Los capitanes se parecen a sus barcos, escribió Arturo Pérez-Reverte en Eva, aquella segunda novela de la serie Falcó en la que un destructor nacional acecha a un buque republicano fondeado en el puerto de Tánger. Aunque cazador uno y presa el otro, los dos comandantes entienden cada nave como algo ajeno a la jurisdicción terrestre. Después de Dios, en esos barcos mandan sólo ellos. Y sanseacabó.
Hay capitanes y capitanes, así como hay barcos y barcos. Pilar, el barco de Ernst Hemingway, por ejemplo. La embarcación del Premio Nobel de Literatura se convirtió en una leyenda casi tan fanfarrona como las imágenes de Big Papa retratado con un marlín azul de 300 kilos. ¿En qué se parece entonces el barcelonés Óscar Camps a su díscolo Open Arms? A primera vista, Camps tiene algo del Harvey Cheyne Jr. de Rudyard Kipling en Capitanes intrépidos, aquel niño mimado que descubrió en el mar cuánto costaba un peine.
Con grumetes tan célebres es fácil dejar limpiecita la conciencia del primer mundo
Exdibujante, exnadador, exdueño de una agencia alquiler de coches y exvoluntario de la Cruz Roja, Óscar Camps se ha convertido en un desinteresado socorrista de migrantes por obra y gracia de sus deseos, saltándose a la torera la Ley de Puertos del Estado y de la Marina Mercante o incumpliendo las demandas de los empleados de Proactiva Serveis Aquàtics S.L., la empresa de la que es fundador y dueño, y que presta servicio de socorrismo en gran parte de la costa catalana, Baleares, Canarias y la costa levantina. Según escribió David López Frías en El Español, Óscar Camps enfrenta huelgas indefinidas, condenas por vulneración de los derechos laborales y acusaciones por las condiciones de trabajo.
Premiado como catalán del año en 2016 –recibió el reconocimiento de manos del mismísimo Puigdemont-, la gesta de Óscar Camps como fundador de la ONG ha despertado la simpatía de Marc Gasol o Richard Gere. Con grumetes tan célebres es fácil dejar limpiecita la conciencia del primer mundo. Con él no hay medias tintas. Mientras algunos ven a Camps como un héroe a otros la cosa les huele más a la corbeta negrera Conchita, aquella que fue apresada por los ingleses cuando se disponía a zarpar repleta de esclavos a América. No hay pruebas que sustenten las acusaciones sobre su vinculación con mafias en el Mediterráneo. La falta de indicios, sin embargo, no impidió al ministro italiano Matteo Salvini acusarlo de traficante de seres humanos.
Mientras algunos ven a Camps cual Jasón, a otros la cosa les huele más a la corbeta negrera Conchita
Los capitanes se parecen a sus barcos y Camps, como el Open Arms, desconcierta en sus bandazos. Teniendo prohibición de patrullaje y con una licencia exclusiva para ayuda humanitaria y transporte de víveres (no para rescatar) Camps zarpó sin tomar en cuenta esas restricciones. Según dicta el derecho del mar, un barco no puede negar su ayuda a los náufragos que consiga en su trayecto. Y es cierto, Camps se topó con más de un centenar, en total 131 migrantes a los que llevó rumbo a Lampedusa. El carpetazo de desembarco complicó las cosas, al tiempo que aumentó su gesta. Y aunque le ofrecieron ir a Malta o Algeciras, rehusó ambas soluciones.
Indómito rescatador con vocación mediática, Óscar Camps consiguió jugarse un pulso con Salvini. El enfrentamiento le vino bien a los dos: a Salvini porque le preparaba la pre-campaña y al propio Camps porque en lugar del Open Arms parecía comandar la fragata Méduse. El asunto parecía más político que humanitario, incluso publicitario. En lugar de evitar una tragedia, parecían buscarla. Camps, como el Harvey Cheyne Jr. abofeteado por el capitán Disko Troop, está más empeñado en hacer lo que le place en lugar de lo que debe. Va, como el Open Arms, dando tumbos por el Mediterráneo.