Lo peor, con mucho, es que estos que nos piden el voto de vez en cuando y llaman a esto democracia nos tomen el pelo sin disimulo. Lo extraño es que ya no necesiten tapar sus creencias en el burladero de la política si eso que llaman sociedad civil fuera una masa crítica y articulada en el pensamiento, y sobre todo memoriosa. Saben a ciencia cierta que de memoria este pueblo anda mal, y que los últimos cinco minutos antes de echar un voto a la urna suelen ser definitivos por cándidos y misericordiosos. Y saben que muchos de nosotros votamos lo que votamos sin plantearnos demasiadas cosas. Algunos porque padre y madre lo hicieron de esta manera, y otros, bastantes más de los que pensamos, porque el abuelo hizo la guerra en este lado y Fulanito en el otro. Dice Galdós en uno de sus Episodios, y yo me fio mucho de don Benito, que a lo largo de la historia los españoles hemos sido una fuerza inútil, como la cólera de un loro en su jaula.
Democracia no es votar, es decir la verdad
Me suele recordar un amigo economista que nos sorprendería saber la cantidad de españoles que, borrachos de una ideología heredada y asumida con placidez ovejuna, votan partidos cuyas políticas permiten con condescendencia el atraco fiscal. Hemos llegado a un punto de sumisión y mansedumbre en el pensamiento propio y ajeno que hemos asumido que votar equivale a democracia más que, por ejemplo, la necesidad de que los que piden el apoyo digan algo parecido a la verdad y sean, más o menos, consecuentes con lo que prometieron. ¿Qué pensarán los que votaron al PSOE creyendo que con Unidas Podemos no, con Bildu no y con ERC ni a recoger una herencia? ¿Qué? ¿Volverán a repetir el voto?
Enrique Tierno Galván, el mismo que misteriosamente ha pasado a la historia como un gran alcalde de Madrid, era un político cínico y culto, que en un arranque de sinceridad nos dijo aquello de que las promesas están para no ser cumplidas. Dijo más cosas el viejo profesor que, aun siendo un impostor y un fingidor profesional, señalara algunas verdades de libro:
-En política se está en contacto con la mugre y hay que lavarse las manos para no oler mal.
Nos mandan, pero no nos gobiernan
Y desde entonces así estamos, siempre con el permiso del respetable, que somos los que vamos con la pinza en la nariz al colegio electoral para que el olor de la mugre no nos provoque arcadas. Cuanto más volandera sea la palabra dada, mejor. Mejor para mentirosos de libro, Sánchez en España e Iceta en su versión catalana. El mismo que dijo eso de que en España hay ocho naciones, y que él mismo las había contado. Quizá lo recuerdan desatado y dirigiéndose a Sánchez,
-¡Por Dios Pedro, líbranos de Rajoy!
Y nos libró, claro que con la ayuda inestimable de Rufián, los de Sabino Arana, los pusdemones, y esos de Bildu que están en Madrid para tumbar el régimen.
Uno de los síntomas que no soportan una prueba de calidad de la democracia es la forma en que nos tratan los que mandan, y digo los que mandan porque gobernar es otra cosa. ¿Qué creen que somos estos señores, que viven en su inmensa mayoría de la mamandurria pública desde que fueron destetados en política? Si los periodistas pudiéramos revelar lo que algunos políticos piensan de sus votantes, el hartazgo y la abstención serían aún mayores. Los escucho en esos encuentros off the récord -o sea, te lo cuento para que no cuentes lo que digo-, y me viene a la memoria una conversación con un obispo 'progresista' que me hablaba de sus feligreses como si fueran un número, y de paso, una especie de partidarios acríticos a los que no había que dedicar mucho tiempo porque “esos ya están convencidos”.
La arremetida contra Madrid
Ahora la toman con Madrid. Ahora, de la noche a la mañana, nos enteramos los madrileños que vivimos en un paraíso fiscal y que hay que meter mano a nuestras carteras. Y todo porque ERC así lo pide y el Gobierno consiente en que así sea. Que sigan por ahí, porque esta arremetida contra Madrid por parte de los catalanes más odiosos en el foro -los independentistas catalanes, sediciosos y golpistas-, es un regalo sobre una patena de oro en forma de argumentario para Isabel Díaz Ayuso. Le acaban de hacer la próxima campaña. Bastará con recordarle a Sánchez o a Gabilondo una afrenta como esta para que sobren todas las explicaciones y los tibios e incautos se decidan. Con la inestimable ayuda de Gabriel Rufián, el PSOE le ha permitido a Ayuso poner a la entrada de Madrid el mismo cartel que los zaragozanos pusieron cuando invadieron la ciudad las tropas napoleónicas: 'Reducto inconquistable'.
Ahora resulta -¡ay, la memoria!- que el impuesto de Patrimonio, que en Madrid se bonifica íntegramente, fue bendecido en su momento por Zapatero y Solbes. No lo saben, y si lo saben les debe importar una higa, pero han hecho de Madrid un territorio harto de mentiras y cambalaches. Y por eso, el pisaverde de Miquel Iceta nos cuenta ahora que con "aquellos que quieran la independencia o un referéndum de independencia no pactaremos". ¡Vamos, vamos, un poco de contención, hombre!
La verdad es que no sabe uno quién miente más, si los socialistas o los separatistas de ERC. En realidad, sólo dicen la verdad cuando largan sus mentiras, es la única forma posible de entenderles. O sea, señor Iceta, que esto de la armonización fiscal, el apoyo a los Presupuestos, el veto a Ciudadanos, el apoyo a la ley Celaá, el inefable ataque a nuestra lengua castellana, los votos prestados, que no dados, para que Sánchez estrenara colchón en La Moncloa…
La semana pasada el presidente de Cataluña, Pere Aragonés, exhibía con descaro el pacto con el Gobierno porque traía un extra de inversión, de hecho, el importe llega al 19,3% del regionalizado, o sea muy por encima del peso del PIB catalán. Antes del pacto eran 1.999 millones de euros, tras el pacto la cosa aumenta a 2.339, 340 millones más. Todo esto qué es para Miquel Iceta: un acuerdo, un pacto, un trato. Lo peor no es ya lo que hacen, para lo que ya no me quedan palabras. Lo peor es que haya quien nos tome por corderos. Peor aún, por desmemoriados gilipollas. Igual esta vez no les sale. Imposible engañar a todo el mundo todo el tiempo. ¿O no?