agresión a la libertad de las personas que nos haría retroceder casi veinte años. España fue el tercer país del mundo en legalizar el matrimonio igualitario por decisión del Parlamento y con la aprobación del jefe del Estado. Eso fue en 2005. Hoy son 35 países: el último ha sido Nepal, anteayer, y el próximo (1 de enero del año que viene) será Estonia. Si esa derogación llegase a suceder aquí, ¿qué diría Juan Pablo, que contrajo matrimonio civil y que despidió a su esposo con un funeral religioso, al que yo asistí?

Hace años que las fiestas del Orgullo eran ya casi solo eso: fiestas, las mayores y más brillantes de Madrid, con cientos de miles de personas que venían –vienen; ahí abajo están, que las oigo– de todo el mundo. Nuestra pacata, asacristanada, torpe y desnortada extrema derecha ha conseguido, al menos este año, devolverles un carácter reivindicativo que ya casi habían perdido. Se alinean así con la extrema derecha religiosa… y con los países del islam radical, en los cuales ser homosexual es un delito que te puede costar la vida. Parece mentira, ¿eh? Los de Abascal siguiendo el apunte a los yihadistas, a los que tanto quieren…

 No somos solo los gais y lesbianas quienes estamos indignados con esa gente que parece no saber lo que hace; son muchísimos ciudadanos, miles, decenas de miles, en su mayoría heterosexuales, los que llenan en estos días las calles de mi barrio y están muy, muy enfadados con esa agresión a la libertad de todos. Porque, como dijo J. F. Kennedy, la agresión a los derechos de un ciudadano es una agresión a los derechos de todos.

Este año está siendo el de las fiestas del Orgullo frente a la lona siniestra de Vox. El año de sacar a la ventana la bandera del arco iris, que esa gente pretende esconder porque no se atreven a prohibirla. El año de recordar algo evidente pero que olvidamos con mucha facilidad: la libertad no es irreversible, hay que protegerla. La democracia no es irreversible, hay que cuidarla para que no se la carguen los salvapatrias. Que ni siquiera saben por qué hacen lo que hacen, Juan Pablo, bonito.

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