El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se ha dado una vuelta por Bogotá, Tegucigalpa y Quito, porque acaba de descubrir que la UE debería mirar a América Latina como a la región más “eurocompatible”. Recuerde el lector la intervención del presidente francés, François Mitterrand, ante el Parlamento Europeo en Estrasburgo proclamando que el nacionalismo es la guerra, declarando su envidia hacia el idioma castellano e imaginando qué hubiera podido hacer Francia de haber tenido algo parecido a su disposición. Obsérvese, por ejemplo, en el ámbito lingüístico el contraste entre la francofonía -donde se agrupan las antiguas colonias francesas en las que apenas la minoría dirigente se expresa en la lengua de Molière, en tanto que el resto de la población continua en el uso de su idioma propio, como es el caso del árabe en Argelia. En Hispano América por el contrario el idioma español fue para todos y su carácter de lengua oficial no fue impuesto sino así declarado por las nacientes repúblicas, según se fueron independizando de la metrópoli. El español era sentido como una necesidad para entenderse, dado que había llegado por capilaridad hasta los lugares más recónditos del indigenismo.
Sin disimular sus carencias, debe reconocerse que el área geográfica donde mejor se han aclimatado los modos políticos, económicos, sociales y religiosos europeos es la que alguna vez dieron en llamar nuestra América. Cuando España y Portugal negociaban el ingreso en la entonces Comunidad Europea Bruselas tuvo muy en cuenta la importancia decisiva de su arrastre americano. Para entonces, los países ibéricos habían dejado ya de tener la condición exclusiva de puentes con el otro continente atlántico, tampoco tenía Cádiz la exclusiva del comercio con las Indias. Desde cualquier capital americana podía volarse en directo a cualquier ciudad europea, pero España y Portugal continuaban cumpliendo una función de facilitadores. La cumbre UE-América Latina convocada durante la presidencia española de la UE en el segundo semestre de 2023 viene a confirmarlo.
¿Imaginan los lectores que la Real Academia de la Lengua, exasperada por la actitud de AMLO, reaccionara prohibiendo el uso del castellano para que así las lenguas indígenas brillaran en todo su esplendor?".
Primero fueron las Leyes de Indias de la reina Isabel la Católica, las críticas y las denuncias del padre fray Bartolomé de las Casas y después la Constitución de 1812, promulgada a 19 de marzo en un Cádiz sitiado por las fuerzas de Napoleón donde, en vez de generarse el patriotismo sectario, de frontera, propio de las situaciones límite como la que allí se estaba viviendo, brotaba sorprendente, una Constitución liberal, cuyo artículo 1 decía que “La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”. Luego vendrían las independencias protagonizadas por los criollos, las cuartas carabelas, los despertares del indigenismo, las democracias populistas e iliberales que hacían el viaje inverso de regreso -trayéndonos recauchutados a los Monedero, Iglesias & company-, las cartas de desamor, las exigencias penitenciales de AMLO y los ataques a las empresas españolas, que lanza con frenesí el presidente de México sin réplica que resulte audible desde Moncloa, como apuntaba críticamente el diario ABC. Pero ¿por qué habría de replicar Moncloa a Andrés Manuel cuando críticas aún más duras y estigmatizantes se han lanzado nominatim,por boca del presidente español, contra la presidenta de Banco Santander, Ana Botín, o el presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, cuando ya se sabe aquello de que los niños, en nuestro caso AMLO, lo que ven en casa. ¿Imaginan los lectores que la Real Academia de la Lengua, exasperada por la actitud de AMLO, reaccionara prohibiendo el uso del castellano para que así las lenguas indígenas brillaran en todo su esplendor?