En octubre de 1988 el Gobierno de Felipe González se disponía a aprobar una nueva reforma laboral. En esta reforma se buscaba atacar el desempleo juvenil mediante un nuevo contrato destinado a jóvenes de entre 16 y 25 años. La remuneración prevista era la del entonces salario mínimo interprofesional y la duración de los contratos se establecía entre un mínimo de seis meses y un máximo de 18. Además, se ofrecían exenciones a las cuotas de la Seguridad Social para los empresarios. Este plan nunca entró en vigor. Pero sí provocó un hito en la historia económica y laboral de España: la huelga general del 14 de diciembre de 1988.
Aquella huelga fue la madre de todas las huelgas generales. Fue esta la primera huelga general convocada por los dos principales sindicatos españoles, si descontamos la del 24 de febrero de 1981, siendo aquella una reacción al intento de golpe de Estado y que solo tuvo una duración de dos horas con seguimiento desigual. Sin embargo, la huelga del 14-D fue un absoluto éxito, empujando al Gobierno a retirar el plan y facilitando que en los años siguientes los trabajadores retomaran cierta iniciativa en el pacto de rentas que había gobernado a estas desde el inicio de la democracia.
Hasta esa fecha y durante toda la década de los 80 los salarios crecieron de forma contenida en España. La prioridad entonces era la creación de empleo. La tres sucesivas crisis, dos económicas, iniciadas en 1973 y 1980, y la política, cuyo detonante fue la muerte del dictador y la consiguiente transición, habían elevado el desempleo en España a cotas desconocidas. Estas crisis, unidas a la vuelta de emigrantes y el aumento de la población activa, tanto por la incorporación de los jóvenes del baby-boom español como por la súbita incorporación de la mujer al mercado laboral, presionaron aún más un mercado de trabajo incapaz de ofrecer empleos a todos. Durante los 80, como se puede ver en la figura 1, los salarios crecieron menos que la inflación, lo que supuso un recorte en el poder adquisitivo de los mismos. A cambio, y en especial a partir de 1984, gracias a la recuperación económica, al aumento de los beneficios empresariales y a la inversión pública, el empleo reaccionó positivamente y el desempleo cayó.
Sin embargo, esta política de rentas estaba llevando al límite la paciencia a los trabajadores. En 1988 España llevaba casi cuatro años de expansión económica, con crecimientos del doble de intensidad que en estos mismos momentos y sin embargo y a pesar del recorte en el desempleo, los salarios seguían perdiendo poder adquisitivo. El plan de empleo juvenil fue una excusa entre muchas más razones.
Como pueden ver en la figura 1, 1988 marca un cambio en esta tendencia. Los salarios crecieron por encima de la inflación, provocando ciertas consecuencias no menos esperadas. Entre 1989 y 1990 el mercado de trabajo comenzó a mostrar signos de debilitamiento mientras la inflación, que llevaba más de una década de sólida caída, repuntaba por el impulso de los salarios.
Gran parte de la moderación salarial parece venir explicada por el cambio de composición salarial, no por la negociación a la baja de salarios
En la actualidad estamos repitiendo en cierto modo aquellos años. Desde 2007, y salvo 2009 y 2015, la evolución de la remuneración por asalariado ha crecido menos que la productividad, lo que supone, como saben, una pérdida en el peso de las rentas salariales en el total de los ingresos de la economía. Esta pérdida no se explica ni por la evolución de las cotizaciones, ni por la migración de trabajadores hacia los autónomos (cuyos ingresos es una parte de lo que se llama en Contabilidad Anual rentas mixtas). La figura 2 muestra la pérdida de peso desde 2008 (en porcentaje sobre PIB) de ambas rentas, la de asalariados y autónomos. Mientras los salarios han perdido 2,5 puntos, las rentas mixtas lo han hecho en 1,1. En total, la pérdida ha sido de unos 3,6 puntos porcentuales de PIB. De esos, gran parte se ha ido a manos de la amortización del capital fijo y a los impuestos netos a la producción.
¿Qué explica esta evolución de la remuneración salarial? En la figura 1 tienen la respuesta. Por los datos sabemos que la remuneración real de los trabajadores ha crecido por debajo de la productividad. Sin embargo, los salarios negociados en convenios han tenido un mejor comportamiento e incluso (no se muestra), por encima de la inflación en los últimos años. Esta aparente paradoja es fácil de explicar. Las revisiones salariales de los convenios suponen sólo una referencia que puede no trasladarse a la práctica si las empresas optan por modificar jornadas, peso de horas extraordinarias o tipo de contratos para trabajadores nuevos. Precisamente, respecto a este último, no son pocos los análisis que muestran que gran parte de la moderación salarial parece venir explicada por el cambio de composición salarial, no por la negociación a la baja de salarios. Es decir, gran parte de los nuevos empleos se sitúan en intervalos de salarios inferiores a los de aquellos empleos que se amortizan, por lo que la media salarial se deprime. Gran parte de la moderación salarial vendría explicada así por la sustitución en las empresas de trabajadores con salarios altos por otros con salarios bajos.
Esta evolución salarial muestra de nuevo, como en 1988, que la recuperación después de una importante y larga crisis económica reclama su sacrificio, y este es en gran parte el salario y los costes salariales. Sin embargo, no parece que este sea el caso de los márgenes empresariales, que están siendo dedicados en gran parte a amortizar capital productivo (sobre esto dedicaré una próxima entrada). Todo ello, como en los ochenta, puede estar imponiendo un coste que termine por estallar en un momento u otro. No descarten una reacción de los sindicatos dispuestos a retomar la iniciativa en la negociación de las rentas. Eso sí, cuando su capacidad de presionar alcance unos mínimos factibles.