Opinión

Las tragaderas del podemismo

A dos millones de españoles no les importan las promesas incumplidas de Pablo Iglesias con tal de que él y su pareja sigan disfrutando del cargo y el PP permanezca en la oposición

Las últimas encuestas publicadas por algunos medios de comunicación confirman que el declive de Unidas Podemos sigue su curso. Elección tras elección, el partido morado ha ido perdiendo apoyos: desde los cinco millones de votos de 2015 hasta los tres de los últimos comicios generales. Y, según esos sondeos, ahora mismo recibirían el respaldo de en torno al 9% del electorado, unos dos millones.

En cualquier formación política del mundo occidental semejante hoja de servicio provocaría un enorme debate interno sobre qué se está haciendo mal para que en apenas diez meses se haya esfumado un tercio de los apoyos. En Podemos, sin embargo, no hay lugar para cuestionar la estrategia. El que discrepe ya sabe dónde tiene la puerta de salida.

A pesar de esa espectacular caída, lo verdaderamente sorprendente es que, llegados a este punto, todavía siga habiendo dos millones de españoles dispuestos a tragar con todo lo que estamos viendo. No cabe duda de que la llegada al poder de Podemos ha permitido colocar en la Administración a miles de personas, algunas de las cuales han conseguido su primer empleo y al fin están cotizando a la Seguridad Social. Sin embargo, para la inmensa mayoría de votantes de Podemos no ha habido una mejora real de su bienestar, algo que sí han experimentado en carne propia los dos líderes máximos del partido, instalados ya en la cúspide de la casta política española con chalé, chófer, séquito, 'nanis' y asesores de imagen.

El Ibex y los impuestos

Pero a esos dos millones de personas parece que todo les da igual. Lo mismo aceptan que se esfume la posibilidad de convertir Bankia en un banco público, que tragan con que la pareja de Galapagar se codee con el Ibex-35 en un sarao presidido por Pedro Sánchez. De la misma manera que acabará la legislatura y no se habrá derogado la reforma laboral ni se habrán subido de forma generalizada los impuestos. Y les seguirá dando igual.

Nada importa. Aquí lo único que vale es que Podemos ha tocado poder y que su líder máximo se ha convertido en un estadista. Dijo que siempre viviría en Vallecas, y le perdonaron la mudanza. Prometió que jamás cobraría más de tres salarios mínimos, y rompió la regla. Los estatutos limitaban a dos los mandatos al frente del partido, y los cambió. Y hasta nos hemos enterado este verano de que en Podemos también había una 'caja B', pero eso tampoco suscita demasiadas desafecciones.

El problema es que hayamos aceptado como normal que haya varios ministros sin trabajo. Auténticos ministros-florero simplemente porque Sánchez necesita sus apoyos para seguir en La Moncloa

Los dos millones siguen fieles, al menos de momento. Seguramente porque se informan a través de esos medios que por sistema cargan las tintas contra todo lo que huela al Partido Popular y, por el contrario, se olvidan de lo relacionado con Podemos. ¿Qué se estaría diciendo por ejemplo de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, si reconociera en Twitter que se pasa el día viendo series de televisión, como hace el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias?

Y el problema no es que Iglesias vea la tele. El problema es que hayamos aceptado como normal que haya varios ministros del Gobierno de España sin competencias, sin tareas, sin trabajo. Auténticos ministros-florero simplemente porque Sánchez necesita sus apoyos para seguir en La Moncloa. Y que a nadie le enerve que se gaste el dinero de todos en darle un carguito a cuatro amiguetes que se pasan el día viendo series dentro del despacho porque en realidad no tienen otra cosa que hacer.

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