El centro derecha tenía dos opciones para acudir a estas elecciones que la ambición de Sánchez ha dejado a nuestros pies: o unidos o divididos. O bajo la fórmula que propuso Casado, basada en la creencia de la papeleta única, o bajo la fórmula de Rivera, sustentada en la esperanza de lograr el voto abstencionista. Y en buena medida, las elecciones servirán para decantar la balanza de la razón entre los dos líderes. El previsible crecimiento del PP y la bajada, mayor o menor, de Ciudadanos, adivinan que esa decantación será en favor del líder del PP. Pero veremos.
Según las encuestas, el 10-N no traerá consigo un escenario distinto al que dejó la anterior cita. La derecha seguirá sin sumar, y no lo hará por su división, que cuenta además con el agravante de ser una división falsa. Las aspiraciones de poder, los objetivos cortoplacistas y el insano ritmo de la política, han creado una suerte de Callejón del Gato, en el que los espejos devuelven una realidad deformada que algunos partidos tratan de hacer pasar por real, como si en verdad existieran tres votantes de centroderecha en España con tales diferencias, con diferencias tan abisales, que resulten incompatibles.
Basta con hacer un poco de memoria para comprobar hasta que punto, esta ficción no es más que eso. Tanto Ciudadanos como Vox provienen de lo mismo, de un mismo origen ventral, y aunque quieran ahora desligarse de su origen, como todo niño bien de casa mal o niño mal de casa bien, lo cierto es que dejan a Pedro Sánchez todo el espacio de la liza electoral e incluso, y en el enésimo ejercicio de travestismo, le permiten presentarse al 10-N como la opción responsable y centrada. Y hacerlo sin adversario capaz de serlo.
Confrontación y la refundación
Vox sabe que no va a alcanzar la presidencia del Gobierno; Rivera, que puede creerlo, sabe que en estas elecciones le será imposible y ambos tratan de amarrar el resultado obtenido en las anteriores, señalando de nuevo a Casado como objetivo. De tal suerte, Sánchez se encuentra con un único oponente posible que, sin embargo, además de confrontarle, tiene que preocuparse por lo que sucede a un lado y a otro de su propio espacio. La situación, la falta de visión es tal, que Sánchez puede darse por victorioso.
El España Suma no ha salido adelante, ni siquiera en su versión beta con listas conjuntas al Senado. Se ha impuesto la fórmula Rivera y, aunque aún estén por verse los réditos que ofrece, ya puede achacársele una falta: la división que propugna posterga otra vez, lo que a todas luces es ya una necesidad de primer orden: la refundación del centroderecha.
Es una urgencia por algo tan sencillo como que un país democrático necesita de una oposición capaz de serlo. Que el Parlamento sea la arena de la confrontación entre adversarios -no enemigos- y no una constante disputa dentro del mismo espacio por ver quién lo lidera. La democracia precisa de la confrontación; esa es una de sus debilidades. Necesita de la tensión que nace del enfrentamiento de ideas distintas. Pero necesita también de la sutileza, de la finura para que esa confrontación no sea parricida. Y eso, con una oposición no ya dividida en varios partidos, sino en guerra interna, es sencillamente imposible.
Un espectáculo macabro
que proponía el PP podía haber sido práctica, útil para salir del paso del 10-N, pero esas operaciones tienen su momento. Y este no es uno de ellos. La prueba nos la ofrece la Comunidad de Madrid, en la que, apenas unas semanas después de haber firmado un acuerdo, Ciudadanos ya está ansioso por someter al PP al aquelarre inútil de una comisión parlamentaria. No es el momento, porque de la depredación no se sale reuniendo a los depredadores, esperando a ver quién sale vivo. Como espectáculo macabro está bien, pero nada más. Podría, sin embargo, haber sembrado posibilidades futuras, haber abierto camino.
Pero el momento llegará. Tarde o temprano, bajo la siglas actuales de los partidos o bajo siglas nuevas, con este o aquel liderazgo, da lo mismo: llegará el momento en el que los partidos de centro-derecha deberán doblar la esquina de su Callejón del Gato y asumir, sobre todo los más reticentes, que la refundación de la derecha es algo necesario y que no se solventa con una estratagema electoral en la que se cuentan votos y se hacen cálculos según D’Hont, con vistas a pactar gobiernos y tratar de unir desde el poder.
Porque no se trata de recoser costuras ni de disimular boquetes o costurones, sino de crear algo, aunque no de la nada, - ¡nunca se crea de la nada! -. Aprovechar todo lo que del pasado sea aprovechable, descartar lo inútil; olvidar el argumentario y sustituirlo por un papel en blanco que esté encabezado por las ideas fundamentales, dejar atrás la entropía cero en la que vive la derecha y rescatar la conversación como herramienta política, con tiempo por delante y serenidad; justo lo que falta en todo momento electoral. Por eso, quizá tras el 10-N surja una oportunidad postelectoral: la de que Sánchez le dé a España lo que necesita: un gobierno, aunque sea suyo, que permita a la derecha no ponerle tan fácil volver a gobernar.