Opinión

Por la división hacia la derrota

A 47 días de las elecciones municipales y autonómicas, señaladas para el domingo 28 mayo, la coalición PSOE- Unidas Podemos se agrieta a ojos vista

  • El exlíder de Podemos, Pablo Iglesias, y la ministra de Igualdad, Irene Montero -

Todo reino dividido contra sí mismo es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá (Mt 12; 25-26). Y lo que se dice de un reino es aplicable a un Gobierno o a un partido sin abandonar el plano de la política. También hemos verificado, al menos desde que Sun Tzu escribió El arte de la guerra en el siglo VI a.C., la exactitud del “divide y vencerás”, máxima que garantiza al divisor la victoria y al dividido la derrota. En el caso que estamos examinando, circunscrito a las fuerzas políticas que han generado el actual Gobierno encabezado por Pedro Sánchez, nadie extramuros puede ser culpado de fomentar la división intestina que encamina de modo indefectible a la derrota. Son ellos mismos, los podemitas, quienes han optado por dividirse, sin atender a la ineludible comparecencia ante las urnas, que siempre sancionan a quienes comparecen enfrentados. 

Momento de observar cómo, a 47 días de las elecciones municipales y autonómicas, señaladas para el domingo 28 mayo, la coalición PSOE- Unidas Podemos se agrieta a ojos vista en su componente de menor cuantía. De modo que las diferencias azuzadas por Pablo Manuel Iglesias suponen un abierto desafío de Irene Montero e Ione Belarra a Yolanda Díaz, en quien el presidente, Pedro Sánchez, tiene puestas todas sus complacencias y a quien alienta en la búsqueda del espacio necesario y suficiente para seguir pernoctando en Moncloa. Pero resulta que la aritmética de la adición se averigua imposible cuando a Yolanda todo se le va en Sumar mientras que, a los susceptibles de pasar a fungir como sumandos, esa perspectiva les incita a multiplicar su resistencia para ser uncidos a la operación, salvo si les fueran garantizados puestos de salida en las candidaturas electorales. 

Todas las luchas entre partidos o facciones traen causa, más que de la defensa de los objetivos programáticos, del incremento de cargos a repartir entre sus seguidores

Los enfrentamientos cainitas es comprensible que se acentúan cuando los pronósticos son de reducción de escaños para los propios colores y vienen a confirmar, como escribe Max Weber en La política como profesión (Biblioteca Nueva. Madrid, 2021), que todas las luchas entre partidos o facciones traen causa, más que de la defensa de los objetivos programáticos, del incremento de cargos a repartir entre sus seguidores. Porque, siguiendo a Weber, “los partidos sienten mucho más una reducción de su participación en los cargos que los perjuicios causados por acciones contrarias a sus objetivos programáticos”. Al final, “se trata siempre del pesebre del Estado, del que los vencedores desean ser alimentados”. Además, en su Teoría de la clase ociosa, Thorstein Veblen sostiene que una institución, en nuestro caso un partido político, está configurada por una serie de creencias económicas y sociales, resultado de una repetición de experiencias y que los actos que resultan de ella darán lugar a la norma por la que dicha institución se guiará. Tito Berni y Ramsés son una prueba reciente y esclarecedora. Cuestión distinta es que Veblen clasifique las ocupaciones en dignas y nobles, de una parte, y en trabajos útiles y productivos, de otra. Y que declare exentos de estos últimos a las clases más altas a las que se reservan funciones que implican siempre un mayor o menor grado de honorabilidad, como son los empleos en el Gobierno, el ejercicio de las armas, las ceremonias religiosas, los deportes y otras dedicaciones afines como la caza. Quien lo probó, lo sabe.   

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