Decía Emil Cioran -ogro entrañable- en su Breviario de la podredumbre que son más peligrosos los idealistas que los estafadores, pues los segundos no se creen en posesión de la verdad ni son ortodoxos en sus planteamientos, mientras que los primeros se encuentran detrás de los peores crímenes de la humanidad. Quien abra las páginas de los periódicos estos días encontrará noticias sobre el juicio a Paco Sanz, ese tipo que engañó a famosos y almas de buena voluntad para recaudar 250.000 euros, que le servirían para tratar un cáncer que no tenía.
Este hombre horrendo manejaba bien las redes sociales, era socarrón y utilizaba el victimismo, en lo que constituye el cóctel perfecto para convencer a los incautos. Su método fue similar al que empleó el padre de aquella cría, llamada Nadia Nerea, que usó la enfermedad de su hija para intentar hacerse rico. Inventó una trama lacrimógena para obtener un buen botín y le fue bien, pues uno de los grandes anatemas de esta sociedad absurda es el de cuestionar el sufrimiento de quien dice sufrir, en lo que constituye una de las principales puertas de entrada a nuestras vidas a los timadores.
Esto sucede porque el victimismo es rentable y rara vez se cuestiona, tanto por la estulticia colectiva como por el castigo social que se puede ganar quien lo haga. Por supuesto, también ha sido empleado como arma política ha servido a la izquierda pop para establecer las fronteras de lo que se puede decir y lo que resulta 'políticamente incorrecto' o 'punible'.
Son un peligro
Podemos y el PSOE, que han sido dos partidos que han favorecido ese fenómeno de censura selectiva y exaltación de la amargura de los desheredados -obsérvese el caso de la Cañada Real- presentaron este martes su propuesta para despenalizar algunos delitos relacionados con el derecho a la libertad de expresión, como los que tienen que ver con la Corona, la bandera o los sentimientos religiosos. También quieren evitar que los denominados 'delitos de odio' impliquen penas de cárcel.
Existe una máxima que nunca debería perderse de vista, y es que ningún Gobierno legisla sobre la libertad de expresión por su interés en que la prensa, los artistas o los ciudadanos puedan decir lo que les venga en gana. Generalmente, sus reformas legislativas en este ámbito persiguen un fin punitivo o están impregnadas de ideología casposa. Por eso es menos peligroso Paco Sanz que Pablo Iglesias: el primero se mueve dinero, es decir, para vivir mejor. El segundo, condiciona el comportamiento de las masas. Lo cual históricamente ha influido en los procesos electorales, pero también ha provocado grandes tragedias.
Ningún Gobierno legisla sobre la libertad de expresión por su interés en que la prensa, los artistas o los ciudadanos puedan decir lo que les venga en gana
Es todo un atentado a la inteligencia que el Ejecutivo se atreva a erigirse como defensor de esta causa. Principalmente, porque las medidas anunciadas hace unas horas son pura propaganda de campaña electoral. Por un lado, Podemos las utilizará para vender ante sus fieles que -el rapero- Pablo Hasél no volvería a ser condenado a una pena de prisión cante lo que cante. Y, por otro, se lanza el mensaje a la juventud catalana revolucionaria de que ya puede ciscarse en el rey y quemar la rojigualda las veces que quiera, que eso no tendrá ninguna consecuencia penal.
Poca credibilidad
Convendría recordar también que los mismos que presentan esta iniciativa dificultaron todo lo que pudieron la labor de los periodistas durante el primer estado de alarma, hasta el punto que preguntar a Pedro Sánchez en las ruedas de prensa se convirtió casi en una misión imposible. Por no hablar de ese vicepresidente que quiere condicionar la libertad de empresa en los medios de comunicación privados. ¿Defenderán también la libertad de expresión quienes hacen todo lo posible porque los partidos constitucionalistas no realicen mítines en Cataluña o País Vasco?
No parece propio de una democracia moderna el que la letra de una canción pueda llevar a la cárcel a su autor. Es un defecto heredado que conviene corregir
No parece propio de una democracia moderna el que la letra de una canción pueda llevar a la cárcel a su autor. Es un defecto heredado que conviene corregir, pero al igual que tantas cosas relacionadas con la libertad de expresión e información, como puede ser el rapto de la televisión pública por parte de los gobiernos o la sobre-protección de la prensa amiga a través de la publicidad institucional.
El problema es la intención con la que se proponen estas medidas, que en este caso no parte de una convicción ética, sino del oportunismo político. Porque a proselitistas sectarios, como Pablo Iglesias, o a ególatras como Pedro Sánchez, nunca les interesará que alguien con una opinión distinta les deje en evidencia.
No hay más que ver el desdén con el que el diputado Pablo Echenique trata a sus críticos. Quien desprecia y odia de esa forma, y se cree en posesión de alguna certeza absoluta -no hay mayores ignorantes-, siempre querrá ponerle a usted un bozal. Y siempre será más peligroso que Paco Sanz, claro está.